sábado, 30 de julio de 2016

Somos pasajeros – al infinito


JOSÉ LUÍS NUNES MARTINS


La vida, como un tren, nos lleva a muchos lugares, tiempos, razones y sentimientos. Cada uno de nosotros entra en una estación y en otra, que desconoce, tendrá que salir. Vemos a mucha gente embarcar y desembarcar.

El camino es siempre único, pero las bellezas del mundo son comunes. Algunas están en los paisajes de los días y noches que vivimos, otras en el interior del tren: los pasajeros que comparten con nosotros parte del viaje... y aún hay la mayor de las bellezas: la del mundo que crece dentro de nosotros. La maravilla de ser, tener y sentir un corazón que crece solo porque puede recoger un poco de cada esquina que hay en el mundo.

Muchos imaginan la felicidad como un sosiego donde el placer es permanente, pero la verdad es que tenemos  que ser nosotros luchando contra los deseos que nos inquietan y destrozan la paz, aquellos que realizados satisfacen, pero luego se apodera del alma un vacío mayor... Importa aprender a distinguir las inquietudes buenas, que nos llevan a superar nuestros límites, de los desasosiegos que solo nos destruyen, porque nos hacen inútiles y caprichosos. Hay placeres buenos y dolores buenos...

Ser feliz no es estar por encima de las nubes. No es un tren especial o un vagón de primera clase. No es, siquiera una estación. Ser feliz es aprender a aceptar el viaje, tal como él es, con el corazón abierto...

Ser feliz es un pedazo bello del mundo que no pierde el brillo de su armonía, a pesar de todos los accidentes del camino, a pesar de los inviernos que parecen no tener fin... e, incluso, de las tempestades que vienen siempre con voluntad de arrancar los árboles por la raíz y nuestro tren de las vías...

Tal vez ser feliz pase por la capacidad de dejar un poco de sí en cada esquina del mundo.
Vivir es poder sentir de cerca mucha lejanía...ser feliz es acercarse y encontrar formas de permanecer siempre allí.

La felicidad, como la vida, no es un momento, es un viaje sin regreso, una aventura sin fin.




((ilustração de Carlos Ribeiro)


http://rr.sapo.pt/artigo/60177/somos_passageiros_do_infinito

domingo, 24 de julio de 2016

“¡No tendrán mi odio!”



Cada cristiano puede y debe defenderse, y a la sociedad, también por las armas. El terrorismo no admite tolerancia. Pero si Cristo perdonó a quien lo crucificó, el cristiano también está obligado al amor y al perdón.

Hay alguna fiereza y crueldad en el modo como se reduce un atentado y más un acto terrorista. Es verdad que, en términos históricos, la tragedia de Nice no fue la primera, ni será, desgraciadamente, la última. Con todo, para todos los que en ella perecieron y para las familias de las víctimas, Niza no fue solo un episodio de una tragedia ya conocida: fue el acto final de un drama que no se puede subestimar. Por más sinceras que sean las condolencias, o por más sentido que sea el pesar, nadie puede restituir la vida a las personas que la perdieron, ni compensar a los que sufrieron tan irreparable pérdida.

Así fue también el 13 de noviembre de 2015 cundo, en París, Bataclan se convirtió en un antro de horror y de muerte. Antoine Leiris vivió muy de cerca este drama, en el cual murió su mujer y madre de su hijo, de solo un año y medio. Para exorcizar su alma y preservar la inocencia de su hijo, redactó un texto que es “un acto de resistencia al horror, un homenaje a su mujer, Hélèn, y un testimonio de amor y esperanza para su hijo, Melvil. Un libelo contra el odio, por un futuro de amor y paz” –se lee en la pestaña de ese libro, que la editora Objetiva dio a la imprenta, con el título de esta crónica, en abril de este año.

Es para los terroristas que asesinaron a su mujer y madre de su hijo para quien escribe Antoine Leiris las líneas más impresionante: “El sábado por la noche, ustedes robaron la vida de un ser excepcional, el amor de mi vida, la madre de mi hijo, pero no tendrán mi odio. No sé quiénes son ustedes y no quiero saberlo, son almas muertas. Si ese dios en nombre del cual matan ciegamente nos hace a su imagen, cada bala en el cuerpo de mi mujer habrá sido una herida en su corazón”.

Con todo, Antoine no cede a la tentación de la venganza: “no, no os daré el placer de odiaros. Y, no mientras, ustedes hacen todo por merecerlo, pero responder al odio con rabia sería ceder a la misma ignorancia que hace de ustedes lo que son. Quieren que yo tenga miedo [...]. Pues perderán. [...] Es claro que estoy destrozado por el disgusto, os doy esa pequeña victoria, pero será de corta duración. Sé que ella nos acompañará todos los días y que nos reencontraremos en el paraíso de las almas libres, al cual ustedes no tendrán acceso”.

 “Somos dos, mi hijo y yo, pero somos más fuertes que todos los ejércitos del mundo. Además, ni siquiera os voy a dedicar más tiempo, voy a dedicarlo a Melvil, que está despertando de la siesta. Tiene solo diecisiete meses, va a comer como todos los días, después vamos a jugar como todos los días, y el resto de la vida este niño va a haceros la afrenta de ser feliz y libre. Porque no, tampoco tendrán el odio de él”.

No es fácil actuar con tanta nobleza y dignidad a tan vil ofensa: la respuesta natural sería la del talión, la de exigir ‘ojo por ojo y diente por diente’,  la de  segar las vidas culpables de muertes inocentes. Se podía esperar, por lo menos, un deseo si no de venganza, por lo menos de reparación por el crimen cometido. Pero una represalia  por el crimen sería ya una cesión a la lógica que preside estos ataques que, no en vano, son terroristas. ¿De qué va a servir matar más mujeres, hombres y niños inocentes en palestina, en Siria, o en Irak? A la injusticia no se puede responder  con la injusticia de signo contrario, sino con la justicia y la ley, aún cuando estos medios puedan parecer insuficientes ante un maltan brutal y aterrador. La superioridad de la civilización está, precisamente, en esta su aparente flaqueza: el día que los terroristas hubieran logrado que se les responda con la misma moneda, habrán alcanzado su objetivo y ya no nos diferenciaremos de ellos.

Humanamente hablando, no se puede pedir más de lo que el viudo de Hélène y padre de Melvil fue capaz de escribir, en tan dolorosa declaración. Pero la caridad cristiana, que obliga a luchar implacablemente contra el mal, va más allá de esta mera recusación del odio y de la venganza. Sí, es verdad que, “si ese Dios, en nombre del cual matan ciegamente, nos hace a su imagen y semejanza, cada bala en el cuerpo de mi mujer supondrá una herida en su corazón”. Pero es igualmente verdad que también los asesinos, por mucho que nos cueste reconocerlo, fueron criados a imagen y semejanza de Dios: ellos no son aún ‘almas muertas’ y nadie los puede excluir del ‘paraíso de almas libres’. No hay, en este mundo, pecador que no pueda convertirse, ni justo que no se pueda condenar.

Cada cristiano puede y debe defenderse y defender a la sociedad, también por las armas, siempre que lo haga por medios lícitos y proporcionados. El terrorismo no admite ninguna tolerancia. Pero, si Cristo perdonó a los que lo crucificaron, el cristiano también está obligado al amor y al perdón: “Oísteis que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo’. Yo, por esto, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian y orad por los que os maltratan y os persiguen” (Mt 5, 43-45). Se puede amar y orar por los terroristas, sin dejar de combatirlos y castigarlos, del mismo modo que los padres, cuando reprenden y castigan a los hijos, no dejan de marlos.

Quien cultiva solo los valores laicos de la justicia y de la tolerancia, tal vez consiga no vengarse, ni odiar. Pero solo quien profesa una moral superior como la caridad cristiana, puede, sin renunciar a la lucha por la justicia y por la paz, perdonar y amar a los enemigos.


sábado, 23 de julio de 2016

La princesa y los muros


JOSÉ LUÍS NUNES MARTINS


- Buenos días, Forças...

-Hola, princesa, ¿qué vamos a hacer hoy?

- Hoy volvemos al muro de ayer. Tenemos que derribarlo.

- Hola... Serás tú siempre quien  decide, ¿pero... por qué razón me gastas en estas pequeñas cosas? No sería mejor que buscáramos una forma de rodear a ese adversario, ya que él sólo es enemigo porque tú lo consideras como tal... al final, solo no cedió a tu voluntad... y sabes, él es un muro, no tiene voluntad siquiera. Te gustan demasiado los muros...

-Sí. Pero yo necesito demostrarme a mí misma que soy capaz de cumplir lo que imagino y de acabar lo que  he comenzado.

- Princesa, nuestro valor depende de la capacidad de ser fieles a nosotros mismos, de ser constantes en los buenos y en los malos momentos.

- Eso mismo. Yo no quiero ser como aquellas personas que están siempre dispuestas a entrar en contradicción. Prefieren agradar a los otros en vez de respetar la verdad. Nos atraen para engañarnos.

-Claro, pero no todas las firmezas son buenas. La excelencia de alguien depende mucho de ir adaptándose a las circunstancias. Siempre con humildad, sin querer nunca ser más fuerte que el mundo. ¡La obstinación es una especie de maldición para quien la tiene!

- ¿Qué quieres decir? ¿Quién cambia de ideas es mejor que quien mantiene siempre las mismas?

- Lo que creo s que tu nobleza dependerá siempre del valor de las ideas que escoges, mucho más que de tu determinación. Si es fiel a algo insignificante, te vuelves insignificante. Al contrario, si no desistes de algo valioso, entonces serás noble, porque estás siendo fiel a algo noble.

- Yo quiero luchar, con todo, en defensa de lo que creo.

- ¡Oh mi querida princesa, ¿cómo prefieres gastar tus fuerzas y la mías? Son muchas, pero no son infinitas!

- Quiero que luches conmigo por aquello que creo.
¿Pero... quieres ir lejos... guardando, cada día, fuerzas que gastaríamos en luchas sin sentido? ¿O... prefieres que luchemos contra todo lo que se nos oponga, sin querer pararnos a buscar otros caminos?

- No entiendo...

- ¿Prefieres malgastar las fuerzas contra todo lo que se nos oponga o invertirlas en aquello que vale la pena?

- ¡Prefiero intentar llegar lejos... incluso porque no me gusta estar siempre en el mismo sitio!

-  Nosotros evolucionamos, pero solo mientras tuviéramos paciencia para aprender. Mantén tu inteligencia atenta y tu corazón abierto.

-¿Cómo hago eso?

-Cuando algo se te resista o se opusiera a tus planes, no cedas a la voluntad de someterlo y pasarle por encima. No cierres los puños y los dientes, cerrando los ojos y los oídos...

-Pero...

- Aquí no hay más, tu razón encontrará siempre el camino mejor para tus fuerzas. Aunque, a veces, se demore mucho...

-No sé qué decir, Forças...

- ¡Poco importa, princesa! ¿Dónde quieres ir? ¿Hacia el muro de ayer?

- ¡No, vamos a dar la vuelta al muro y a ir más lejos! ¡Mucho más lejos... hacia el horizonte! ¡¡¡Vamos a dar la vuelta al mundo!!!

  (ilustração de Carlos Ribeiro)


http://rr.sapo.pt/artigo/59674/a_princesa_e_os_muros

viernes, 22 de julio de 2016

“La era de la envidia”

Ayn Rand

 “La cosa más inmoral del mundo es atacar a alguien por sus virtudes”

La envidia, etimológicamente, del latín: invidia, ‘no ver’. Según los diccionarios, disgusto por el bien ajeno. Deseo de poseer lo que el otro tiene (acompañado de odio al poseedor).

La envidia es producto del disgusto desencadenado por el sentimiento de inferioridad. En el mito bíblico que describe la creación del mundo, la caída de la humanidad  se produce cuando la astuta serpiente –envidiosa de la supremacía de su Creador- ofrece a la mujer la manzana prohibida, depositaria del conocimiento del bien y del mal. Aún más, conforme con la fuente bíblica, el primer fratricidio practicado sobre la tierra es igualmente patrocinado por la envidia.

Admitir que se es envidioso es reconocerse mediocre en una u otra faceta de la vida, razón por la cual la envidia es el más negado de todos los sentimientos. Todo el mundo se ve envidiado. Envidioso, claro, es siempre otro.

No obstante, cuando una persona se ufana de no haber sentido  nunca envidia, no se trata, es obvio, de una criatura pronta para ser canonizada, sino más bien de alguien que se niega a luchar con los propios sentimientos.

Resquicio de nuestro instinto de conservación, la envidia es innata. No es necesario aprenderla. Cuando se comprende bien, es conducida, se transforma en sana admiración por los hechos ajenos y consecuente estímulo para la aplicación de las propias potencialidades. Cuando es reprimida, se convierte en frustración y actitud vengativa. En esas condiciones, sirve de base para críticas mordaces, comportamientos corrosivos y, no es raro, criminales, que miran siempre la destrucción del envidiado.

Con su vocabulario lúcido y conciso, la filósofa y dramaturga Ayn Rand (1905-1982) habla acerca de lo que ella denominó “La era de la envidia”

http://www.revistapazes.com/coisa-mais-imoral-da-terra-e-atacar-alguem-por-suas-virtudes/


domingo, 17 de julio de 2016

Los ‘esses jotas’ e os ‘ex-jotas’




Hay políticos que hicieron de la militancia en una juventud partidista su única escuela. ¿Cómo pueden estos ex jotas promover una educación de calidad, si ellos mismos la preterirán en beneficio del poder?

El pasado día 9 de julio, el patriarca de Lisboa, D. Manuel Clemente, confirió el sacramento del orden, en grado de presbiterado, a cuatro diáconos portugueses jesuitas. La ordenación de estos nuevos padres tuvo lugar en la bellísima iglesia de San Roque, que en tiempos fue de la Compañía de Jesús. 
Ahí yace el cofundador portugués de esta congregación religiosa, el P. Simão Rodrigues sj (él es ‘esse jota’ y son las iniciales, en latín, de la Compañía de Jesús; los jesuitas se identifican por el uso de esta sigla, después del nombre).

Se da la feliz coincidencia de esta festiva celebración coincide con el pleno año santo de la Misericordia en un tiempo jubilar, muy oportunamente asentado en la parte alta de la calle de la Misericordia de Lisboa. Pero una curiosa coincidencia: en este año tiene lugar el tercer centenario de la fundación del patriarcado olisiponense y es, en la iglesia de San Roque, donde yace el primer patriarca de Lisboa, D. Tomás de Almeida.

Más allá de este apunte histórico, importa subrayar que no es frecuente que una institución católica portuguesa reciba, en el mismo año, esta cuádruple bendición. Cualquier vocación sacerdotal es una gracia de Dios para la iglesia y para el mundo, ¡pero cuatro, en el mismo año, es casi un milagro!
En este caso, hay también otras circunstancias dignas de señalar. La primera es que los cuatro religiosos, ahora ordenados presbíteros, sin ser vocaciones tardías, son más viejos y maduros de lo que es habitual, porque todos tienen más de treinta años.

¡También llama la atención el carácter cosmopolita de sus orígenes y de su formación: Ninguno de los cuatro nuevos padres tuvo una vida y aprendizaje ceñida a un único país, ni a un único saber!

Andreas, de origen alemán, estudiante de teología en Roma y, de momento, profundiza sus conocimientos filosóficos y teológicos en parís. Antonio, hizo sus estudios primarios y liceo en Estrasburgo, se licenció en Derecho por la Universidad de Lisboa, estudió filosofía en Braga, teología en Madrid y, en la actualidad, está especializándose en derecho canónico en la Universidad Gregoriana, en Roma. Bruno, ya doctorado en física cuando entró en la Compañía de Jesús, cursó después filosofía y teología, se licenció en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Católica Portuguesa y, tras cuatro años de teología, en Boston, se prepara ahora para hacer un post doctorado en filosofía, en la Universidad Estatal de Río de Janeiro. Por último, Francisco, después de estudiar derecho en Lisboa hizo Filosofía en Braga y, más tarde, de nuevo en Lisboa, el máster en ciencia política; en Maputo, ayudó a fundar la Universidad Católica de Mozambique, habiendo iniciado después sus estudios teológicos en Londres, que ahora prosigue en Boston.

En un mundo globalizado es cada vez más necesario que los sacerdotes tengan una solida preparación científica y diversa experiencia sociocultural. ¡Ahora bien, gracias a Dios y a la instrucción recibida, estos cuatro ‘esses jotas’ no sólo tienen una excelente formación científica y teológica, sino también ‘tienen mundo’!
Es verdad que este caso no es único porque, cada vez más, llegan a los seminarios diocesanos candidatos con estudios superiores, algunos ya licenciados y con experiencia profesional. También en otras instituciones eclesiales se procura dar una formación más intensa a los futuros presbíteros. Es el caso, por ejemplo, de la Prelatura del Opus Dei, de la que formo parte, en la que se exige a todos los Padres, además de los estudios filosófico teológicos indispensables para la ordenación sacerdotal, una licenciatura civil y un doctorando en filosofía, teología o derecho canónico.

La formación humana y científica no es, para un padre, la más importante: ¡Jesucristo, el carpintero, no tenía ninguna licenciatura, y el primer papa era pescador! Pero, la preparación filosófica y teológica es esencial para quien, como escribió San Pablo, debe ser “capaz, no solo de exhortar a la doctrina, sino también de refutar a los que la contradicen” (Tit 1, 9). No es por casualidad que las universidades fueron creadas por la Iglesia católica y que, después de la expulsión de los jesuitas, la educación nacional sufrió una de las peores crisis de su historia.

Felizmente, en la política portuguesa hay quien brilla por su formación académica, como es el caso del actual presidente de la República. Pero también hay dolorosas excepciones: aún está en la memoria de todos la atribulada vida académica de un destacado ex primer ministro, así como la licenciatura, que al final no era, de un ministro del antepenúltimo gobierno. Por eso, si hay políticos procedentes de las juventudes de sus partidos que tienen un excelente currículo académico y profesional, también los hay que optaron por hacer de la militancia de cualquier “jota” partidaria su única escuela. ¿¡Cómo pueden estos “ex jotas” promover, al ser investidos de responsabilidades gubernativas, una educación de calidad, si ellos mismos la preterirán, en beneficio del ejercicio del poder?! Debe ser por eso que son contrarios a la enseñanza de excelencia que, a bajo costo, tantas escuelas católicas, especialmente  jesuitas, ofrecen públicamente, sobre todo a la población más necesitada.

Decididamente, la diferencia de educación, humana y científica, entre los ‘esse jotas’ y algunos ‘ex jotas’ es mucho mayor que la semejanza de los términos podría llevar a creer...


sábado, 16 de julio de 2016

Las lágrimas que el amor hace volar


JOSÉ LUÍS NUNES MARTINS


¿Si los sueños que me hacen llorar son buenos, por qué razón no les he de ser fiel? ¿Por qué sufro por ellos? No. Quien desiste de lo que puede y debe ser se condena al infierno de vivir lejos de sí mismo.

Ser feliz, en esta vida, es luchar por la felicidad y ser capaz de encontrarla, hasta en la desgracia. Si el fondo de mi pozo siempre puede ser más hondo, también es verdad que siempre puedo levantarme y luchar para que no lo sea.  

Lo normal es una ilusión, una forma simple de desistir de nosotros, en favor de una ilusión que, desde fuera, se intenta imponer a todos. No hay dos personas iguales en el mundo...

No soy feliz con los sueños de otro, así como tampoco seré infeliz con los míos
Tres buenos principios de vida son: soñar, aunque duela; luchar por los sueños, aún cuando todo parece estar en contra; ayudar a los otros a soñar y a luchar por la construcción de su alegría original, singular y autentica.

Las lágrimas que lloro vuelan. Exactamente. Ya fuera de mí, se tornan nubes y riegan los árboles que han de florecer en el paraíso que sueño... y por lo cual lucho y quiero luchar.

Las semillas que plantaron en mí y de las cuales debo cuidar, determinan lo que fui, lo que soy y lo que puedo ser. Pero si este tesoro me llego de forma gratuita, no puedo dejar de cuidar de él... si no quiero perderme.

Yo me voy haciendo en mi camino, con el amor de que fuera capaz
No hay nadie normal en el común mundo de los mortales... somos todos extraordinarios... somos todos inmortales.



(ilustração de Carlos Ribeiro)


http://rr.sapo.pt/artigo/59195/lagrimas_que_o_amor_faz_voar

domingo, 10 de julio de 2016

Cuando el hábito no hace a la monja: la Reina Santa




Es extraño que los que tanto reclaman la ordenación sacerdotal de las mujeres, nunca hayan reivindicado, para las musulmanas, lo que hace por lo menos ocho siglos  ya era reconocido a las mujeres cristianas...

El pasado día 4 tuvo lugar la fiesta litúrgica de la Reina Santa Isabel y, en este año, se celebra el quinto centenario de su beatificación: dos razones de peso para evocar esta egregia figura de la historia nacional, que es también, para la Iglesia universal y para toda la humanidad, un luminoso ejemplo de santidad secular y laical.

Como reina de Portugal, Isabel de Aragón, fue llamada a ejercer la realeza, junto a su marido, el Rey Don Dinis, al mismo tiempo que, como tantas otras mujeres de su tiempo y de todas las eras, cumplió, de forma ejemplar, sus obligaciones familiares. La realeza de su origen y condición matrimonial no fue impedimento para el virtuoso desempeño de su misión familiar, ni la familia fue disculpa para no implicarse en las cuestiones políticas y sociales de su tiempo.

Es sabido, como escribió un biógrafo de la Reina Santa, que “al día siguiente de la muerte de D. Dinis, y de acuerdo al propósito expresado hacía menos de una semana, la reina vistió el hábito de Santa Clara”. Pero tal opción en nada contraria a la secularidad de su condición, en la medida en que no se trató de una toma de hábito canónica, sino solo una expresión de su humildad, pobreza y devoción.

Precisamente, para evitar cualquier equívoco  que su nuevo traje pudiese producir, Isabel de Aragón, en declaración expresa de 8 de enero de 1325, afirmó que su elección no obedecía a otra razón que no fuese su luto, o sea, “solamente por causa de la tristeza, dolor y humildad”. Y, para desvanecer cualquier duda sobre las consecuencias jurídicas y canónicas del hábito que se propone vestir, declaró además que lo hacía “no por Religión, ni por profesión (religiosa), ni por obediencia a cualquier Orden concreta”.

Por eso, en su declaración también manifestó su intención “de conservar y disponer ‘de todos nuestros bienes y derechos, muebles y de raíz, y libremente vender, donar, incrementar, empeñar, prestar o tomar por préstamo’”. Un propósito tal es, como es obvio, contrario a los votos religiosos de pobreza y obediencia. Precisamente porque no prescindía de su condición secular y laical, Santa Isabel no solo no abdicó de la propiedad de sus bienes, al tiempo que manifestó su intención de “hacer iglesias y monasterios, hospitales y otros lugares piadosos; para limosnas y otras disposiciones que quisiéramos hacer en vida o por muerte, según nos parezca, consideremos por bien y como Dios nos de la gracia de hacer”.

Subráyese esta singularidad: La Reina Santa no solo no desistió de la titularidad de los bienes de que era propietaria y que, como convenía a una reina, eran abultados, así como manifestó ser su deseo recurrir a su uso para las obras de piedad que tenía en mente realizar. O sea, no solo no fue una reina monja, sino también una reina emprendedora, arquitecta, ingeniera y constructora civil, decidida como estaba a “hacer iglesias, monasterios, hospitales y otros lugares piadosos”.

De su empeño da cuenta la Relación escrita poco después de su muerte: “mandaba como se debían hacer las obras, de modo que, en las casas que ordenaba construir, todo se hacía según sus proyectos”. Por tanto, la Reina no se limitaba a ordenar o a financiar la construcción, sino que acompañaba su ejecución, hasta en lo que se refería a los aspectos más técnicos, enseñando y corrigiendo a los trabajadores: “los obreros, a quien dirigía, se maravillaban al comprobar cuanto sabía y como censuraba y corregía aquello en que trabajaban”.

Si se tiene presente que la Reina Santa vivió a finales del siglo XIII y principios del siguiente, es impresionante verificar la autonomía que, ya entonces, tenía una mujer y reina cristiana, sobre todo si se tuviera presente que, en la actualidad, las mujeres que viven en algunos países islámicos ni siquiera pueden sacar el carnet de conducir. Incluso la actual mujer del rey de Marruecos, no solo no comparte con su marido el ejercicio de la realeza, como tampoco tiene título o condición de reina...

Es extraño que los que tanto reclaman la ordenación sacerdotal de mujeres en la iglesia católica, aún no se acuerden de reivindicar, para las mujeres musulmanas, lo que en esa misma Iglesia, hace por lo menos ocho siglos, ya era reconocido a las mujeres cristianas... Las activistas semidesnudas que, el 18 de abril de 2013, remojaron al arzobispo de Bruselas, Mons. Leonard, al mismo tiempo que lo insultaban y gritaban eslóganes feministas, nunca osaron hacer, que se sepa, una protesta semejante en un país islámico. No será, ciertamente, por falta de razones objetivas, sino tal vez por déficit de coherencia, o de coraje...

Además, la Reina Santa Isabel no es un caso único de emancipación feminista en la Edad Media cristiana: son paradigmáticos los ejemplos de S. Juana de Arco y los de muchas otras mujeres que, en ese tiempo, fueron consortes reales, a veces hasta encargadas, como regentes, del gobierno del reino. También hubo quien fue, por derecho propio, reina, como Isabel la Católica y, como tal, ejerció las funciones inherentes a la realeza, como auténtico jefe de Estado, que era de pleno derecho. Y todas las órdenes religiosas femeninas ya entonces eran gobernadas, a todos los niveles, solo por mujeres, en igualdad de condiciones con sus congéneres masculinos.

D. Dinis era consciente de que su mujer no solo no era inferior a él, sino, incluso, tanto o más merecedora de la dignidad real. Por eso, en su inspirado poema, que se supone dedicado a la Reina Santa Isabel, no tiene inconveniente en afirmar: “: “Pois que vos Deus fez, mia senhor/ fazer do bem sempr’o melhor/ e vos en fez tam sabedor, / uma verdade vos direi: / se mi valha Nostro Senhor/ érades boa pera rei!”.

http://observador.pt/opiniao/quando-o-habito-nao-faz-a-monja-a-rainha-santa/


sábado, 9 de julio de 2016

​Ser doblemente feliz


JOSÉ LUÍS NUNES MARTINS


Estimada, valiente y muy noble caballera,

Creo que ya es tiempo de hacerle llegar algunas palabras respecto de lo que he aprendido en mi vida y que puede serle útil a la suya. No porque se vaya a acabar la mía, así lo espero, sino porque la suya, que comenzó con fuerza, promete ya superarme en todo.

No desee tener más de lo que el mundo le dé. Sueñe y luche por ser más. El tener es pasajero, el ser se construye y permanece. Acepte con gran alegría  lo poco que alguien quiera compartir contigo. El amor es la mayor riqueza... y dura para siempre.

Sus armas –sean la espada o la pena- deben ser usadas con coraje, inteligencia y el cuidado de no hacer daño jamás al inocente. Es demasiado fácil hacer mal cuando nos creemos señores del bien.

La virtud se encuentra siempre en un punto de equilibrio entre dos desequilibrios.

Los males tienden a parecerse todos unos a otros. El bien es siempre nuevo. Los héroes son siempre únicos. Tan inmensa es la riqueza del bien que se renueva por completo cada vez que alguien se hace bueno.

Cuidado con la felicidad. Ella trae más envidia que el oro. La verdadera alegría se trasparenta en los ojos. No pierda demasiado tiempo mirando por quien quiere estar perdido. Céntrese en quien busca ayuda para encontrarla. Y ayúdelo. Sin preocuparse de buscar otra recompensa sino saber que está al servicio del amor.

Por más que tenga o sea, sepa que la obediencia es señal más fuerte de una voluntad libre. Somos libres cuando sometemos nuestros apetitos al mayor bien.

Es lo que la hará digna de todo lo que de bueno la vida le confía: moderación y humildad, sobriedad y fe, aunque tenga un reino a sus pies.

Sea señora de sí y de sus ideas, de su corazón y de su voluntad. ¡Si lo alcanza, será doblemente feliz, porque se venció a sí misma y al mundo!

Con verdadera admiración y gratitud de su reina.

Obrigada,

I.


(ilustração de Carlos Ribeiro)


sábado, 2 de julio de 2016

Nadie se ama a sí mismo


JOSÉ LUÍS NUNES MARTINS


El amor exige alguien que me lleve a olvidarme de mí. Alguien para el que mi existencia sea su felicidad. Supone el sacrificio de mí mismo en nombre de la felicidad del otro... y de la mía, al hacerlo feliz.

Sólo podemos realizarnos en el encuentro con el otro. El egoísmo es un veneno para la felicidad, un enemigo de la paz y una enfermedad del espíritu. Para ser quien soy necesito salir de mí. Superarme,  querer ser más. Creer en lo que puedo ser, pero aún no soy.

Quien existe cerrado al encuentro pierde la riqueza de entregarse al otro... Quien vive para sí, muere. Quien ama, vive para siempre.
Uno de los mayores castigos de los egoístas es que el paraíso que buscan se les escapa siempre.

Despreciar al otro es una locura. Una ceguera. Hay quien pasa buena parte de su tiempo juzgando a los otros, considerándose por encima de ellos. Todos tenemos flaquezas. Todos. Es difícil asumir las nuestras y luchar contra ellas, al mismo tiempo que perdonamos a los otros... tal como a nosotros nos han sido perdonadas nuestras flaquezas. Quien ama, perdona. Hasta cuando no comprende. Quien perdona, olvida. Aunque el egoísmo luche para que quede algún resto.

Para ser feliz es necesario hacer frente a la posibilidad del absurdo que hay en el amor. Quien va por donde no hay suelo se arriesga a caer. Si. Pero a costa de tanta prudencia es por lo que hay tanta felicidad.


Uno de los pilares del egoísmo es la idea de que yo debo amarme en primer lugar a mí y, después, tal vez y sólo entonces, a otro... Pero, en verdad, el amor no tiene antes ni después... es el principio y el fin.


                                          Ilustração de Carlos Ribeiro

http://rr.sapo.pt/artigo/58059/ninguem_se_ama_a_si_mesmo

Nadie se ama a sí mismo


JOSÉ LUÍS NUNES MARTINS


El amor exige alguien que me lleve a olvidarme de mí. Alguien para el que mi existencia sea su felicidad. Supone el sacrificio de mí mismo en nombre de la felicidad del otro... y de la mía, al hacerlo feliz.

Sólo podemos realizarnos en el encuentro con el otro. El egoísmo es un veneno para la felicidad, un enemigo de la paz y una enfermedad del espíritu. Para ser quien soy necesito salir de mí. Superarme,  querer ser más. Creer en lo que puedo ser, pero aún no soy.

Quien existe cerrado al encuentro pierde la riqueza de entregarse al otro... Quien vive para sí, muere. Quien ama, vive para siempre.
Uno de los mayores castigos de los egoístas es que el paraíso que buscan se les escapa siempre.

Despreciar al otro es una locura. Una ceguera. Hay quien pasa buena parte de su tiempo juzgando a los otros, considerándose por encima de ellos. Todos tenemos flaquezas. Todos. Es difícil asumir las nuestras y luchar contra ellas, al mismo tiempo que perdonamos a los otros... tal como a nosotros nos han sido perdonadas nuestras flaquezas. Quien ama, perdona. Hasta cuando no comprende. Quien perdona, olvida. Aunque el egoísmo luche para que quede algún resto.

Para ser feliz es necesario hacer frente a la posibilidad del absurdo que hay en el amor. Quien va por donde no hay suelo se arriesga a caer. Si. Pero a costa de tanta prudencia es por lo que hay tanta felicidad.


Uno de los pilares del egoísmo es la idea de que yo debo amarme en primer lugar a mí y, después, tal vez y sólo entonces, a otro... Pero, en verdad, el amor no tiene antes ni después... es el principio y el fin.


                                          Ilustração de Carlos Ribeiro

http://rr.sapo.pt/artigo/58059/ninguem_se_ama_a_si_mesmo