domingo, 26 de octubre de 2014

Divorcio, casamiento natural y matrimonio cristiano


P. GONÇALO PORTOCARRERO DE ALMADA
http://www.vozdaverdade.org/site/index.php?id=4246&cont_=ver3

Sólo una iglesia divorciada de Cristo puede aceptar el divorcio matrimonial.

Mucho se tiene hablado y escrito recientemente sobre la posibilidad que los fieles cristianos divorciados, que viven maritalmente con una persona a la que se han unido civilmente, puedan acceder a la comunión eucarística. Ahora bien, como a nadie es lícito comulgar viviendo en intimidad con quien no es su cónyuge, sólo será posible si se admite, a efectos pastorales, la disolubilidad del matrimonio cristiano.

El matrimonio cristiano no es más, en realidad, que el casamiento natural elevado a la condición de sacramento, o sea, de señal eficaz de la gracia de la salvación. Mucho antes de Cristo y de la Iglesia, ya existía aquella comunión fecunda de vida y de amor a la que, después, fue dada la trascendencia sobrenatural. Adán y Eva no se casaron por la Iglesia, ni en la sinagoga, ni en el registro civil, pero eran marido y mujer porque el casamiento, antes de ser un sacramento cristiano, es una institución natural, tan antigua como la propia humanidad.

Es a esa originaria unión exclusiva e irrevocable a la que Jesucristo se refiere cuando alude al “principio” (Mt 19, 4.8). Por estar esencialmente abierta a la vida, esa unión sólo puede ser  establecida entre una mujer y un varón y debe durar mientras los dos cónyuges estuvieran vivos. Estas exigencias son propiedades naturales del casamiento, que no derivan, por tanto, de su elevación al orden sacramental. Quiere esto decir que son universales y, por tanto, aplicables a todos los seres humanos, cualesquiera que sean sus convicciones religiosas, políticas, sociales, etc.

Las palabras de Cristo en cuanto a la indisolubilidad matrimonial no permiten, por así decir, grandes innovaciones teológicas, o pastorales. Para el Señor, marido y mujer son siempre “uno solo” (Mt 19, 19, 5-6) y, por eso, “no separe el hombre lo que Dios unió” (Mt 19, 6). Que “el hombre” sea una autoridad estatal o eclesial, o incluso ambos cónyuges, poco importa, en la medida en que la prohibición, salvo mejor opinión, a todos alcanza.

¡¿Pero, no es legítimo, según el propio Cristo, en el caso de “unión ilegal” (Mt 19, 9), o divorcio?! Si el maestro hubiera permitido, en este caso singular, la disolución del matrimonio, la Iglesia ciertamente que no lo podría negar, so pena de contradecir a su divino fundador. Es verdad que Jesús hizo una excepción, en el caso de infidelidad de una de las partes, no para disolver el matrimonio, sino solamente para legitimar la separación de los cónyuges. Además, hace dos mil años, el repudio era tolerado entre los judíos. Por lo tanto, hay situaciones de extrema gravedad en que la Iglesia admite la separación de hecho y de derecho de los esposos que, delante de Dios, continúan siendo marido y mujer. Consecuentemente, según el texto bíblico, no se le permite a la persona que repudia, ni a la repudiada, aunque sea inocente, un nuevo casamiento: cualquier persona, si “se casa con otra, comete adulterio” (Mt 19, 9).

¿En pleno siglo XXI, no será excesiva esta exigencia, cuando tantos cristianos, no obstante su compromiso matrimonial, viven maritalmente con quien  no se han casado por la Iglesia? ¿Sin negar los principios doctrinales, no sería más pastoral permitirla comunión eucarística de estos católicos?

También hace dos mil años la moral matrimonial cristiana parecía tan desproporcionada que algunos fieles dijeron: “¡Si es esa la situación del hombre ante la mujer, no es conveniente casarse! (Mt 19, 10). Pero el misericordiosísimo Cristo no la alteró, ni siquiera cuando, precisamente a propósito de la comunión eucarística, “muchos de sus discípulos volvieron atrás y ya no andaban con Él” (Jo 6, 66). Pablo entendía el casamiento a la luz de la nueva alianza del Salvador con su pueblo: sólo una Iglesia divorciada de Cristo podría aceptar el divorcio matrimonial. Hasta para el propio Pedro fue difícil, porque tuvo la doble desgracia  de quedar viudo y de ver a Jesús curar a su suegra…


Cualesquiera que sean las conclusiones sinodales, todos los cristianos, con el Papa y en la Iglesia, deben confesar su fe en Cristo, pues sólo Él tiene “palabras de vida eterna!” (Jo 6, 68).

Francisco y el Papa de la Humanae vitae



    
Francisco, como Pablo VI, son hombres de Dios para todos los tiempos. Como él dice, “El Papa no es Señor supremo, pero sí un supremo servidor –o ‘servus servorum Dei’ (el siervo de los siervos de Dios)”.

El domingo pasado, con ocasión de la conclusión del Sínodo extraordinario sobre la familia, el Papa Francisco beatificó a su antecesor en la sede petrina, Giovanni Battista Montini, más conocido por el nombre que asumió l ser elegido papa: Pablo VI.

El homenaje así ofrecido al pontífice romano a quien cupo la difícil tarea de continuar y concluir el Concilio Vaticano II, subraya la notable intervención de Pablo VI en el más importante acontecimiento eclesial del siglo XX.

Cupo también a Montini la ingrata gestión del posconcilio, tal vez uno de los tiempos de mayor turbulencia en la historia contemporánea de la Iglesia. A pesar de los excelentes decretos conciliares, el ambiente católico se mantuvo agitado durante algunos años: el experimentalismo litúrgico y pastoral fue, de algún modo, responsable de que millares de padres y religiosos que se laicizaron. La profunda crisis de los años 70 fue vivida en la Iglesia universal con dramática intensidad, de la que son expresiones opuestas al tradicionalismo de Mons. Lefebvre y la teología de la liberación, de inspiración marxista.

Fue providencial ciertamente el pontificado del Beato Pablo VI, que fue llamado a dirigir la barca de Pedro en estas difíciles circunstancias. Aunque el magisterio común de un Papa no goce de prerrogativa de infalibilidad, no se puede negar el carácter profético de alguna de sus encíclicas, que aún hoy son una referencia doctrinal.

Tal vez el más emblemático texto del pontificado del Beato Pablo VI sea la encíclica Humanae vitae. Contrariando a la mayoría de los peritos e incluso a una parte considerable del episcopado, el entonces Papa, al mismo tiempo que se opuso a aborto e introdujo el concepto de paternidad responsable, declaró ilícitos los métodos anticonceptivos no naturales. Esta tesis, confirmada después por sus sucesores en la cátedra de Pedro, sobre todo por las magistrales catequesis de San Juan Pablo II sobre la teología del cuerpo, es ya un principio clásico de la teología moral y de la pastoral católica. No es de extrañar, por tanto, que el reciente Sínodo haya reafirmado, casi por unanimidad, 167 votos contra 9, “el mensaje de la encíclica Humanae vitae de Pablo VI, que subraya la necesidad de respetar la dignidad de la persona en la apreciación moral de los métodos de regulación de la natalidad.

  
A este propósito vale la pena recordar un episodio relatado, en sus memorias, por un político europeo, ya fallecido. Habiendo sido recibido en audiencia pontificia, este estadista católico tuvo el atrevimiento de preguntar a Pablo VI si, en su magisterio pontificio, alguna vez había sido consciente de haber actuado por inspiración divina. Montini quedó algo sorprendido con la pregunta y, después de unos instantes de reflexión dijo:

¡Sí, cuando firmé la Humana evitae!

¡Nada más y nada menos que la más contestada, más polémica y más controvertida de todas las encíclicas! A pesar de eso … o, mejor dicho, ¡precisamente por eso!

Pablo VI, como es timbre de los verdaderos profetas, más que un hombre de su tiempo, fue un hombre de Dios, o sea, un hombre de todos los tiempos. Tuvo la lucidez y la audacia de los auténticos pastores, que no ceden a las modas del momento, ni se dejan llevar por el aplauso fácil de las mayorías dominantes o de lo que, en cada momento, política o mediaticamente es más correcto. Y, en una cuestión de fe y de moral, contrariando a obispos y teólogos y frustrando ingenuas expectativas, hizo uso, con prudencia y coraje heroicas, de una suprema autoridad eclesial.

No fue por casualidad que el Papa Francisco beatificó al Pablo VI en la liturgia que concluyó también la conclusión del Sínodo extraordinario sobre la familia. En el pilar del Papa de la Humanae vitae, también Francisco asumió, en esa celebración, como guardián supremo de la fe de la Iglesia y de la tradición apostólica: “El Papa, en este contexto, no es el señor supremo, pero sí un supremo servidor – el ‘servus servorum Dei’ [el siervo de los siervos de Dios]; el garante de la obediencia y de la conformidad de la Iglesia a la voluntad de Dios, al Evangelio de Cristo y a la tradición de la Iglesia, dejando de lado el arbitrio personal”.

El Papa, sea él Pedro, Pablo o Francisco, no es un mero Primus inter pares, ni mucho menos el portavoz del colegio episcopal, sino quien, por voluntad de Dios,  está llamado a confirmar a los cristianos en la fe. El mismo Pedro que, cuando se escandalizó de la cruz, Jesús lo reprobó por haber cedido a la sabiduría humana, es el apóstol que Cristo elogió e instituyó como primer pastor de la Iglesia universal, precisamente por haber revelado lo que no procedía de su carne, ni de su sangre, sino del Padre que está en los cielos.

Beato quiere decir, de forma abreviada, bienaventurado. Desde el pasado 19 de Octubre de 2014, Pablo VI lo es y, gracias a Dios, Francisco, como no podía ser de otra manera, sigue por la misma vía. Por el camino que tiene un nombre: Cristo, que es también la verdad y la vida.



sábado, 25 de octubre de 2014

El bien y el mal que desconocemos




                                                       Ilustração de Carlos Ribeiro

No siempre nos damos cuenta del bien y del mal que causamos a los otros. A veces juzgamos sin saber, otras veces hacemos daño sin querer. Es importante que, por lo menos, comprendamos que nuestras acciones van siempre más allá de lo que nos es dado conocer por las apariencias.

Hay quien nos hace mucho bien sin que jamás se lo agradezcamos, y hay también quien nos causa daño sin que, jamás  tampoco, le demos cuenta de eso, ni, tampoco, lo perdonemos. Es bien posible que, ni unos ni otros, sepan lo que (nos) hicieron. Pero, nosotros partimos del principio de que saben ¡y hasta asumimos que lo quisieron! Pero, a los buenos nada les añadimos si les agradecemos, y, a los malos, nada modificamos por disculparles los errores…

Agradecer y perdonar marcan la diferencia. Mucha. En mí y en el otro. Siempre.

Sólo un verdadero amigo arriesga una crítica desagradable pero justa… Pero, ¿cuántas veces somos capaces de agradecerlas? ¿No será que preferimos el placer de las alabanzas injustas e interesadas de otra persona cualquiera?

Casi nunca nuestros actos son juzgados por los otros de la misma forma que los juzgamos nosotros. Las intenciones no pasan de proyectos cuyo resultado material es, a veces, algo tan extraño que sólo seguramente su autor consigue comprender la línea que los liga.

No siempre tenemos coraje para hacer lo que sabemos es bueno. Muchas son las ocasiones en que no conseguimos evitar hacer el mal que no queremos… pero, la tentación del egoísmo es, tal vez, la mayor de todas.

No es, por tanto, tan fácil distinguir el bien del mal. Optar por el bien es arduo, porque, en la vida, lo más fácil casi nunca es lo mejor. Y, aunque después de una montaña de errores, parece que siempre encontramos modo de cometer un disparate más. De elevarnos siempre… más allá de nosotros mismos. El camino de la virtud es duro, estrecho y exige atención constante, pues el descenso se da por el mismo camino que la ascensión… el recorrido del bien es el mismo que el de la perdición, uno sube y el otro desciende… un mismo camino que se puede hacer en direcciones opuestas.

Vence dos veces quien, al vencer, se vence a sí mismo. Quien escoge, para sí y para los otros, lo mejor de sí. La tentación es el momento exacto de la virtud.

La vida es una lucha constante. Un maratón de vidas cruzadas, donde algunos de los efectos de nuestros actos se nos escapan… ¡cuánta gente se entristece (y se alegra) por cosas que nadie, en verdad, deseó… Pero, todo pasa… y un solo día claro basta para hacer olvidar otros cientos!

La sabiduría es humilde, dejando espacio para lo que nos sobrepasa. Nunca se juzga señora de todos los por qués y para qués, ni tampoco, capaz de abarcar el mundo. Es sabia porque se reconoce limitada. Yerra siempre el que se tiene por más de lo que es. . Siempre que cree saberlo todo.

Muchas veces nos engañamos.  Hay quien se emociona con obras de ficción, tal vez porque las  imagina reales, y sea insensible a las tragedias reales, tal vez porque las imagine obras de ficción.

Debemos estar atentos a fin de que no causemos ningún mal (evitable) a los otros, y no nos debemos desanimar cuando la vida parece estar a punto de perder el color y el sentido, al final siempre es posible que podamos hacer el bien a otras personas, aunque no sepamos ni qué ni a quien…

Una mirada, una palabra, un silencio o un pequeño gesto, son suficientes para llevar tinieblas o luz a la vida de otros. Así. En un instante. Dependemos unos de otros. Nunca. Por más grande que sea la soledad en que nos sintamos. Por mayor que sea la oscuridad y el frío, siempre llegará alguien. Siempre. Siempre. Por más que se demore.


¡Luchar siempre con coraje y paciencia para mantener el fuego de nuestra esperanza encendido es suficiente para dar sentido a la vida… a la nuestra y a la de muchos otros!

domingo, 19 de octubre de 2014

Escándalo en el Cielo: Juan Bautista descanonizado




La queja principal contra el dicho Bautista se refiere a su ausencia de sentido pastoral y su falta de misericordia para con el rey Herodes Antipas, a quien acusó de vivir en adulterio.

Gracias al gran lío informático con el Citius, vino a mi computador, procedente del Supremo Tribunal de justicia del Cielo, una copia del acto de descanonización de San Juan Bautista, propuesta por algunos católicos, que se hicieron representar por su abogado. Alega el casuístico que el dicho Juan, hijo de Zacarías y de Isabel, fue precipitadamente elevado a la honra de los altares ya que, a la luz de la misericordia pastoral, recientemente descubierta por los referidos fieles, es muy dudosa su santidad.

La verdad es que dicha madre del referido Juan, Isabel, era prima de María y, por tanto, el hijo de esta, Jesús, era pariente próximo del Bautista, lo que indica favoritismo en su canonización, cuyo proceso, por más señas, no consta en los archivos de la congregación para la causa de los santos. También se teme que el alegado santo haya sido ilícitamente beneficiado por el hecho de que dos de sus discípulos, Andrés y Juan, fueron después seguidores de Cristo (¿trafico de influencias?) Por otro lado, no se conoce ningún milagro, comprobado científica y canónicamente, que sea debido a su intercesión. Además del hecho de vivir en las dunas, de cubrirse con pieles de animales (quizá de especies protegidas), comer langostas (que, desde las plagas de Egipto, están en vías de extinción) y de alimentarse de miel silvestre (producto no autorizado por la ASAE), lo que indica comportamientos antiecológicos y, en consecuencia, dignos de grave censura social y eclesial.

Con todo, la queja principal contra el dicho Juan Bautista se desprende de su ausencia de sentido pastoral y su falta de misericordia para con el rey Herodes Antipas, a quien, públicamente, acusó de vivir en adulterio con  Herodías, mujer de su hermano Filipo y madre de Salomé. Hasta que los autos prueben que es verdadera esa convivencia marital, es absolutamente lamentable que, en vez de acoger misericordiosamente al simpático gobernante, Juan lo tiene condenado éticamente, incurriendo así en la santa ira de Herodías. Ahora bien, en una perspectiva más inclusiva y gradual, no sólo se debería haber abstenido de tales pronunciamientos moralistas, sino que debería haber participado misericordiosamente en el banquete natalicio de Herodes Antipas, según la famosa tesis que afirma que ningún convidado a una cena puede ser legítimamente impedido de comer en ella.

 Aunque los exégetas discutan si este principio teológico-gatronómico, muy en boga en ciertas jornadas, ya constaba en las tabas de la Ley, dadas por Moisés, o si parte de algún sermón de San Agustín, o incluso si se encontraba en la Suma Teológica, nadie duda de que es de fe divina y católica.

Por otro lado, la unión de Herodes con la cuñada era, indiscutiblemente, una relación amorosa y, siendo la cariad la principal virtud cristiana, debe prevalecer la actitud pastoral de valorar ese amor, teniendo también en cuenta el bien de la joven y bella Salomé, que de tan amorosa madre y de su afectuoso consorte recibía, como bailarina, una esmerada educación  artística, que debe ser también estimulada.

Por último, la forma ruda como el dicho Juan tenía por costumbre dirigirse a las autoridades eclesiásticas, como los fariseos o los doctores de la ley, no está de acuerdo con el estilo pastoral postconciliar, el cual, en vez de apelar a la conversión, o juzgar, prohibir o condenar actos objetivamente contrarios a la doctrina cristiana, acoge, bendice y alaba todas las actitudes de cualquier ser humano.

Por todo esto y más que pueda quedar por decir, entienden los demandantes que la sentencia no puede ser otra que la descanonización de Juan Bautista, corriendo a cargo del demandado las costas procesales, sin posibilidad de recurso ni apelación, excepto en sede de juicio final.

Al margen, se lee aún en los autos: se aconseja vivamente que sea también revisado el proceso de un tal Tomás Moro, que se opuso al divorcio de Enrique VIII y fue, por ese motivo, ejecutado, siendo por tanto igualmente sospechoso de actitudes contrarias a la misericordia cristiana. Recomienda además la apertura de los procesos de canonización de Herodes Antipas, de Salomé y de Herodías, patronos del amor libre, así como a Enrique VIII, víctima del fundamentalismo católico. Firmado: el abogado del diablo, suficiente procurador y representante de los referidos católicos*.


*Aviso a navegantes: con este texto irónico no se pretende negar la práctica de la misericordia en relación  todos los hombres y, con mayor razón, a todos los fieles cristianos, cualquiera que sean sus circunstancias personales y familiares, pero sólo recordar que la caridad presupone la justicia, y que no hay peor injusticia que la de tratar a todos por igual. La acogida misericordiosa que a todos los cristianos sin excepción, debe ser dispensada, no puede ser hecha a costa de la verdad moral objetiva, ni del propósito de conversión, al que la Iglesia invita a todos, como requisito necesario para la salvación.

sábado, 18 de octubre de 2014

Sufrir sin molestar


jornal i,  18 de outubro de 2014
http://www.ionline.pt/iopiniao/sofrer-sem-incomodar
                                                          Ilustração de Carlos Ribeiro

El sufrimiento es algo tan natural, como inevitable y universal. Sin embargo, cada vez más es remitido a la esfera privada, íntima, como si fuese algo que puede y debe ser vivido sólo lejos de los otros. En un recinto cualquiera, desde el que distante de los que le quieren, estar ajenos. Estos, se sienten con derecho a exigir que nuestros dolores no les incomoden.

Como un árbol golpeado por un rayo, cuando soy tocado por un dolor profundo, me rasgo, me divido y me consumo en dudas, ansiedades y pesadillas… el propio pensar duele. Estoy solo y con miedo… y el miedo hace siempre que cualquier mal parezca mucho mayor. Sufrimos… y sufrimos más aún cuando estamos solos.

Es imposible contener el sufrimiento, o lo compartimos o somos desgarrados por él.

Nos preguntan: “¿Cómo está?” Pero la respuesta o es indiferente o entonces trata de, por lo menos, parecerlo. Claro que, en el caso de que estemos muy bien, no podemos expresarlo con euforia, ¡porque eso va a chocar! Nunca debemos ser pesados para los otros, ni con nuestras lágrimas ni con nuestras sonrisas. Es así como viven muchos hoy…

Se da por supuesto que preguntemos siempre, pero que no respondamos, nunca. A no ser que sea alguien a quien apreciamos mucho, mucho, al punto de que queramos saber cómo está y de preocuparnos con lo que podemos hacer para compartir su intimidad con todo lo que tenga de bueno y de malo.

Hay personas que nos dicen “¡espero que te vaya todo bien!” con la intención oculta de una verdadera esperanza, la de que no les demos trabajo alguno. Esperan que estemos bien para que se puedan entonces aproximar sin temor de que cualquier dolor o tristeza nuestra los pueda sorprender e incomodar.

Sólo se aproximan a quien está siempre bien. Sólo se aproximan a una parte de nosotros. Nosotros no existimos enteros ara quien –sólo- quiere vivir de forma cómoda.

Espero que te vaya todo bien… ¿espero para acercarme? ¿o para irme en buena hora? ¿Y si la persona no estuviera bien? ¡Espero hasta que lo esté! Pero… ¿con ella? ¿o lejos de ella?

Vivimos en un tiempo en que el sufrimiento es visto como algo vergonzoso. En que las personas deben mantener sus dolores bajo control a fin de que los otros sean librados del peso de lo que entienden no ser suyo… un sufrimiento sin expresión… tan escondido como cualquier pecado obsceno.

Son pocos los que quieren que la lucha interior de alguien sea una lucha común… Se temen los dolores, pero se teme más todavía su inevitable contagio a que algunos llaman compartir. Amor.

Lo mismo después de una gran pérdida, el luto es una lucha que no debe ser entablada lejos de los otros. Cada uno carga su fardo, pero si lo comparte, el viaje se vuelve menos penoso. Porque se alivian, un poco, la pena y la soledad.

Claro, hay muchas simpatías y compasiones, pero la mayor parte de ellas es sólo aparente. Son cada vez menos os que consiguen prestar una ayuda desinteresada a quien lo necesita.

Las alegrías no incomodan tanto como las tristezas. Aunque en ambos casos sea raro se comparta.

Vivimos en un enorme tapiz de apariencias: los egoísmos, disfrazados de cosas bellas, esconden podredumbre… mentiras siempre asumidas de un modo diplomático e inteligente. Al final, todos tenemos nuestros problemas –dicen.

Me escondo en unas gafas oscuras, porque no quiero que vean mis lágrimas. Me visto de negro, para esconderme en la noche de mi mismo, quiero pasar desapercibido, oculto, silencioso… no quiero incomodar a nadie. No quiero que mi tristeza amargue la vida de nadie… tengo miedo.

Pero es el modo que nos impide ser felices. Porque quien tiene miedo, no ama, y  quien no ama no es feliz.


Soledades que son mentiras e infiernos. Hacia donde nos lanzamos enteros cuando sólo aceptamos de los otros  una parte de sus alegrías y dolores… y, también, cuando les mostramos sólo una parte de nosotros.

lunes, 13 de octubre de 2014

El lugar de Dios

  
por JOAO CÉSAR DAS NEVES



Es extraño ver aquí un artículo con este título, ¿no es verdad? Varios lectores, irritados o fastidiados pasarán a la página siguiente; otros leen, desconfiados o agradablemente sorprendidos; todos, sin embargo, perciben lo insólito de la situación. No es normal tener, en un diario de referencia y gran tirada, un texto con este tema.

La extrañeza es, ella misma, extraña. En los tiempos que corren no somos precisamente cándidos. Por eso, en las otras páginas de este diario, precisamente por ser de referencia y gran circulación, se encuentran, sin despertar asombro, los asuntos más diversos y abstrusos. Violencias crueles y perversiones varias, pasando por innumerables crímenes, tonterías y extravagancias, hasta temas religiosos, desde agresiones extremistas hasta sabias enseñanzas, no suscitan perturbación. Nada incomoda tanto a una audiencia sofisticada y esclarecida como este título. Todas las demás cosas son de esperar en una publicación de estas; no una búsqueda seria sobre la persona de Dios.

Mientras tanto, la divinidad es el tema más presente y común de la humanidad. En las publicaciones de referencia y en las manifestaciones públicas de cualquier otro período o región, surge la natural y serena presencia de la Providencia. Todas las culturas, épocas y civilizaciones convivieron con ella de formas variadas, pero siempre normales. La incomodidad actual contrasta con la generalidad de los pueblos. La aberración es realmente la nuestra. Insólito no es el título, sino su realidad.

El origen de la inesperada extrañeza es obvio. Somos herederos del primer intento humano  de erradicación sistemática de la trascendencia. En los últimos 250 años, en toda Europa, filósofos argumentaron y oradores ridiculizaron; autoridades prohibieron, encerraron, prendieron, a veces devastaron y ejecutaron. En conjunto, representó el mayor esfuerzo colectivo de la historia de la humanidad. Y fue contra Dios.

Finalmente los promotores entendieron que no sólo el proceso los transformo en monstruos peores que los que decían perseguir, sino que los resultados eran desalentadores. La religión, bajo la terrible presión, resistió y prosperó. Entonces cambiaron el método. El Todopoderoso dejó de ser atacado abiertamente para ser ignorado. Pasó de enemigo a desconocido.

Hoy se concita un esfuerzo colectivo para fingir que las cuestiones fundamentales de la existencia –el origen y finalidad de la realidad, el sentido de la vida, el destino personal- finalmente no interesan. La cultura mediática se embriaga de ilusión, magia, política, ciencia, zombies y superhéroes para olvidar que somos sólo humanos en busca de la felicidad. Las creencias más abstrusas pueden ser pregonadas libremente, mientras que realmente no sean tomadas en serio. Como no se entiende una fe verdadera, existen oficialmente sólo dos alternativas posibles: indiferencia o fanatismo. Se llega al punto de rechazar como estupidez o fundamentalismo cualquier genuina expresión de devoción. Un texto como este, por ejemplo, debe manifestar desequilibrio.

El desvío ha afectado también a los piadosos. Como algún público se irrita con la religión ajena, varios devotos esconden su fe para no incomodar. Sin preocuparse por lo incómodo de Dios. Muchos, hasta celosos, tienen dificultad en relacionarse con lo sublime, prefiriendo una religión pragmática y asistencialista. El Papa Francisco censuró precisamente eso en su primera homilía: “Si no confesamos a Jesucristo, nos convertimos en una ONG sociocaritativa, pero no la Iglesia, Esposa del Señor” (Capela Sistina, 14 de Março de 2013).

¿Cuál es entonces el lugar de Dios? Algunos Le niegan ciudadanía, convirtiéndoLo en el único proscrito de la sociedad tolerante. Otros Lo sitúan en lo alto de los cielos, lleno de majestad pero desocupado, alejado e indiferente. Están aún los que Lo colocan dentro del corazón del hombre, pero tan al fondo que ni se siente. No entienden que la cuestión del lugar de Dios realmente no tiene sentido. Dios, siendo Dios, no tiene lugar, pues el infinito no sufre localización; el absoluto no es contingente. El único lugar a concretar es el nuestro. Y, donde quiere que esté, “el Reino de Dios está cerca” (Mc 1, 15).




domingo, 12 de octubre de 2014

¡Mea culpa!




Sólo una Iglesia verdadera y humilde es creíble y digna de confianza.

Una buena noticia: el ex arzobispo Jozef  Wesolowski aguarda, en prisión domiciliaria, el juicio por un tribunal italiano, después de haber sido condenado por el Vaticano, por haber practicado actos pedófilos en la República Dominicana, donde fue nuncio, y destituido de la condición clerical. Es voluntad expresa del Papa que “un caso tan grave y delicado sea resuelto sin demora”, “con el justo y necesario rigor” (L’Osservatore Romano, 26-9-2014, ano XLVI, nº 39).

¡¿Una buena noticia!? De hecho, hay novedades más felices, pero es también una buena noticia la que denuncia un crimen monstruos, como es el caso, y anuncia el castigo del prevaricador y la legítima defensa de las víctimas. El diagnóstico de un tumor maligno es, en este sentido, una buena noticia porque, sin el conocimiento de la enfermedad, no sería posible proporcionar la cura.

Es natural y razonable que una persona, o institución, invoque su buen nombre y su fama, pero no que lo haga a costa de la verdad. Es más importante que la Iglesia sea  verdadera que estimable, sobre todo si esa respetabilidad se funda en el encubrimiento de la realidad, por muy dura que esta pueda ser como, de hecho, a veces es. Sólo la total veracidad de la entidad eclesial, especialmente cuando reconoce la indignidad de los comportamientos de algunos de sus más destacados miembros, como ahora ha sucedido, la hace creíble y digna de confianza.

Cuando algún escándalo amenaza la institución católica, algunos pastores tienden a disculpar al aludido prevaricador, a olvidar a los ofendidos y, peor aún, a ocultar la verdad. La presunción de inocencia es sagrada mientras la sentencia judicial transita en el juzgado pero, después, contra los actos criminales, ya no hay argumentos. Es comprensible aquella reacción defensiva instintiva, pero no es aceptable, ni cristiana. Porque la Iglesia debe dar prioridad a los inocentes y no
a los agresores, cualquiera que sea su estatuto, además los cargos eclesiales, más que honra, tienen  mayores responsabilidades. Pero, principalmente, porque una Iglesia que no es verdadera no es de Cristo, que es la verdad, sino de su enemigo, que “es mentiroso y padre de la mentira”.

Hay quien se aprovecha de estos hechos para atacar a los católicos, como si la excepción fuese la regla y la mayoría de los padres fuesen pedófilos. No son y hay que ser prudente en “tan grave y delicado” asunto, pero la mala fe de algunos no puede servir de alivio. Nadie puede cobardemente refugiarse en esa culpa, porque no son las culpas ajenas las que hacen inocentes a los verdaderos culpables. Sólo una religión que acata la realidad objetiva de los hechos, cualesquiera que sean, es verdadera. Sólo una Iglesia que acepta, para sí misma, la dinámica de la conversión, es creíble como instrumento de salvación.

¿Significa esto un cambio radical de actitud católica? No, porque así actuaban ya los primeros cristianos. La Iglesia de entonces, aunque perseguida, no forjó una falsa apariencia inmaculada, sino un corajudo testimonio de la verdad, desnuda y cruda.

Era una enorme vergüenza para la Iglesia y para los obispos, sucesores de los apóstoles, que Judas fuese uno de los doce. Pero los evangelistas, que pudieron haber omitido el nombre del traidor o, por lo menos, su condición de apóstol, no lo hicieron. Ni Cristo, todavía más, queda bien claro en la escritura: por último, ¿¡no fue él quien lo escogió!?

Tampoco omitieron la triple negación de Pedro, ni que el Maestro lo llamó con el nombre del propio demonio, ¡Satanás! Cuando ese apóstol ya era  Papa, podría haber mandado discretamente retirar estos episodios chocantes, en que él era el malo de la película, para hacer una nueva edición de los evangelios, corregida y… blanqueada. Podría incluso justificarse con razones pretendidamente pastorales: no escandalizar a los paganos, a convertir; estimular la confianza de los fieles, que le debían obedecer. También podría haber argumentado que esos tristes episodios no eran, como de hecho no son, esenciales para la fe. Pero, también aquí, la verdad prevaleció.

La penitencia no es una operación de marketing, ni una plástica de rejuvenecimiento artificial, sino el reconocimiento sincero del propio pecado. Aunque cada falta sea personal, hay actos que adquieren una dimensión institucional, de la que no se puede desentender del todo. Sería hipócrita una entidad que se engalanase con las virtudes de sus santos, pero no se reconociese en los vicios de sus miembros pecadores. La Iglesia de los buenos es también la de los malos, llamados a  conversión.

La peor tentación en que puede caer la Iglesia católica es la de amarse más a sí misma que a la verdad, que es Cristo. La Iglesia sólo puede ser fiel a su divino fundador y a su misión salvadora si fuere humilde, o sea, verdadera, también colectivamente. Si fuere sierva y no señora de la verdad. Si ama a Cristo más que a
sí misma. Si procura sólo la gloria de Dios y no su propia honra. Si no procura agradar al mundo, sino alabar a Dios, con la confesión contrita de sus faltas. Si diera razón de su esperanza, anunciando al mundo, en su propia experiencia del pecado y del perdón divino, aquel amor que todo lo disculpa, todo lo cree y todo lo espera.


sábado, 11 de octubre de 2014

Preocupaciones inútiles




                                                         Ilustração de Carlos Ribeiro

Andamos casi siempre muy preocupados con poco. Desperdiciamos demasiado tiempo con asuntos de poca importancia. El tiempo limitado que tenemos en este mundo debía inspirarnos a ser más sabios en la gestión de nuestras prioridades, ya que no siempre nos preocupamos de lo que debemos. Tendemos a despreciar, muchas veces, lo que es importante. Porque nos parece que tenemos siempre muchas preocupaciones y lamentos.

La posibilidad de una catástrofe es algo que angustia a muchos hombres. ¿Pero es que esta ansiedad tiene justificación? La posibilidad de que suceda es algo que nos sobrepasa por completo, por lo que poco o nada podemos hacer. Sufrimos demasiado por males que nunca nos tocaron de cerca…

También nos pesan nuestras malas decisiones en el pasado. Inquietud inútil. Podemos arrepentirnos, comprometiéndonos a un futuro en que el error sea lección para poner  rumbo a mejor. Pero, por eso mismo, nuestra preocupación debe ser en adelante, no hacia atrás.

La posibilidad de enfermedades y trágicos accidentes, con baja probabilidad de suceder, nos lleva a un desasosiego que nos hace descuidar otros problemas que, no siendo tan serios, pueden ocurrirnos con mayor facilidad. Somos responsables de prevenir las grandes tragedias, pero, más aún, las pequeñas. Dado que la prioridad debe ser dada a las que están más próximas a nosotros.

Pasamos, ahora, mucho tiempo cargando con el peso de las ansiedades respecto de las personas que nos son más allegadas, ¡como si cargar las preocupaciones de ellos fuese una misión nuestra! La verdad es que cada una de las personas (¡incluyendo a los niños!) está dotada de elemental buen sentido, algo que les permite, a todos y a cada uno, salvaguardarse de los peligros comunes que conocen. Pero, es bien posible que ellas puedan incluso estar mejor preparadas de lo que creemos… ¡mejor preparadas que nosotros! Tal vez deberíamos preocuparnos de aprender más con ellas…

Nos sobra poco tiempo para preocuparnos de lo que merece nuestra atención. Es esa anticipación que marcará la diferencia.

No somos así tan fuertes que podamos cargar el gigantesco peso de todas las preocupaciones del mundo, las de los otros y además las nuestras…

¡Cuántas maravillas pasan a nuestro lado, mientras andamos preocupados en las tragedias que sólo suceden en nuestra imaginación!

Es necesario que reconquistemos nuestra paz en un campo que suele estar ocupado por ansiedades y miedos. Sin permitir que, nuestra ignorancia sobre las causas de lo que sucede, nos vuelva rehenes e incapaces de pensar en nada más.

La vida no es para ser explicada o comprendida. Es para ser vivida y… bien vivida. Vivir es buscar felicidad, y eso pasa mucho por aprender a soportar, aceptar y olvidar.

Nuestra cultura nos enseña a afrontar todo. Así, si algo se coloca entre nosotros y nuestro sueño, ¡debe ser combatido hasta la destrucción! ¡Nos dicen incluso que nuestro coraje, voluntad y persistencia son invencibles! ¡Y que nosotros, por eso, también!

Pero hay problemas ante los cuales nada de esto funciona. Las adversidades como la muerte, la enfermedad grave o una tragedia más seria, no se consiguen anular, hágase lo que se hiciera. Aplicar ahí nuestro coraje, voluntad y persistencia en el sentido de destruir eso tendrá un resultado efectivo: aniquilarnos, porque estaremos intentando empujar, no una piedra pesada, ni siquiera una montaña, sino el propio peso del mundo… sin tener los pies asentados en nada.

Hay muchas adversidades que sólo se vencen si las soportamos y aceptamos tal como son, sin grandes explicaciones o sentidos, sin perder tiempo, ni fuerzas,  intentando cambiar lo que no cambia.


Nuestra paz interior es esencial y preciosa. El silencio y el discernimiento que se consiguen cuando no hay revuelo interior, nos permiten aceptar mejor nuestras dificultades, escoger el camino que queremos construir… mientras vamos aprendiendo a admirar las maravillas de este mundo.

viernes, 10 de octubre de 2014

DÍA MUNDIAL DE LA SALUD MENTAL



Como un pequeño homenaje, a cuantas personas con algún problema de salud mental,  han pasado por nuestros servicios, en el Programa de Personas sin Hogar de Cáritas, recojo algunos párrafos de los post que les dedicamos en su día.

“A. es encantadora, te cuenta unas historias con tal realismo que te engancha, y hasta puedes llegar a creértelas, si te dejas llevar por el aplomo y la seguridad con que describe las situaciones y las personas. Con su porte cuidado y hasta elegante A. nos despista totalmente. Ha sido una verdadera pesquisa a lo Sherlock Holmes lo que la trabajadora social ha llevado a cabo para dar con la verdadera identidad de A., pero ahora A. no se reconoce en su verdadera identidad. Tuvimos que echar imaginación y paciencia para convencerla de que aceptara su nueva identidad, al fin y al cabo en su accidentada vida como espía ha tenido que esconderse y utilizar distintos nombres, pues ahora, con tal de que la atienda el doctor, qué más le da el nombre y los apellidos que le pongan.”
“Es una madre abandonada por el marido, español y cristiano, o mejor, expulsada de la casa, y suplantada por una amante, después de veinte años de convivencia y haber tenido un hijo con su marido. Pero, es que el hijo es uno de esos niños que nace con una enfermedad rara, que requiere toda la atención y mucho cariño, y al padre eso no le agradaba, empezando a mostrar su distanciamiento hasta expulsarlos de la casa al cabo de veinte años.”
“Por dónde empezar, qué decir a cerca de J., si anda por la vida en círculos; o como los ojos del Guadiana aparece y desaparece, mostrando la imagen buena unas veces, la mala otras. No es que él lo quiera así, es que una sádica fuerza lo maneja y él, como es así, se deja llevar.”
“Conserva unos destellos de inteligencia y buen gusto que asombra, su rostro es como el de un niño, su mirada franca, sus gestos graciosos, su sonrisa permanente, lo que da prueba de un espíritu sencillo, bondadoso, que la mueven espontáneamente a sufrir por un cuento destrozado y enseguida se ofrece a repararlo; y lo mismo se conmueve ante el sufrimiento ajeno y al instante se ofrece para aliviarlo…
Esta mujer es muy inteligente, sus desgracias, ocultas o más bien desvanecidas totalmente en la imagen que hemos visto, no han dejado la menor huella, ella es ahora otro ser, absolutamente generoso pues da lo que ha recibido: sostén, alivio, amor; de lo que fue le queda la inteligencia, la gracia, el buen gusto; está muy protegida contra el mal, como bien claro nos lo dejó otro día; nadie mejor que un niño sabe de quién puede fiarse, nadie mejor que ellos leen la expresión de los adultos, el tono de voz, y conocen sus intenciones, y adivinan los peligros.”

no había encontrado ni el momento ni el modo de comentar cómo son las visitas de T. No sé bien si será porque ella habla tanto y tan deprisa que no me permite asimilar cuanto dice, porque es en verdad un torbellino de sentimientos e imaginación, y como lo dice con tanta gracia, te distrae ella misma y no le das la importancia que tiene a lo que dice. Quizá ella misma no es consciente de la trascendencia de todo lo que dice. También  protesta mucho de todo, y esto lleva a ser  prevenido para no seguirle el juego, no sea que vaya a pensar que siempre tiene razón…”
Es el chico el primero que habla, la madre no puede, está agotada, pero deja habar a su hijo. Es un joven de diecisiete años, que está matriculado en cuarto curso de la ESO , y quiere estudiar una carrera universitaria, ciencias políticas exactamente; pero, ahora no tienen casa, ni recursos económicos, ni trabajo.  El chico piensa por la madre y va a una velocidad propia de su edad, pero él no se da cuenta de que para llegar allí todavía depende de su madre, y si su madre no le puede dar alojamiento y comida, entonces el debiera ceder un poco en sus aspiraciones, no ir tan deprisa y ayudar a la madre, que está agotada y sola. La madre a penas dice alguna palabra o hace algún gesto de impotencia ante las palabras impetuosas de su hijo.

Dicho así parecería que estamos ante un chico caprichoso y egoísta. En absoluto, es un joven que sufre la enfermedad de asperger, tiene una inteligencia muy despierta, y esto en unas  condiciones de vida atroces…”
“F., no es alguien que pase desapercibido, entró en la oficina casi como un vendaval, él anda muy deprisa siempre. Acepta el café que se le ofrece con modales muy distinguidos y seguidamente se sienta en el sofá, se pone a ojear unas revistas y de pronto se pone a hablar en voz alta, mirando a cualquier parte;  comienza una retahíla de amenazas e improperios que no tienen un destinatario visible, gracias a Dios;  sus enemigos imaginarios son los que le alejan de ese talismán : “la monegasca”,( …“la monegasca”, con  la cual, una vez la consiga,  se le abrirán las puertas a su mundo perdido:  con ella tendrá acceso a su cuenta corriente, y se acabarán su penuria y su mala vida; además tendrá acceso a sus propiedades, con ella recuperará su verdadera identidad y le permitirá heredar…). Gracias a Dios no somos los presentes sus enemigos, si no quién resistiría una acometida semejante con tanto brío como pone en sus amenazas.”
comenzamos a charlar, y era como volar por un mundo de fantasía: magos, ángeles, seres extraordinarios y puros; y a mucha distancia el malo, el diablo. Un refugio perfecto. Al decirle yo que creía que el diablo me estaba persiguiendo, que incluso había soñado con él hacia unos pocos días, me dijo que no le tuviera miedo, que no podía hacerme nada. Y siguió comentando sus aficiones literarias, y más concretamente de libros de magia; además me dijo que escribe cuentos, y para demostrarlo me invitó a escuchar uno. Yo estaba esperando que sacara una libreta o unos papeles, pero él estaba concentrado en  su “supermóvil-eboock-planisferio-brújula”, y me sentí un poco "paleto". Comenzó a leer en voz alta y clara unas descripciones  minuciosas y plásticas de cada personaje (él también pinta; es cuenta cuentos, mimador); utiliza un  vocabulario culto  y preciso, y la narración te llevaba dócilmente, sin prisas por conocer el desenlace, disfrutando de la lectura y del paisaje.

Tú no pareces de esta época, le digo; ya ha mostrado su gusto por la pronunciación completa de las palabras y sin acentos, y  él me responde muy convencido y satisfecho de que le haga esta observación que por supuesto, porque esta época es fea y muy mala para vivir.”
es como un payaso al natural, sin maquillajes ni costosos ensayos, el siempre provoca una sonrisa, no hace gran cosa, mas bien suele estar callado, observando el entorno con unos ojos muy vivos y alegres, siguiendo las conversaciones con sus gestos y sus sonrisas. Pero esa actitud suya invita a cualquiera a que le diga alguna palabra o le haga cualquier pregunta…
¿Qué número calzas? Le pregunta alguien, y el contesta con toda naturalidad, sin molestarse lo más mínimo mirando sus enormes botas, el cuarenta y dos; nadie se ríe por ello, y él sigue dando más explicaciones, son unas botas de un trabajador de telefónica; entonces cada uno expresa su admiración  y hemos disfrutado de una conversación agradable, inofensiva, y S. se ha convertido en el centro sin aspavientos ni exigencias.”





domingo, 5 de octubre de 2014

Algún día tenía que suceder esto.


 ( La vedad es que mientras leía me veía reflejado completamente, con el agravante de que  yo he vivido las dos crisis: la del 73,  4 largos años de paro hasta encontrar mi primer trabajo, y la vigente, tan horrible en muchos sentidos, y porque ahora la padece mi propio hijo; ¿será esa mi herencia?...) 
Pero, son otros tiempos, no podemos enseñar nada, hemos abierto una sima muy profunda, aunque aún se mantienen algunos lazos entre las generaciones de antes y de ahora, sean por el interés, sean por inercia, sean por amor... )


por Mia Couto

Está sin blanca la generación de los padres que educaron a sus hijos pequeños en una abundancia caprichosa, protegiéndolos de dificultades y escondiéndoles las cosas amargas de la vida. Está a prueba la generación de los hijos que nunca fueron enseñados a lidiar con las frustraciones.

La ironía de todo esto es que los jóvenes que ahora se dicen (y también están) a prueba son los que más tuvieron de todo. Nunca ninguna generación fue, como esta, tan privilegiada en su infancia y en su adolescencia. Y nunca la sociedad exigió tan poco a sus jóvenes como les ha sido exigido en los últimos años.

Deslumbrados con la mejoría significativa de las condiciones de vida, mi generación y las siguientes (actualmente entre los 30 y los 50) se vengaron de las dificultades en que fueron criados, en el antes o el después de 1974, y quisieron dar a sus hijos lo mejor.

Ansiosos por sublimar sus propias frustraciones, los padres invertirán en sus descendientes: les proporcionarán los estudios   que hacen de ellos la generación más cualificada de todos los tiempos (ahí estamos…), pero también les darán una vida desahogada, mimos y privilegios, entradas en locales de diversión, carnet de conducir y primer automóvil, depósitos de combustible llenos, dinero en embolsillo para que nada les faltase. Aún cuando las expectativas de primer empleo fracasaran, la familia continuó presente, garantizando a los hijos la cama, mesa y ropa lavada.

Durante años, acreditaron estos padres y estas madres que harían lo mejor; el dinero va llegando para comprar (casi) todo, muchas veces en sustitución de principios y de una educación para la cual no había tiempo, ya que él era todo para el trabajo, garante del salario con que se compra (casi) todo.

Después vino la crisis, el aumento del costo de vida, el desempleo,… la vaquiña enflaqueció, feneció, se secó.

Fue entonces cuando los padres quedaron sin blanca.

Los padres sin blanca no van a un concierto, pero sus renuevos llenan Pabellones Atlánticos y festivales de música y bares y discotecas donde no se entra de balde ni se consume fiado.

Los padres sin blanca dejaron de ir al restaurante, para poder continuar pagando restaurante a los hijos,  en un país donde una fiesta  de aniversario de adolescente que se precie es en el restaurante y vedada a los padres.

Son padres que cuentan los céntimos para pagar, sin blanca, las cuentas de agua y de luz y del resto, y que renuncian a sus pequeños placeres para que los hijos no prescindan de Internet, de banda ancha y alta velocidad, ni de los cualquiercosaphones o pads, siempre de última generación.

Son estos mismos padres sin blanca, que ya no aguantan, los que comienzan a tener que decir “no”. ¡Es un “no” que nunca enseñaron a los hijos a escuchar, y que por eso ellos no soportan, ni comprenden, porque ellos tienen derechos, porque ellos tienen necesidades, porque ellos tienen expectativas, porque les han dicho que ellos son muy buenos y ellos quieren, y quieren, quieren lo que ya nadie les puede dar!

La sociedad recoge así hoy los frutos de lo  que sembró durante por lo menos dos décadas.

Es ahora una generación de padres impotentes y frustrados.

Es ahora una generación joven altamente cualificada, que anduvo mucho por escuelas y facultades pero que estudió poco y que aprendió y sabe en la proporción de lo que estudió. Una generación que colecciona diplomas con que  alimenta a los padres el ego hinchado, pero que son una ilusión, pues corresponden  a poco conocimiento teórico y a dudosa capacidad operativa.

Es una generación que va a todas partes, pero que no sabe estar en ningún sitio. Una generación que tiene acceso a la información sin que eso signifique que está informada; una generación con escasas competencias de lectura e interpretación de la realidad en que está inserto.

Es una generación habituada a comunicarse mediante abreviaturas y frustrada por no poder abreviar del mismo modo el camino hacia el éxito. Una generación que desea saltar las etapas del ascenso social a la misma velocidad que quemó las etapas de crecimiento.  Una generación que distingue mal la diferencia entre empleo y trabajo, ambicionando más aquel que éste, en un tiempo en que ni uno ni otro abundan.

Es una generación que, de repente, se apercibió de que no manda en el mundo como mandó en los padres y que ahora quiere dictar reglas a la sociedad como las fue dictando a la escuela, estúpidamente y sin maneras.

Es una generación tan habituada al mucho y a lo superfluo que lo poco no le llega y lo accesorio se le tornó indispensable.

Es una generación consumista, insaciable y completamente desorientada.

Es una generación preparada para ser arrastrada, para servir de cabalgadura a quien es experto en el arte de cabalgar demagógicamente sobre la desesperación ajena.

¿Hay talento y cultura y capacidad y competencia y solidaridad e inteligencia en esta generación?

¡Claro que hay. Conozco unos buenos y valientes puñados de ejemplos!

Los jóvenes que detentan esta capacidades-características no encajan en el retrato colectivo, se identifican poco con sus contemporáneos, y no son esos que se quejan así (aunque estén sin blanca, como todos nosotros).

Llego a tener la impresión de que, si algunos jóvenes más exaltados pudiesen, tirarían a la cuneta a sus contemporáneos que trabajan bien, los que son emprendedores, los que consiguen buenos resultados académicos, porque, ¡qué envidia! ¡Qué fastidio!, son pijos, cromos que sólo estorban a los otros (como se vio en el último Prós y Contras) y, ¡oh,  injusticia! Ya son capaces de agarrar buenos sueldos y subir en la vida.

Y nosotros, los más viejos, estaremos en vías de ser cazados a la entrada de nuestros lugares de trabajo, para que dejemos libres los envidiados  lugares a los que algunos creen tener derecho y que por lo visto –y prueba lo que últimamente hemos oído de algunas almas- ocupamos injusta, inmerecida e indebidamente?!!!

A pesar del tono de esta mi prosa, lo que yo tengo precisamente es pena de estos jóvenes. Todo lo que he escrito antes sirve sólo para demostrar mi firme convicción de que la culpa no es de ellos.

La culpa de todo esto es nuestra, que no supimos formar ni educar, ni hacer mejor, pero es una culpa que muere soltera, porque es de todos, y la sociedad no consigue , no quiere, no puede asumirla. Curiosamente, no es esta la culpa mayor de la que nos acusan los jóvenes.

¿Habrá prueba más triste de nuestro fracaso?


sábado, 4 de octubre de 2014

No tener donde reposar la cabeza




                                                           Ilustração de Carlos Ribeiro


Vivir es difícil, ser feliz, mucho más. Es preciso aprender a dar y a aceptar. Comprender que las alegrías y las tristezas forman parte de nuestra esencia y que no nos debemos cerrar nunca. Cada uno de nosotros es una fuente de sentido para el mundo, para los otros, para sí mismo. Debemos mirar de frente, más halla del horizonte y seguir adelante. A pesar de todo.

La felicidad depende de ser sencillo. Conlleva sufrimiento, por la pureza que exige. Nunca se llega a la felicidad por lo material, porque pasa por renunciar a lo que tiene menos valor. Ser feliz es se, no es tener.

Una vida buena supone que seamos capaces de no dejarnos tocar e influenciar por lo que nos rodea, sin miedo. De la capacidad de ser sensible a lo que viene de fuera resultan las impresiones.

De la misma forma, quien busca una vida buena debe ser capaz de darse al mundo, entregando lo mejor de sí, arriesgándose a hacer el ridículo, sin miedo. De la capacidad de exteriorizar lo que viene de dentro, resultan las expresiones.

Impresiones y expresiones tienden a funcionar de forma armoniosa, en una especie de respiración. Se animan y se potencias unas a otras, garantizando una auténtica experiencia vital.  La presión que está en la base de ambos movimientos es la fuerza que transforma una supervivencia biológica en una vida humana plena de sentido. Sin ella, aparece una forma de presión, un fallo grave de esta dinámica esencial donde se conjugan expresión e impresión. El dar y el aceptar.

Antes de descubrir algún sentido a la vida, importa comprenderla tal como es. Aceptando los desafíos que nos lanza.

La muerte clava en el fondo de cada hombre la cuestión del sentido de la vida, ¡aunque muchos vivan como si ella no fuera probable siquiera! Posponen decisiones, tareas, empeños, palabras y actos para otro momento, para después, como si este tiempo fuese tan cierto como el anterior. No lo es.

Puede haber un infierno antes de la muerte, un estado del alma para quien, habiendo tenido una vida entera a su disposición, escogió demorar lo importante, acomodándose a la rutina fatal de las insignificancias. Después, ya en un momento tardío, contemplará de forma triste y tardía la vida que escogió para sí. Este demasiado tarde, sin ninguna posibilidad de volver atrás, es el tiempo de sufrir para muchos. Sin disculpas. Sólo la responsabilidad de quien se rindió al miedo y abdicó de luchar por la felicidad profunda y duradera. La única que existe.

Nada está decidido antes del último momento. Hay siempre tiempo para recomenzar.

Si morir es cierto, ser feliz no lo es… Y porque el precio de la pasividad es superior al del error, debemos arriesgar la vida por la felicidad, antes de la muerte, antes del infierno del demasiado tarde. Con la posibilidad de que seamos felices, tratemos de no tener que permanecer para siempre en las torturas de la culpa. Con la firmeza de quien sabe que por mayor que sea la tragedia, la felicidad depende siempre más de nosotros que de las circunstancias.

Muchas veces la necesidad de sentido choca contra la aparente indiferencia de la realidad frente a nuestras preguntas y desasosiegos. Resulta evidente que el mundo no nos responderá ni nos dará nada por lástima. Pero es en el abismo que nos separa del mundo donde somos llamados a construir la respuesta. ¡A ser respuesta! A que seamos el mundo que falta.

El camino que trazamos y recorremos nos lleva a la muerte, pero es a través de ella como se llega al infinito que existe más allá. Es por esta vida por donde se llega a la otra. ¿Cuántas veces para llegar a la luz, la paz, la fuente del bien en nosotros… tenemos que pasar por caminos largos, fríos y oscuros?


Puedo no tener donde reposar la cabeza, pero aún así, no dejaré nunca de tener la obligación de soñar, luchar y ser feliz. Amando. A pesar de todo.

jueves, 2 de octubre de 2014

Especialistas en provocar división



Son especialistas en provocar división. Y no se conforman con declaraciones, no, llegan a plasmarla en leyes que no se pueden aplicar sin ofender a la justicia. Han querido hacer un “código de familia” para destruirla, acompañándolo de leyes como las de género, la del aborto…

Voy a proponer un caso basado en la realidad: Hasta hace poco era una persona “respetable”, pero al separarse, y después divorciarse, sin que nadie le haya amparado, ni ningún juez sepa donde estaba la causa, lo castigan, con pensiones, con alejamiento, sin tutela de los hijos, etc. Pero lo peor es cuando el hijo también se convierte, a ojos de la justicia, en un delincuente, sin haber hecho las averiguaciones pertinentes. Aquí basta una denuncia, amparada por la discriminación positiva.

¡Cuánto tendrá que luchar esta persona con su conciencia para no caer en el desánimo! Para convencerse de que la justicia humana no es justicia, hoy menos que nunca,  refiriéndonos a las leyes de familia, la de adopciones, las que defienden ocho tipos o más de familia.  A la vista está que no son capaces de regular eficazmente, y recomponer,  las relaciones familiares; de aportar paz a la sociedad.

Tú escuchas esto de boca de un político novato y aspirante a primer ministro, del segundo partido del país: “Haré que las víctimas de terrorismo machista sean también reconocidas con funerales de Estado con la presencia del Gobierno y del presidente del Gobierno en el momento en el que se produzcan esos asesinatos viles". Y te quedas de momento aturdido, no sabes si es una genialidad o una barbaridad, pero en seguida caes en la cuenta de que busca desesperadamente votos, y es tan insensato, tan inmoral, que utiliza la desgracia de los demás para hacerse cercano, y pasar por bueno.

“Terrorismo machista”. Han creído que con esas leyes inicuas, con los cambios de denominación de la familia, el aborto, y otras sutilezas nefastas, iban a arreglar el mundo, pero la violencia doméstica crece sin parar,  porque la ruina económica y moral de tantas familias lleva a la desesperación. Y además es el reflejo o el preámbulo de lo que le ocurrirá a una sociedad que se ha dedicado con afán a socavar sus cimientos, alejándose de la justicia universal y eterna, del concepto de patria, y mandando callar a la Suprema conciencia, que conoce al hombre mejor que el  mismo hombre.

Quizá sea una forma más de llevar a cabo esta tercera guerra mundial que asola el mundo, sumándo lo que llama terrorismo machista,  al terrorismo político tradicional, impaciente por ocupar el poder para acabar con el enemigo, que en la actualidad ha logrado el poder en varios países del mundo, y al terrorismo más cruel y con aspiración universal, representado en el infame Estado islámico.

¿Dónde no hay guerra; dónde se  vive en paz; dónde no hay miedo al futuro; dónde no se ha instalado la miseria justo a nuestro lado? Campos inmensos de refugiados en todo el mundo, diariamente náufragos en el estrecho, siguiendo un espejismo; familias, separadas o no, que pierden sus casas, y han de ser socorridas… campañas para alimentar a los niños...


Pero frente a la violencia y la destrucción, son muchos también los que se revelan, y luchan, y colaboran voluntariamente a favor de las víctimas. No le será fácil al mal acabar con el bien. Gracias a Dios, y a muchas personas sanas que creen en la humanidad.