domingo, 26 de abril de 2015

Mediterráneo


Auto da Barca da Morte

En Portugal conviven, pacíficamente, judíos, cristianos, musulmanes y muchas otras personas de los cinco continentes y no hay, gracias a Dios, fuerzas políticas significativas que sean racistas o xenófobas.

Los números son aterradores: 800 personas del norte de África, entre las cuales cincuenta niños, se ahogaron, el pasado día 19, en el Mediterráneo, en algún lugar entre las costas de Libia y la isla de Lampedusa. Buscaban un mundo mejor y encontraron la muerte, el mayor naufragio de emigrantes en el mare nostrum.

El elevado número de personas en cuestión no constituye, con todo, una novedad. Según datos oficiales italianos, sólo en estos últimos días fueron rescatadas, por navíos de la marina mercante, cerca de diez mil personas en situación análoga. Pero, no todos los que salen de las costas mediterráneas, consiguen llegar a su destino. Muchos quedan por el camino, víctimas de naufragios debidos a la sobre dotación de las embarcaciones, a la falta de condiciones de seguridad de los navíos y, sobre todo, a la criminal responsabilidad de los armadores y las tripulaciones que se dedican a este infame tráfico de vidas humanas.

Igualmente, los que llegaron a Europa sanos y salvos, o sea, vivos, corren el riesgo de ser repatriados, si no se les diera una nueva patria. Sólo en el año pasado entraron, en la Unión europea, más de un millón cincuenta mil  refugiados de distintas procedencias. Las islas de Malta y de Lampedusa y las costas italianas, blancos preferidos de esta desesperada migración, dada su proximidad con el norte de África, son incapaces de acoger a todos los que huyen del hambre, de la guerra y del fundamentalismo islámico, que continúa diezmando a tantos cristianos, como las centenas de jóvenes nigerianas secuestradas y violadas por el Boko Haram, o los etíopes recientemente asesinados por el Estado Islámico.

La apelación más impresionante fue, más de una vez, la del Papa Francisco, que no en vano escogió Lampedusa para su primer viaje pastoral. Refiriéndose a las 800 víctimas mortales, recordó que “eran hombres y mujeres como nosotros, hermanos nuestros, que buscaban una vida mejor. Hambrientos, perseguidos, heridos explotados, víctimas de la guerra, que van en busca de felicidad”. Pero encontraron la muerte, tal vez ante la indiferencia generalizada de muchos ciudadanos comunitarios, para ya ni mencionar la hostilidad de los partidos xenófobos, en ascenso en algunos países europeos.

El primer ministro de Malta también deploró “la mayor tragedia de todos los tiempos en el Mediterráneo”, lamentando que los países más expuestos a este flujo migratorio, están prácticamente solos en este combate. Este drama no es sólo italiano, o de los malteses, sino internacional. Aunque ya sea tarde para salvar a las víctimas mortales de este terrible naufragio, es imperioso que no haya sido en vano el sacrificio de estas vidas.

Portugal tiene una antigua y honrosa tradición hospitalaria. Aceptó, durante la segunda guerra mundial, muchos judíos perseguidos, generalmente de paso hacia otros lugares, y no pocos jóvenes austríacos necesitados, que aquí encontraron familias que los hospedaron, como si fuesen sus hijos. En nuestro país conviven, pacíficamente, judíos, cristianos, musulmanes y muchas otras personas de los más variados credos, o sin ninguna religión, procedentes de los cinco continentes. No constan, gracias a Dios, fuerzas políticas o ideológicas, con significativa expresión nacional, que sean racistas o xenófobos.

Nuestras autoridades honrarían esta hidalga hospitalidad y sana convivencia multicultural, la cual no es extraña a nuestra raíz cristiana, si también ahora se responsabilizasen de coger a algunos de esos refugiados. También tenemos nuestra cuota parte en la resolución de este drama humanitario porque como escribió Saint-Exupéry, “cada uno es responsable de todos. Cada uno es único e irrepetible. Cada uno es el único responsable de todos”

En el Auto de la Barca del Infierno intervienen, entre otros, un ángel, un hidalgo, un fraile, un judío, un corregidor, un prestamista, un tonto, un ahorcado y, aún, el diablo y un compañero suyo. Así andan mezclados, en este mundo, el trigo y la cizaña que, con todo, no se deben confundir.

No se puede omitir la protección que es debida a los expoliados, pero sin desistir de la responsabilidad criminal de los que el primer ministro italiano llamó “contrabandistas de personas” y “esclavistas del siglo XX”. Así lo hace la Iglesia, durante siglos, luchando contra la esclavitud, que también en países cristianos se practicaba. Para los que trafican y explotan vidas humanas inocentes no puede haber lástima ni piedad, porque no hay misericordia posible para el diablo. No habrá sido por casualidad que éste y su compañero son, en la aludida pieza de Gil Vicente, los barqueros del barco infernal. Igual que ahora, por comparación.




sábado, 25 de abril de 2015

El lento camino de la virtud


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 25 de abril de 2015 



                                                        Ilustração de Carlos Ribeiro

El camino que sube es el mismo que desciende. La práctica de cualquier virtud supone la realización de una gran cantidad de actos en el mismo sentido. No hay héroes de un solo gesto. Nadie llega a ser bueno de un momento a otro. Las grandes obras son consecuencia de recorridos en los que la voluntad se sobrepone a la naturaleza pasiva repetida varias veces.

La virtud, así como la vida, nunca es un hábito.

Un vicio somete siempre a la voluntad, llevándola a desistir y a entregarse, cada vez que es seducida para caer. El camino que lleva a cualquiera a la perdición se hace de forma progresiva. Nadie llega a ser malo de repente. Los grandes disparates aparecen en la secuencia de otros disparates, menores, que van corrompiendo con paciencia  y determinación los cimientos de nuestra libertad, a fin de que, convencidos de que somos así, aceptamos hacer lo que nos perjudica y arruina nuestra verdadera felicidad.

Son más los hábitos que tenemos que aquellos que reconocemos… El miedo a lo desconocido lleva a muchos a no apartarse de los raíles que ya conocen. Las rutinas son difíciles de combatir, pues instalan automatismos en el lugar donde debían mandar la espontaneidad y la libertad. Hay mucha gente que llega a un cierto momento de su vida y para de evolucionar, dejando de perfeccionarse. Creen haberse encontrado… pero se pierden. En verdad, ningún hombre es estático, garantizado y consumado. Sólo los  muertos son así.

El perfeccionamiento personal al que todos somos llamados, supone firmeza, tranquilidad y sacrificios continuos. Sobrepasar estos sufrimientos pequeños es mucho más difícil que enfrentarse a uno u otro de los grandes. La virtud pasa mucho por la renuncia y por el sufrimiento, y estos, cuando son en dosis mínimas persistentes, consiguen tocar nuestra intimidad. Es uno de los más grandes y más simples secretos de la virtud: resistir a la insistencia constante de las pequeñas tentaciones.

Ser virtuoso es hacer aquello que, siendo posible, a muchos parece imposible. En verdad, será siempre más fácil de lo que parece. La dificultad está en mantenernos en la misma actitud frente a las más diversas formas que el mundo encuentra de inquietarnos y desviarnos de nuestro mejor camino. Y después está la soledad… los verdaderos héroes no tienen audiencia y no cuentan con ella.

Es lejos de las miradas de los otros donde me revelo como soy. Un héroe, un villano o una insignificancia corriente…

Cualquier vida se vuelve absurda cuando quien la debía gobernar se deja llevar por el estancamiento en los hábitos…

Nada sucede por casualidad y no hay saltos inexplicables. Muchas veces, será nuestra limitación de comprender la que justifica que creamos que es un caos lo que es una orden superior. Todos los momentos tienen un sentido, sea subir o sea descender. La virtud perfecta de los héroes sencillos es construirse, paso a paso, una huída de la parte egoísta de la naturaleza de cada uno de nosotros. El verdadero coraje y osadía pasan por no ser normales, vulgares, sino extraordinarios en nuestra forma de lidiar con la vida y con el tiempo que nos son dados. En la paz, debemos hacer la guerra en perjuicio de las flaquezas… y, en silencio, resistir las tentaciones de todo cuanto no nos engrandece.

Debemos ser prudentes y justos, ejercitando nuestra razón en favor de nuestro mayor bien, de nuestra alegría más profunda.

Debemos ser fuertes y templados, buscando siempre garantizar toda la pureza posible para nuestras emociones.


Inteligencia sensible, corazón fuerte.

lunes, 20 de abril de 2015

Un Papa políticamente incorrecto





Las declaraciones nada diplomáticas del Papa Francisco sobre el genocidio de los armenios caerían mal en Ankara. Ahora bien

En buena hora el Papa Francisco, el pasado día 12 de abril, denunció el genocidio armenio, en este año en que se cumple el primer centenario de este crimen contra la humanidad, que las autoridades turcas, contradiciendo la evidencia histórica, insisten en negar. Y lo hace de frente, sin componendas, llamando a las cosas por su nombre: genocidio.

La muerte de un millón y medio de armenios, o un millón setecientos mil, no es cosa Tepoca importancia, ni puede ser silenciada u olvidada. No debe ser minimizad, ni reducida a una insignificancia histórica. No es una cuestión interna de la moderna Turquía, en cuanto sucesora del imperio otomano, ni afecta exclusivamente a Asia Menor. Es un drama mundial que importa a todos, porque no respeta los derechos humanos y se trata de la supervivencia de un pueblo y de su cultura.

Armenia, aunque sin presencia oficial en el mapa del mundo de los países soberanos, es una nación de una riquísima tradición cultural y religiosa. Ya en el año 302, once años antes del edicto que dio carta de ciudadanía a la religión cristiana en los dominios del imperio romano, Armenia era un país oficialmente cristiano, tal vez el primero que sumió esa identidad religiosa. Esta circunstancia no habría sido ajena a la tentativa de su exterminio por el imperio otomano, mayoritariamente islámico, como musulmana es también la moderna Turquía, no obstante su constitución laica y su formal reconocimiento de la libertad religiosa.

Un lado significativo: entre 1915 y 1918, cinco obispos armenios fueron asesinados y otros tres deportados, mientras 129 sacerdotes, de un total de 250, fueron también asesinados. Dada esa persecución generalizada, muchos armenios se vieron obligados a emigrar a Europa –como fue el caso de Calouste Gulbenkian- y a los Estados Unidos de América, donde subsisten comunidades armenias que mantienen vivas sus tradiciones.

La dimensión gigantesca del exterminio de este pueblo mártir llevó al Papa Francisco a usar el término genocidio, comparándolo al holocausto de los judíos durante el régimen nazi, a las persecuciones estalinistas, al régimen comunista de Camboya y las matanzas perpetradas, más recientemente, en Burundi y en Bosnia. Lo mismo podría haber dicho de la actual masacre de cristianos en Nigeria, en siria, en Pakistán, etc. Silenciar estos crímenes contra la humanidad es traicionar la historia y ser cómplice, por omisión, de estos atentados. Quien calla, consiente.

El Papa no es sólo un líder religioso, sino también la suprema autoridad moral mundial. Como máximo representante de Cristo, le compete confirmar a los cristianos en la fe; y, como portavoz de la consciencia ética internacional, tiene el deber de denunciar públicamente todos los atentados contra los derechos humanos y la dignidad e independencia de los pueblos y de sus culturas. Sin la menor animosidad contra ninguna nación o tendencia ideológica o partidaria, el sumo Pontífice no puede dejar de ser políticamente incorrecto cuando la verdad histórica, los derechos inalienables de los pueblos y, principalmente, la dignidad humana, es pisoteada.

Las valientes declaraciones pontificias cayeron mal en Ankara, cuyo gobierno pidió de inmediato explicaciones al nuncio apostólico. Ahora bien. Cuando la Santa Sede decidió abrir el proceso de la eventual beatificación de Pío XII, que salvó la vida a millares de judíos, que acogió en el Vaticano, en Castel Gandolfo y en muchas instituciones católicas, las autoridades israelitas también reaccionaron con desagrado. Pero la Santa Sede no se dejó intimidar. Mal andaría el sucesor de Pedro si se dejase envolver por una calumniosa campaña mundial contra el papa Pacelli. O si, en el caso de los armenios, por respetos humanos, se excusase en el cumplimiento de su deber moral. En algún caso, más por vía de excepción, puede ser imperioso el silencio, si la denuncia pública pusiera en duda la vida de los seres humanos inocentes, pero la omisión de la obligación humanitaria de condenar la injusticia prepotente nunca se justifica por táctica política, conveniencia momentánea u otros intereses mezquinos.

Precisamente para ejercer, con plena libertad, este su magisterio universal,  conviene que el vicario de Cristo no sea súbdito de ningún gobierno nacional y tenga, formalmente, el estatuto de jefe de estado. La creación del diminuto estado de la ciudad del Vaticano, por obra y gracia de los tratados de Letrán, no obedece a una lógica de poder, ni a un resquicio del gobierno temporal de los anteriores obispos soberanos de Roma, sino una condición necesaria para que el romano pontífice pueda ejercer, en el seno de la comunidad de las naciones y sin presión alguna, su misión de supremo guardián de los principios morales.

También Cristo fue políticamente incorrecto, siendo por eso condenado por las autoridades romanas, con la aquiescencia del rey Herodes. Su realeza es verdadera, pero no es de este mundo: no es ningún proyecto de poder político, sino el testimonio libérrimo de la verdad a la que todos, sin excepción, tenemos derecho. Porque sólo la verdad nos hace libres.


sábado, 18 de abril de 2015

Verdades concretas y verdad íntima


18 de abril de 2015 


                                                      Ilustração de Carlos Ribeiro

Las verdades son objetivas, están ligadas a los hechos, son racionales y coherentes entre sí. De acuerdo con esta noción común, la verdad es una adecuación del pensamiento a la realidad. Las ideas serán verdaderas si reprodujeran con exactitud los hechos concretos.

Estas verdades se refieren a lo que tengo delante… lo opuesto a mí. Son meros contenidos superficiales y no cambia nada en mi interior si alguna de ellas estuviera equivocada. Además, ¡esas verdades son siempre provisionales! ¡Existen en cuanto verdad solo hasta que el conocimiento evoluciona y sean sustituidas por otras mejores!

Una verdad objetiva es siempre impersonal, racional y universal. Todos los hombres deberían ser capaces de conocerlas y entenderlas… ¿pero es que abstraer algo o alguien de la realidad concreta no es traicionarlo? Al final, si no presto atención a lo que lo hace original y único, consigo colocarlo en un sin número de estanterías y colocarle muchos rótulos, pero no estaré pensándolo en su verdad profunda.

Nada cambia en mi vida íntima si se prueba que una fórmula cualquiera de los químicos al final está equivocada y hay una mejor. Son verdades concretas pero no dicen nada de lo que es esencial.

La verdad que me importa es otra. ¿Lo que me inquieta es la Verdad que existe en lo más profundo de mí y yo desconozco, aquella que existe en el mundo y sólo a mí me merece respeto… ¿he hecho lo que debo? ¿Estaré  condenado al arrepentimiento? ¿Seré feliz? ¿Ahora o después? ¿Volveré a sonreír como cuando era un niño? ¿Llegará quien yo espero hace ya tiempo? ¿O, por lo contrario, la Verdad es que quedaré solo para siempre? ¿Quién es esa persona que debo esperar? ¿Qué soledad es esa que debo aprender? ¿Es fundada mi esperanza o sólo una ilusión? ¿Tiene sentido mi sufrimiento o es absurdo?

La esencia de cada hombre es tan única que escapa a cualquier tipo de verdad objetiva, nuestra identidad profunda es una especie de resto, un fallo en el sistema. Somos un grano de arena, el más insignificante de todos los otros granos de arena… ¡cada uno de nosotros es una discordancia original! Lo que somos escapa a todo intento de comprensión racional. Nuestra existencia particular es sublime y absoluta porque es una disonancia singular y excepcional. Actuamos diferente porque somos una diferencia. Nadie es solo más que uno.


Los valores, decisiones o gestos con que me expreso revelan lo que soy. Mi identidad se define por la línea con que separo lo que hago de lo que no hago. Todo cambia si mi verdad, mis valores se alteran, si tomara una decisión diferente o si cambiara un gesto por otro. Todo. Cambio yo y el mundo. Cambia la verdad. Sí, la verdad está viva, ella es la propia vida que me anima… da luz a mis pensamientos y calor a mis emociones. Sin verdad no hay nada… un vacío… un abismo oscuro y frío.

Este pedazo de tiempo y espacio, este mundo íntimo que cada uno de nosotros es, vale un universo. No porque seamos mejores que alguien, sino tan solo porque somos únicos… tan puros, como cuanta sea la autenticidad de que somos capaces.

La autoridad de cada uno de nosotros resulta de ser autores y protagonistas de la Verdad de nuestra vida. La responsabilidad es enorme, porque el riesgo es infinito… todo depende de la oscuridad, porque se puede perder en cualquier momento. No soy el fundamento de mí mismo. Ni mi propio fin…

El don de mi existencia es tan incomprensible cuanto concreto. Simple y admirable. Excelente y perfecto. Sublime.

Mi existencia, mi vida, la vida que soy, la vida que siento que quiere ser vivida en mí y a través de mí… no es una verdad, es la Verdad. Una bondad que se siente.

Sólo el corazón y la fe se pueden aproximar a lo que queda después de que la racionalidad retira todo lo que puede ser pensado, comprendido y aclarado. Soy lo que queda de ese proceso. Soy el resto. Tanto más puro cuantas más superficialidades hubiera sido capaz de desechar. Soy este qué irracional. Esta divergencia impar… esta migaja de vida que quiere vivir y ser feliz. Plena.


Lo más profundo e importante del mundo no se puede analizar de forma objetiva. La Verdad es íntima. Aún más íntima que la muerte en mí. Esa que sin una palabra me enseña tanto. La nada me amenaza a cada instante… el ser se construye contra la nada. Vivir es aceptar el desafío supremo de la existencia: construir un puente de sentido por encima del abismo de los absurdos de este mundo. Un camino que se hace por las elecciones en medio de la niebla que no me deja ver sino la luz que llevo dentro de mí. Aquella que me construye… a medida que la descubro… como principio, camino y fin.

domingo, 12 de abril de 2015

Tomás, el científico



http://observador.pt/opiniao/tome-o-cientista/
11/4/2015, 0:38

La incredulidad de Tomás favoreció la credibilidad científica de la resurrección de cristo.

Ver para creer –es la frase que, en cierto modo, inmortalizó al incrédulo apóstol Santo Tomás. Ausente durante la primera aparición de Cristo resucitado a los restantes apóstoles, se negó después a creer en lo que los otros redijeron. Pero aún, impuso, como condición para aceptar la resurrección del crucificado, tocar, con sus manos, sus llagas, para tener la certeza de que era el mismo cuerpo que había muerto en la cruz.

La actitud de Tomás revela, es cierto, falta de fe. El que necesita ver para creer no tiene fe, porque la fe es, precisamente, creer sin ver. Para creer en la resurrección de Cristo no era necesario, en sentido exacto, que nadie viese nada, porque bastaba que él había revelado que así iba a suceder.

Ahora bien Jesús de Nazaret dice que había de resucitar con ocasión de su transfiguración, sobre la cual impuso el embargo de la noticia, hasta que ese hecho se realizase. Se lo dice también cuando, por tres veces, anuncia su pasión, muerte y resurrección, que ocurrirá exactamente altercar día. Por tanto, en teoría, ningún cristiano necesita haber visto a Cristo vivo después de su crucifixión, para creer en su resurrección. Deberá ser suficiente su palabra y la ausencia de su cuerpo, misteriosamente desaparecido del sepulcro, al que los soldados hicieron guardia, durante el tiempo transcurrido entre su depósito en el sepulcro y sus primeras apariciones.

Con todo, convenía que el resucitado se apareciese y así aconteció en aquel mismo día de Pascua: primero, a las mujeres; después, sólo a María Magdalena; seguidamente, a Simón Pedro, individualmente; más tarde, a los discípulos de Emaús; y, ya al fin del día, al conjunto de los apóstoles. Por lo tanto, no fue sólo en la palabra de Cristo en lo que Tomás no creyó, sino que tampoco en la de las santas mujeres, en la de María Magdalena,  la de Cleofás y la de su compañero de viaje a Emaús, en la de Simón Pedro y, por último, en la de los restantes apóstoles que también lo vieron, al final de aquel día.

A pesar de ser tanta la gente que lo vio, en momentos y sitios diferentes, Tomás no creyó y se mantuvo firme en su incredulidad. Él que, por no haber estado presente, en teoría no se podía pronunciar sobre un acontecimiento del que no había sido testigo, no cedió, hasta ser confrontado con una prueba definitiva de la resurrección de Jesús.

Por eso, Cristo reapareció a los apóstoles en el domingo siguiente a la Pascua. Estando Tomás presente, fue instado a verificar lo que, hasta ese momento, aún no había creído, lo que hizo exclamando, lleno de admiración y devoción: “Señor mío, y Dios mío” (Jo 20, 28). Lo tocó, lo oyó e incluso lo vio comer un bocado de pez asado. Pero no se libró de la reprensión del Maestro, que le censuró su falta de fe.

Si es verdad que Tomás mereció esa censura, también es cierto que su actitud revela un espíritu crítico que es, en términos científicos, muy laudable. Si el hubiese aceptado acríticamente algo tan sorprendente como la resurrección de un muerto, quizá hoy hubiese quien dudase de la historicidad de ese
acontecimiento. Tal vez algunos pensasen que se había tratado de una sugestión colectiva, de una interpretación simplista de aquellos hombres y mujeres, rudos y sin instrucción. ¿¡Quién podría afirmar que no fue todo, al final, más que un error de percepción de sus discípulos!? Que Inconscientemente, habían tomado por algo real lo que, de hecho, sólo habría acontecido en su imaginación…

¡Gracias a Tomás, esas dudas no tienen sentido, no son mínimamente sustentables, precisamente por su falta de fe… y extraordinario espíritu científico! Sí, en verdad, él se condujo como un escrupuloso hombre de ciencia que, en principio, no acepta una tesis que no ha sido previamente verificada. Un científico, por lógica, sólo admite como verdadero un axioma comprobado experimentalmente o, por lo menos, susceptible de verificación empírica. El acontecimiento científico, por supuesto, requiere siempre, por lo menos un punto de partida para su propia especulación, esa referencia a la experiencia, que lo caracteriza en relación a otros saberes no menos verdaderos.


No fue la Iglesia la que impuso la resurrección de Cristo, sino que fue la resurrección de Jesús de Nazaret la que se impuso a la Iglesia, con la evidencia de un hecho indudable.  Pocas verdades de fe tienen tan firme fundamento racional. Si lo debemos a alguien, es sobre todo a Tomás, el apóstol inicialmente incrédulo, por cuya exigencia intelectual y riguroso análisis se vino a saber, en buena medida, la consistencia científica de este misterio cristiano.

sábado, 11 de abril de 2015

Las personas son un misterio



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11 de abril de 2015 







                                                      Ilustração de Carlos Ribeiro

  
Querida amiga,

Una de las virtudes más importantes es la de saber conocer alas personas. Cuando se fracasa ahí, la tragedia es casi segura… así, si me lo permite, le voy a escribir algunas líneas sobre lo que creo que es más conveniente a este propósito:

En primer lugar, no se puede evaluar a los otros sino con la medida que usamos para evaluarnos a nosotros mismos. No tiene sentido querer saber todo sobre otro sin antes haberse esforzado por conocerse a sí mismo.

Después, debemos tener siempre en cuenta que las personas se revelan en el tiempo. Cualquier análisis hecho con urgencia será, casi siempre, equivocado. Nadie se manifiesta en un momento o dos. No hay personas simples, nadie cabe dentro de una explicación fácil y rápida. Somos unidades vivas que se desenvuelven de forma progresiva. Nuestra identidad es un complejo equilibrio dinámico entre permanencia y mudanza.

Si no somos siempre lo mismo, tampoco mudamos a cada instante. Los mayores cambios en la vida se dan de forma sutil y casi desapercibida. Hay quien no se da cuenta de que es hoy opuesto a lo que era hace unos años, porque estos cambios de rumbo se dan sin un choque o movimiento brusco.

Sólo con tiempo podemos evaluar estancamientos, evoluciones y revoluciones.

Tiempo. Mucho tiempo. Tanto tiempo cuanto sea posible. Si le fuera necesario tomar alguna decisión, importa que sea humilde al decidir, sin confiar demasiado en su capacidad de leer señales y normas. La verdad es que la mayor parte de nosotros prefiere quedarse sólo con aquello que consigue comprender, ignorando el resto…  pero eso que puede parecer que está de sobra es, muchas veces, lo más importante… y sólo se podrá saber ver si le damos tiempo…

Pero, las personas nunca son lo que parecen. Nunca. Ni siquiera cuando parecen serlo que son. La apariencia nunca es la esencia. Hay quien se sirve de esta distancia para hacerse ilusiones, para engañarse a sí mismo e intentar engañar a otros…

Hay quien no sabe decir la verdad.

Lo que importa está dentro, más allá, de lo que se puede ver y tocar. Lo exterior es sólo un soporte de lo interior, un medio para revelarse. Una apariencia, por sí
sola y por más bella que sea, no es nada, no sirve para nada ni vale cosa alguna. Lo mejor de alguien nunca es evidente. Lo peor tampoco.

Es necesario saber además que una persona no es sólo una historia pasada. Son muchos los que hablan de sí mismos como si se conociesen bien, cuando en realidad sólo relatan acontecimientos pasados. Ahora bien, esas autopsias revelan solamente lo que ellos fueron, no lo que son: una especie de cadáveres sin presente ni futuro. Es tan fácil caer en este error… ¿no es así?

Cada uno de nosotros es una unidad donde pasado, presente y futuro se enriquecen unos a otros… lo que somos resultará más de las acciones que de las intenciones, más de la voluntad que de las casualidades, más de la esperanza que de los recuerdos.

Es un error común prever el mañana por el hoy. No somos secuencias lógicas. Somos libres y es en esta incertidumbre, ínfima e infinita, donde reside el sentido de nuestra vida, la verdad de nuestra autenticidad y el valor de nuestra singularidad.

Pero, como creo que sabe, querida amiga, hay quien, incluso ante las pruebas de falsedad de aquello en que cree, se agarra con voluntad ciega y redoblada a sus certezas… convenciéndose aún más de sus infundadas creencias.

Hay poca gente capaz de asumir la sabiduría de la humildad, comprender y creer que se engañó, y que, por mayor que haya sido su contribución emocional, está a la altura de ponerle fin y cambiar de rumbo.

Tendemos a inventar historias que nos ayuden a encontrar respuestas sobre la identidad, la nuestra y la del otro. Es raro que consigamos pensar que un ser humano es un verdadero y profundo secreto y, por eso mismo, nos engañamos con frecuencia, deliberada y cruelmente. La verdad es que casi nunca sabemos el por qué de lo que sentimos, aunque estemos casi siempre convencidos de que sí, por más íntimas que sean nuestras emociones…  

Si aceptamos que cada uno de nosotros es un misterio que se revela a lo largo de su tiempo, eso tal vez ayude a disipar las prisas que tantos tropiezos y absurdos nos causan…

Finalmente, le pido que medite en algo que me ha enseñado mucho: una vela es el pabilo, la cera es sólo el soporte. Su  verdadera luz se da en el tiempo, no en el momento.

Me complace usted, confío en usted y rezo por usted.


Agradecido

martes, 7 de abril de 2015

¿A dónde fue la dignidad?


Por Daniel Medina Sierra

en  http://pshsisaacperal.blogspot.com.es/2015/04/a-donde-fue-la-dignidad.html

Dicen los expertos en sicología que la supervivencia está por encima de cualquier otro instinto, y yo me hacía esta pregunta: ¿Y la dignidad del propio ser, no sobrevive?

La dignidad es un atributo particular e intransferible, o eso creía, hasta que toqué fondo. Cuando acabas en situación de extrema pobreza te das cuenta, o eres consciente de que los cimientos en los que construiste tu vida, tus anhelos, se caen en pedazos; que ese mundo del que antes formabas parte ya está fuera de tu alcance.

Es duro, pero las piedras en el camino te las suelen poner los mismos a los que antaño ayudabas, amigos, pareja, familia…Cuando pierdes el trabajo, lo pierdes todo, así de crudo, así de básicos somos los seres humanos: lo reducimos todo al dinero.

A veces me pregunto si soy yo quien perdió la dignidad, o son otros los que la perdieron…

¿Es más digno coger colillas, o pedir a la gente tabaco?

¿Es más digno decir no a alguien que vive de la mendicidad?... porque el más pobre es el que más da y más consciencia tiene de tu situación…

Particularmente pienso que la dignidad está por encima de mi propia supervivencia, es mi opinión; nada extraordinario, pero en este mundo de la pobreza es una rareza.

Mi dignidad me impide abusar de las pocas personas que quieren ayudarme en este trance, pedir lo justo, que a nadie le resulte una molestia; ofrecer lo poco que tengo y contribuir a una causa común, respetar los espacios y guardar los problemas propios e inquietudes, crisis…

Pero, esa misma dignidad,  me permite conmoverme y dar las gracias al que no tiene y te ofrece un plato de comida, a cambio de tu compañía,  ser justo y luchar por ti y por los demás, a remar contra corriente y levantarte con ánimos para empezar el día en medio de una sociedad hostil y asustada.

En tiempos de Jesús de Nazaret, eran los leprosos los excluidos sociales, teniendo incluso que avisar a gritos de su presencia, para que los demás se apartasen de su camino. Morían solos, despreciados por los mismos que antaño los habían querido… Estoy seguro de que morían más de pena que de otra afección.

Han pasado más de dos mil años, y la lepra del siglo XXI es la pobreza. Nos miran con desprecio, asco, soberbia, y al final nos creemos indignos de recuperar al menos parte del ser humano que fuimos en algún momento de nuestra vida.

Afortunadamente nos quedan los voluntarios, personas con empatía, que colaboran con todo lo que está en sus manos. Ellos creen en ti, ponen al ser humano por encima de todo, te dan la mano, te regalan una sonrisa cómplice y sincera, y te dicen que te quieren.

¿Hay algo más bonito que la palabra dicha con amor a tu prójimo?

sábado, 4 de abril de 2015

El viento que decidimos ser


José Luís Nunes Martins

https://www.facebook.com/jlmartins?fref=ts         
4 de abril de 2015 


                                                             Ilustração de Carlos Ribeiro


Una de las elecciones más importantes que cada uno de nosotros debe hacer es la de escoger el foco principal de nuestra atención y cuidado. Si lo que quiero cambiar es el mundo a nuestro alrededor,  o el interior de nosotros mismos.

Casi todos los bienes y males de nuestra existencia parten de nuestro interior, por lo que será ahí donde habrá que perfeccionar, de forma profunda, todo lo que existe en nuestro interior.

Uno de los trabajos más importantes de cada uno de nosotros será el de saber bien lo que queremos. El secreto de la felicidad puede estar ahí: descartar lo que nos pueda estar causando innecesarias ansiedades. ¿Cuántas veces dejamos algo fuera de nuestro control?

Existen tres tipos de cosas: las que dependen exclusivamente de nosotros; las que escapan por completo a nuestra decisión; y aquellas sobre las cuales tenemos algún control, pero no total.

Si hiciéramos que nuestra alegría dependiera de algo que no está en nuestra mano, entonces será fácil que nos sintamos privados de algo que, en verdad, nunca fue nuestro. Igual en los casos en que conseguimos obtenerlo, la ansiedad asociada a poseer, además de la probabilidad de perderlo de la misma forma que lo ganamos, es algo que perturba de forma seria nuestra libertad y nuestra tranquilidad.

No tiene mucho sentido que perdamos todo nuestro tiempo intentando conquistar lo que no depende de nosotros. Será  inútil, una pérdida de energía y de tiempo que podía y debía ser utilizado en aquello que es esencial y está al alcance de nuestra mano.

Si yo fuera capaz de dominar mis deseos, procurando valorar más  lo que tengo en vez de buscar lo que no tengo, si yo fuera capaz de hacer todo lo que está a mi alcance a fin de mejorar mi vida, en vez de esperar un milagro cualquiera que me coloque en las manos aquello por lo cual no he luchado, entonces estaré en el camino cierto y seré ciertamente feliz, aunque no llegue a los niveles que sueño. Porque, aún así, habré llegado más alto que aquellos, que en vez de levantarse, prefieren quedar echados a la espera de que sus fantasías se realicen solas.

Algo que está en nuestras manos es la posibilidad, y el deber, de establecer nuestros objetivos. Lo que pretendemos alcanzar y lo que estamos dispuestos a hacer a fin de conseguirlos. Otra dimensión esencial y que depende solo de nosotros, es el conjunto de nuestros valores, así como la determinación de vivir de acuerdo con ellos. Nuestros objetivos y valores debían ser un punto central de nuestra preocupación diaria. Atribuir el debido valor a cada cosa puede evitarnos mucho sufrimiento…

La importancia para nosotros de todo lo que existe en el mundo, interior y exterior a nosotros, es definida por cada uno. Soy yo el que valoro o menosprecio un objeto, una actitud, acción o incluso una persona. La forma como miro el mundo lo altera o me altera a mí. Podemos aprender a escuchar y a comprender de una forma diferente y, con ello, cambiar buena parte del  mundo en que vivimos.

Si mañana saldrá el sol o lloverá no debe ser mi preocupación. ¡Lo que puedo, quiero y debo hacer…eso sí, debía preocuparme hoy y ocuparme mañana! Para ser feliz, debo hacer lo que está hoy a mi alcance… en cuanto al resto, aún cuando no cumpla mi expectativa, no debe ser algo que me frustra por completo… seré feliz, porque lo he merecido. Por encima de todo, más vale merecer lo que no se tiene que tener lo que no se merece…al final, es mejor ser ciego que tener ojos y no querer ver…

Hay que establecer metas, interiores y exteriores. Procurando llevar al límite nuestras fuerzas y talentos.

Ya hay demasiada gente infeliz, los que se preocupan más de ser amados que en amar, no haciendo nada siquiera por mostrarse amables…

La felicidad depende de lo que yo decidiera ser en mi interior, así como también depende del mal que yo puedo impedirme escoger. Que seamos buenos, humildes y diligentes depende solo de nosotros. Sólo de nosotros. Si no lo llegamos a ser, la responsabilidad es nuestra. Ninguno de nosotros sería feliz por casualidad, sino siempre debido a un conjunto de elecciones profundas… que nos definen… tal como queremos ser.


Rumbo a lo mejor de mí, no es el viento el que me lleva, sino mi voluntad.

miércoles, 1 de abril de 2015

De “Via-sacra para crentes e não crentes”


Por José Nunes Martins, Paulo Pereira da Silva, Francisco Gomes
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10ª estaçión:
Jesús es despojado de sus vestiduras


V. Os adoramos y bendecimos, Oh Jesús
R. Que por tu Santa cruz redimiste al mundo

“Pero yo soy un gusano, no una persona,  
la deshonra del ser humano, la vergüenza del pueblo.
Cuantos me ven, se ríen de mí.”
Sl. 22, 7-8a

Hay quien no se acepta a sí mismo.

Hay quien cree que la dignidad se pierde en la pobreza.

Pero quien pierde la dignidad es quien provoca la pobreza.

Miserable es quien no hace nada en auxilio de los que viven con casi nada.

Mi cuerpo no me es extraño y mi intimidad es parte de mi vida. Pero soy más que eso. Mucho más.

La belleza de mi vida es lo que existe por dentro de las heridas, lo que está tras las flaquezas.

Aceptar al otro es acogerlo de forma integral, aceptando sus perfecciones e imperfecciones, sus virtudes y sus flaquezas. No se aman máscaras ni mentiras.

¿Qué me lleva a juzgar por las apariencias lo que es mucho más profundo?     ¿Cuántas veces prefiero tener a ser?            ¿Qué me falta aceptar de mí mismo?      ¿Lo que soy… viene de dentro?

Agotado, el Señor llega a la colina.

Silencio. Ni un ruido, ni el mismo viento se deja sentir.

El Señor se levanta, grande, lentamente, y contempla la cruz. Su cruz.

Es el pecado lo que mata, no los hombres. Alguien se aproxima, algún soldado que, bruscamente, le quita la túnica sin costura.

El rey está desnudo…

Desnudo como en el día del Bautismo, en las aguas del Jordán, pero ahora no iluminado por la voz del Padre: “Este es mi Hijo muy amado.”

Señor, si algún día mi honra fuese puesta en duda, si alguien, desconociendo mis intenciones, las considera malignas o falsas, si me calumnian y se burlan de mi reputación, sobre todo si fueran cercanos y con acceso a lo que pienso, enséñame a entregarme al Padre y confiarLe mi dignidad.