Como voluntario de Cáritas, concretamente en el Proyecto de Personas sin Hogar, tengo la oportunidad de escuchar las innumerables quejas de estas personas, unas con más razón y que afectan a la mayor parte de ellas, y otras que afectan más al ámbito personal de cada uno según sean y cuántas sus propias necesidades.
La primera de todas las quejas es la dificultad para encontrar un lugar donde alojarse, donde dormir, “la calle no es buena”, dicen casi siempre todos, o, “me da miedo” tener que dormir esta noche en la calle. Comer no es tan difícil, y menos cuando existe el Pan Nuestro, donde pueden ir a comer cuantos transeúntes pasen por La Isla. Gracias a Dios he escuchado muchos más elogios de esta Institución que reproches. Pero, dormir en la calle, aunque sea después de haber cenado el bocadillo que le suministran en el comedor, eso es muy duro.
Encontrar un medio de vida, un trabajo que le permita vivir con dignidad, es una tarea harto complicada, es mucha la demanda y escasa la oferta de trabajo, para colmo, la crisis ha incrementado el número de desempleados; en muchas ocasiones al paro se suma la separación de las parejas por buscar alguna subvención para sobrevivir, dejando a uno de sus miembros, generalmente el cónyuge masculino, en la calle.
El Estado ha ido asumiendo una tarea asistencial amplísima, ha elaborado numerosas leyes para garantizar los derechos de los ciudadanos, vivimos en el llamado “estado del bien estar”. Pero hay que tener todos los papeles en regla, hay que cumplir muchos requisitos para tener acceso a determinados servicios, por eso quedan aún muchas personas fuera de la protección del Estado. Son los marginados de siempre, unos por causas ajenas a ellos mismos, por un cúmulo de circunstancias adversas, y otros porque no han sido capaces de controlar sus propias vidas y lo han perdido todo por el juego, el alcohol, la droga, etc.
Para rehacer su vida, estas personas han de pasar por un largo y complicado proceso: primero está el convencimiento de que desea superar su situación y poner en ello toda su voluntad; el interminable ir y venir a distintas oficinas, rellenar formularios y solicitudes para conseguir una ayuda. La espera de la resolución puede ser una eternidad, meses de incertidumbre, y gracias si no le sobreviene una enfermedad o alguna otra contrariedad; quizá se le acaba el tiempo de estancia en el albergue, y tiene que ir a otro, y a otro, así hasta recorrer los albergues de España entera, apreciando las diferencias de atención entre comunidades autónomas; tampoco los necesitados, como los ciudadanos de unas comunidades u otras, son tratados de igual manera por las leyes y la administración. A estas diferencias se suma la presencia de numerosos inmigrantes que suelen tener una atención preferente. Últimamente, esta discriminación es denunciada cada día mientras charlamos y tomamos un “cafelito” y así hacemos más corta la espera para ser recibidos por la trabajadora social.
La trabajadora social es una persona que se desvive por encontrar una solución a cada uno de los usuarios, como ahora se les llama, los escucha atentamente y a veces interpreta las necesidades que el propio usuario no acierta a plantear. Una entrevista con la trabajadora social supone hacer un largo recorrido por la vida del usuario, generalmente complicado, y a veces sin poder descifrar lo ocurrido de verdad por la situación personal en que se encuentra la persona. Casi siempre termina la entrevista con la esperanza de conseguir la ayuda que se solicita, o al menos un recurso para alcanzarla, o simplemente una solución momentánea, unos días de descanso y reflexión en el albergue para aclarar su situación. La cara del usuario ha cambiado cuando sale, se despide con una sonrisa y una palabra de agradecimiento.
Las personas sin hogar suelen ser muy agradecidas, responden siempre con una sonrisa o la palabra “gracias” a cualquier atención que tengas con ellos. Sobre todo agradecen que les escuches, que los trates como personas y aprecies sus opiniones y sus puntos de vista, que hables con ellos de cualquier tema, sea del municipio, de la situación en general, de viajes, de otros lugares por donde han pasado. Son realmente una multitud de experiencias, profundamente humanas.
Puede haber algo más grandioso, heroico y digno que el esfuerzo que hacen por rehacer su vida, superándose a sí mismos cada día; cada día que termina sin una recaída es un peldaño más hacia la normalidad, la ciudadanía plena, y por supuesto la integración en la vida laboral.
Merece la pena contribuir a hacer posible que un persona recupere su dignidad. Estoy convencido de que muchas personas estarían dispuestas a hacerse voluntarios si se acercaran y vieran qué sencillo es, basta con ofrecer lo mejor de nosotros mismos, como hacemos en casa, con los nuestros, unas veces en paz y otras afrontando los problemas con entrega y disciplina para salir del bache.