domingo, 30 de noviembre de 2014

El mayor amor y las cosas que se aman



(Me daba miedo ponerme a traducir un texto de  Pessoa. Sin embargo, al leer una y otra cita, me he ido acostumbrando,  y hoy, me ha impresionado tanto su amor infinito, al mundo, a la patria y al otro, que no he resistido la tentación publicarlo en el blog, para quien quiera leerlo ).

Fernando Pessoa, 'Inéditos'

Ojalá pudiera desprenderme, sin excitaciones ni ansiedades, de este mandato subjetivo cuya ejecución, por demorada o imperfecta me tortura, y dormir descansadamente, fuese donde fuese, plátano o cedro lo que me cubriese, llevando en el alma como una parcela del mundo, entre una saudade y una aspiración, la conciencia de un deber cumplido.

Pero día a día lo que veo en torno mío me apunta nuevos deberes, nuevas responsabilidades a mi inteligencia para con mi sentido moral. Hora a hora, mientras escribo,  la sátira surge colérica en mí. Hora a hora la expresión me falla. Hora a hora la voluntad flaquea.  Hora a hora siento avanzar sobre mí el tiempo. Hora a hora me reconozco, manos inútiles y mirar amargado, llevando para la tierra fría un alma que no supe contar, un corazón ya podrido, muerto ya y en el estancamiento de la aspiración indefinida, inutilizada.

No lloro. ¿Cómo llorar? Yo desearía poder desear trabajar, trabajar febrilmente para que esta patria que vosotros no conocéis fuese grande como el sentimiento que yo siento cuando en ella pienso. Nada hago. Ni a mí mismo oso decir: amo la patria, amo la humanidad. Parece un cinismo supremo. Tengo  pudor para conmigo mismo en decirlo. Sólo aquí lo registro sobre el papel, aún así tímidamente, para que en alguna parte quede escrito. Sí, quede aquí escrito que amo a la patria honda, (…) doloridamente.

Sea dicho así, brevemente, para que permanezca escrito. Nada más.

No hablemos más. Las cosas que se aman, los sentimientos que se acarician se guardan con la llave de aquello que llamamos ”pudor” en el cofre del corazón. 
La elocuencia los profana. El arte, revelándolos, los vuelve pequeños y viles. La propia mirada no los debe revelar.

Ciertamente sabéis que el mayor amor no es aquel que la palabra suave puramente expresa. Ni es aquel que la vista dice, ni aquel que la mano comunica tocando levemente la otra mano. Es aquel que cuando dos seres están juntos, ni mirándose ni tocándose los envuelve como una  nube, (…)  
Ese amor no se debe decir ni revelar. No se puede hablar de él.

“la verdad os hará libres”


 Lo que más aprecio en este mundo es mi familia, aunque, en realidad, desde hace algunos años, sea más bien  un recuerdo entrañabilísimo, añorado. Los hermanos nos hemos ido distanciando desde la desaparición de los padres, especialmente la de mi madre, que sobrevivió a mi padre muchos años. La presencia de los padres, impide el distanciamiento real, porque al menos una vez al año se les va a visitar, o se les llama por teléfono una vez por semana.

A mi padre lo admiro todavía, y cada día más, su nobleza, su generosidad, recordada por muchos en el pueblo, sin distinciones. A mi madre la admiro de la misma manera, su entereza, su saber estar, su entrega, el amor que ponía en todo cuanto hacía, su sonrisa permanente, su fidelidad (aún recuerdo aquella mañana de verano, en que yo empecé a trabajar como un hombre, en las labores de la recolección, ¡me había preparado dos huevos con pimientos fritos para almorzar!...). A penas salía de casa, sólo para ir a misa, diaria mientras pudo. Los disgustos que le dimos los hijos no la marcaron, ella mantuvo siempre su carácter, acogedor, sencillo, noble… hasta que murió, o se apagó más bien, poco a poco, para darle tiempo a despedirse de los hijos ausentes. ¡Cómo nos leía los cuentos! Mi padre murió demasiado pronto, le falló el corazón, a pesar de tenerlo enorme, o quizá por eso mismo.

Como he dicho, los hermanos vivimos ahora más o menos distanciados, según les vaya la vida,  si bien la mayor distancia es  la física, y por pereza; los más pequeños y cercanos entre nosotros, vivimos en las antípodas y el resto en el medio. Es uno de tantos casos de familias cuyos miembros  tienen que buscar trabajo fuera del pueblo y emigrar a la ciudad. Hemos hablado alguna vez, los tres pequeños,  de lo dura que fue  aquella separación y la adaptación a la vida laboral y urbana; aunque a mí, gracias a Dios, no me fue tan mal ya que decidí ir a un colegio de frailes para huir de un  maestro gigantesco y brutal,  que me tenía aterrorizado. Algo de vocación sí tenía, y a mi madre eso le gustaba.

Esta larga introducción viene a raíz de una confesión que me hizo una amiga, trabajadora social.  Me lo decía con mucha cautela, para no herir mis sentimientos… Acababa de atender durante un largo rato, a una persona abrumada por un problema familiar, o mejor, por la relación con su mujer. Me decía: “me acordé de ti”, “me daba la impresión de que este hombre tenía el corazón roto”, “¿¡cómo puede haber mujeres así!?...

Muchas veces he hablado de las leyes tan injustas que pretenden regular las separaciones y divorcios, metiendo las narices en la vida más privada de las personas. Estas leyes parten de un principio radicalmente injusto: La discriminación positiva. Yo soy el primero que defiende a la mujer, y la maternidad, y la familia natural por encima de todo. Pero ante la justicia todos somos exactamente iguales, tanto si es hombre como si es mujer, o viceversa (y he alterado el orden poniendo primero el género masculino, aunque en la vida real sigo cediendo el asiento a una mujer).

Es absolutamente insensato que una mujer pueda aprovecharse de una ley para abusar de un hombre. Es una injusticia consentida y amparada. Es triste, es vergonzoso, humillante, para un hombre, ser acusado de no sé cuantas cosas, agrupadas en “malos tratos”, tener que pasar pensiones insoportables, y si además pierde el trabajo, pues puede verse en la calle, privado de cuantas comodidades disfrutaba en su casa. Lo pierde todo. Ya la separación de mutuo acuerdo, por la incompatibilidad de caracteres, es poca cosa, no es rentable…

Estas situaciones incluso pueden producir en los demás desprecio o burla, generalmente muchos se encogen de hombros, incluso los abogados, ellos se limitan a defender a la mujer como cliente, y si pueden sacar más, mejor. Parece además, que todos los separados son potencialmente violentos y culpables de malos tratos. Como los casos con violencia (y dejemos de una vez de apellidarla “doméstica”, porque parece un asunto menor, y no lo es, es igual que cualquier otro crimen, con sus circunstancias y protagonistas) son los más sonados, todo el mundo generaliza: “es que son…”

Si se publicara una estadística completa de los matrimonios rotos, con violencia física y sin ella,  quizá nos diéramos cuenta de la enormidad del fracaso social. Quizá nos pusiéramos a corregir la tendencia, porque hubiéramos asumido nuestra propia responsabilidad. No es culpable sólo el estado,  la crisis, los políticos, son culpables todos los que han aceptado sin la menor reflexión esas ideas de libertad caprichosa, creyendo que iban a ser más felices. Lo que han conseguido es ser más egoístas. Y es ese egoísmo lo que los hace tan exigentes e injustos, pretendiendo que el otro/a  les haga o permita ser felices, y si no lo consiguen  se lanzan desesperadamente a la satisfacción inmediata de sus deseos de felicidad, cayendo en múltiples adicciones; pero esta carrera los aleja de sus familias y amigos, provocando verdaderas tragedias familiares, tanto en el aspecto humano como económico y social. Nos convertimos en una carga insoportable para uno mismo  y para los demás.

Esta corrupción de las mentes y conductas era más tolerable mientras había riqueza, con la crisis quizá se produzca una catarsis, o una caída del caballo del progreso, progresista y desbocado, eternamente insatisfecho. Porque, cada uno “va a su rollo”, persiguiendo su fantasía, en una estampida que se dispersa en direcciones divergentes y opuestas. Es como si alguien hubiera arrojado sobre la sociedad una bomba de racimo,  o una atómica de esas que sólo destruiría a los seres vivos,  provocando múltiples ondas expansivas que la van destruyendo de manera selectiva, para que sólo sobreviva lo que interesa, la riqueza material y un gigantesco mecanismo egoísta, autoritario y esclavizador…  

El deterioro de la justicia comienza cuando los políticos eligen a los jueces, y se expande a todos los sectores sociales y a los individuos, cuando legislan para propagar o imponer sus ideologías, cuando utilizan la justicia para atacar la institución natural por excelencia, la familia, y transformar la sociedad desde arriba, dividiendo y enfrentando a las personas, creando batallas dialécticas absurdas e inconsistentes, pero que desgastan la convivencia. Si piensas así eres un machista,… y si de la otra manera, eres feminista, entonces eres o carca o progre, en todo caso ya somos enemigos a eliminar de nuestra vida, uno malo y otro bueno. O cuando  alterando conceptos, como el de género, sexo, matrimonio, familia, y creando una nueva generación de derechos, progres, impiden el desarrollo de una sociedad cohesionada y en paz.

Una vez, hace más de dos mil años, harto de nuestros fracasos, quizá, según nuestro criterio, pero en realidad compadecido, el Todopoderoso envió a su Hijo a salvar a la humanidad, con la entrega absoluta de su vida, sin exigencias, pero diciendo la verdad a todo el mundo y haciendo el bien del mismo modo, sin mirar la condición de la persona, sino cara a cara y al alma, implorándonos la conversión, y la realización de sus palabras sanadoras: “la verdad os hará libres”

sábado, 29 de noviembre de 2014

Vergüenza nacional



Los políticos deben tener competencia profesional pero, sobre todo, idoneidad moral. Portugal está estupefacto con el hecho de hallarse detenido el ex primer ministro y  esperar enjuiciamiento en un establecimiento carcelario. Es un caso judicial, que corresponde a las autoridades competentes resolver, pero con una innegable trascendencia histórica y moral.

No obstante de tratarse de la “Operação Marquês’, ni siquiera el de Pombal recibió un tratamiento tal cuando, por la muerte de D. José I, fue cesado y desterrado lejos de la corte.  En la atribulada historia de la República, rica en episodios rocambolescos –hubo un gobierno que, por estar presidido por un homónimo del romanticismo francés, pasó a la historia como los miserables de Victor Hugo…- no consta nada semejante a este episodio. Tanto más bizarro cuanto, aún hace poco, se proponía el nombre del anterior jefe del gobierno para la gran cruz de la Orden de cristo…

Los medios de comunicación social reaccionan al inédito acontecimiento con comprensible excitación. Primero, fueron las cámaras de televisión a registrar imágenes del vehículo que transportaba al ex primer ministro, de momento detenido, inmediatamente después de su llegada a París. Después, las pasajeras imágenes del sospechoso, al llegar y partir, en coche, del campus de la justicia. Por último, su perfil sombrío, entrevisto por las rendijas de una ventana de la alfacinhadomus iustitiae que, por ironía del destino, fue por él mismo inaugurada, cuando presidía el gobierno.

La noticia, insólitamente escandalosa, suscitó comentarios de todo tipo: desde los que lamentaban el espectáculo montado a costa del caso, hasta los profetas de última hora, que ahora dicen que desde siempre imaginaron este infausto despropósito. Muchas fueron las voces que se levantaron para condenar, pero también hubo quien salió en su defensa o, por lo menos, se compadeció de él.

Abundan los análisis forenses, políticos y sociológicos, pero poco se ha dicho del aspecto moral que es, al final, lo esencial. Por eso, la relevancia penal deriva del carácter éticamente probable de los actos supuestamente practicados. Puede alguien, aunque sea una excepción, incurrir en responsabilidad criminal sin culpa moral, especialmente por infringir, inconsciente e involuntariamente, normas vigentes. Con todo, la naturaleza de los hechos ahora apreciados y que, en sede propia, habrá que probar, indican una crasa inmoralidad.

En la literatura cristiana medieval, es recurrente la apelación a la formación moral del príncipe. Maquiavelo subvirtió la moralidad pública cuando la subordinó a razones de eficacia política. Algunos de los estadistas contemporáneos parecen responder a este perfil, sobre todo cuando, despreciando los valores morales, lo reducen todo a la lógica del poder. En nombre del laicismo, se desecharon los principios cristianos, pero estos límites, aunque entendidos como trabas confesionales al ejercicio del poder, eran, al final, la garantía que defendía a la sociedad de la corrupción y de la ambición de los aventureros sin escrúpulos.

El arte de la gobernación debe ser ejercido en pro del bien común y desempeñado por hombres buenos. Sólo quien, en su vida personal y social, prueba su idoneidad moral, debe obtener, por sufragio, la confianza del electorado. Como dice francisco Sá Carneiro, “la política sin riesgo es un aburrimiento y sin ética, una vergüenza”. Es excesivo el rigor puritano de los que, para destruir un posible candidato, son capaces de desenterrar una insignificante veleidad pueril, sucedida mucho tiempo atrás, pero se paga cara la temeridad de elegir, para cargos públicos de gran responsabilidad, a quien no da suficientes pruebas de sabiduría, prudencia y honestidad. No basta calibrar la competencia técnica de los políticos: hay que evaluar principalmente su carácter moral.


Este caso no es sólo un escándalo político, social o mediático. El perjudicialmente probada esta sospecha, será más grave que la deshonra de una persona, de un partido, de una ideología o un régimen. Igualmente los que son ajenos al régimen, la ideología o el partido y la persona en causa, no pueden dejar de sentir esta vergüenza como propia. Desgraciadamente, esta infamia es de todos nosotros, porque mancha en buen nombre de Portugal.

El egoísmo es miedo a amar


jornal i
29 de novembro de 2014
http://www.ionline.pt/iopiniao/egoismo-medo-amar


                                                        Ilustração de Carlos Ribeiro

El amor puede llegar a nuestro corazón viniendo desde el cielo… pero nunca sirve para nosotros mismos. Debemos hacerlo llegar  a quien necesita de él, amando con un único fin: la felicidad de aquella persona concreta.

Hay quien llama amor al impulso básico de la pasión fulminante, que en la atracción física posesiva, casi incontrolable, procura satisfacerse, consumirse y saciarse…

Hay también quien piensa que el amor es una alegría, que resulta de la unión de dos voluntades que procuran estar juntas y comparten momentos, esperanzas, dolores y sueños. Siendo que, aquí, según dicen, sólo hay amor si los dos deseos se encuentran en sintonía. El amor será entonces, para estas personas, algo que no existe completo en ninguno, que sólo existe cuando los dos deseos concurren al mismo fin. Será por tanto algo que resulta de un trueque, de una doble entrega de uno a otro, de tal modo que cuando una de las partes falla todo pierde sentido y valor.

Tal vez el verdadero amor sea algo diferente. No busca satisfacerse, ni persigue cualquier retorno. Es desinteresado, gratuito y se da sin condiciones. Sólo esta pureza es capaz de crear verdadera felicidad a quien lo recibe… y una, tal vez aún más profunda, a quien tiene el coraje de elegir, vivir y dar.

¡Se necesita mucho coraje para amar. Pero, después, el amor vence todos los miedos!

Los egoístas tienen miedo de amar. Creen que se bastan a sí mismos y que los otros son sólo sus instrumentos de placer. Exigen todo de los demás, abren sus puertas sólo para recibir. Pero nunca son felices, porque aunque les entreguen todo, eso será siempre poco… una breve sonrisa de pequeña satisfacción y luego se plantean una exigencia mayor. Pero quien no es capaz de dar, tampoco consigue recibir, desconocen así la felicidad de ser amados. Creen que ser fuerte no es levantar a otro, sino derribarlo… ni sueñan lo que es el amor.

Los egoístas son cobardes. Usan a las personas, huyen de los compromisos. Les asusta el peligro de amar. El ridículo y el fracaso, sospechan de mil maneras, sin que nunca se den cuenta de que alguien así es siempre víctima de sí mismo. Incapaces de comprender que sólo la vida que es vivida por los otros tiene sentido.  Que sólo por el amor se llega a la felicidad profunda y verdadera, aquel que lejos de los placeres del momento, se yergue más alto que el cielo.
El egoísmo es una especie de pasión que se va apoderando de la persona. Se desconfía de todo. Se teme el futuro. Se llora hasta, por la frustración del mundo y de los otros, y no comprenderán la necesidad enorme que se siente de ser levantado hasta la felicidad. Pero el egoísmo no hace nada sino esperar a que alguien generoso lo venga a servir.

Creen que guardando el amor que hay en su corazón para sí mismos, nada sufren y de todo gozan. Cuando, en verdad, así viven el mayor de los sufrimientos: una vida sin amor.

Nada viene por casualidad, nada sucede sin causa. Si existe amor en nosotros, es para que amemos de verdad… para que la felicidad que despertamos en los que amamos, trasborde y que, con ella, consigamos amar aún más.

Claro que nadie está obligado a hacer cosas imposibles. Pero, en verdad, ¿es que hay cosas imposibles? ¡El que ama, cree!

Todo los días morimos, nacemos y debemos amar.

El tiempo de nuestra vida es precioso, porque nada es más veloz que nuestros años. Después de la noche que a todos nos espera, ni las montañas, ni el mar permanecen… sólo el amor de que hubiéramos sido capaces.

lunes, 24 de noviembre de 2014

Encuentro



Salí un momento a comprar una pila para el reloj, que lleva ya varios días parado, y no hace bien ver el reloj parado, cuando se les hace eterna la espera a los que tienen cita con la trabajadora social, deseosos de solucionar sus problemas, o simplemente desahogar su alma y escuchar palabras amigas que les permita ver con más claridad.

Pero el tiempo estaba de verdad detenido para M., a quien me encontré,… ¿casualmente? cuando volvía con las pilas. El tiempo seguía detenido en el reloj de la oficina (me esperaban impacientes como comprobé al regresar), mientras echaba a andar para M. Como ya nos conocíamos de meses atrás, no le costó demasiado aceptar un café y charlar. ¡Vaya si charlamos, hasta la infancia regresamos!

No deja de tener su misterio que haya que recurrir a la infancia para entender el presente. En aquellos días “felices”, a veces nos ocurren cosas terribles, sufrimos visiones espantosas, que nos sacuden y nos hacen perder la inocencia de golpe, la cual es tan necesaria para vivir la vida con normalidad, afrontando los problemas y desengaños progresivamente, cada uno a su debido tiempo y a edad adecuada para recibir el golpe.

Por eso crecemos, de alguna manera, unos más y otros menos,  con una visión deformada, velada o desconfiada de la vida. Por eso la vida supone, a la vez que un aprendizaje y una invitación, un ir desprendiéndose de aquello que la lastra, que hace que la veamos demasiado peligrosa, o rechazable incluso.

“Todo el mundo tiene derecho a ser feliz”, decimos con frecuencia, para quejarnos de lo mal que nos van las cosas, o para acusar a no sé cuantos de nuestras propias desgracias. Pero sólo se puede entender como un derecho si procuramos serlo de la manera adecuada, si lo que buscamos es la Felicidad, no la mía, en exclusiva, sin importar la de los demás.

La felicidad está ahí, al alcance de cualquiera, no es de nadie, uno se la encuentra y en seguida la comparte, porque es total, no es parcial; es de todos, nunca particular, ni se puede comprar, ni vender; como el aire es esencial para la vida, la felicidad lo es para una vida completa, inacabable.


Supone, por tanto, un cambio radical, si fuera verdadera, porque ya nadie me la puede quitar, la he vivido, sé como se llega hasta ella, y nadie, por más que se empeñe, conseguirá hacerme un desgraciado.

domingo, 23 de noviembre de 2014

¿Una nueva revolución industrial?


P. Gonçalo Portocarrero de Almada

Consideraciones a cerca de la “más antigua profesión del mundo”

Cuenta la leyenda, pero no la Biblia, que un viejo día Adán, aún en el paraíso, llegó tarde a casa. Eva, creada por Dios de una costilla marital, quiso saber las razones de la demora, pero Adán no supo justificar de forma convincente su retraso que, por así decir, no se debía a ningún motivo especial. Como Eva no quedase satisfecha con las explicaciones conyugales, después que el marido se hubo dormido, se puso a contar las costillas. Si faltase más de una, sería dría por supuesto la existencia en el Edén de más de una criatura femenina, posiblemente de mala vida!

Habrá quien diga que la profesión de la hipotética competidora de Eva es la más antigua del mundo. Pero no es verdad, porque el oficio más antiguo es el de Adán, que fue guarda forestal, o jardinero, en la medida en que fue encargado de guardar y cultivar el jardín del paraíso. La segunda profesión más antigua tampoco fue la de los rumores infamantes, porque Eva, creada después de Adán, fue doméstica. Las siguientes son la de pastor y de cazador, que sus hijos Abel y Caín ejercieron respectivamente.

Además, no sólo no es la más antigua, como tampoco es profesión alguna. Por muy hábiles  que sean en sus actuaciones, un estafador o un homicida no son, en sentido propio, profesionales. El acto de comerciar con el propio cuerpo tampoco tiene, ni puede tener, la dignidad de una profesión, precisamente por el carácter degradante de esa acción. Ningún derecho civilizado puede admitir tal comercio, ni reconocer, a quien lo ejerce, cualquier estatuto laboral. Tampoco debe haber cualquier protección  legal para quien tiene la indignidad de recurrir a él o, peor aún, para quien criminosamente se dedica su explotación.

Con todo, habrá quien hable de “quien trabaja en la industria del sexo” (PÚBLICO, 18-8-2014)! Así, como si se tratase de una “industria” cualquiera. O sea, ¡hay  quien trabaja en las industria del calzado, quien trabaja en la industria textil, quien trabaja en la industria de la restauración, quien trabaja en la industria cinematográfica y … quien trabaja en la industria del sexo! Quien ahí “trabaja” estaría, por tanto, equiparado, a efectos sociales y laborales, a los “colegas” que prestan servicio en las otras industrias. Siendo una “industria” como otra cualquiera, no sería ofensiva la posibilidad de que alguien ejerciera como funcionario, o tuviera una tal madre, y hasta sería honroso ser un industrial, o empresario, del ramo. Por este camino, poco faltaría para que se crease una orden profesional de la falsamente dicha más antigua profesión del mundo …

El discurso de quien reivindica derechos para estas “trabajadoras” es una falacia, porque tal exigencia, aunque finja una laudable preocupación social, esconde una inadmisible complicidad con la infamante realidad en que son obligadas a vivir esas mujeres. El problema de la esclavitud no se resuelve con su aceptación social, ni otorgándole algunos derechos sociales a los seres humanos que son privados de su libertad, sino con la erradicación  total de esa infrahumana condición y la persecución de todos los que, de ese modo, atentan contra la dignidad humana. El drama de la prostitución no tiene, tampoco, otra posible solución.

Si no es aceptable que los medios de comunicación social colaboren en el blanqueamiento de la explotación sexual, aunque sea bajo apariencia de una mera investigación antropológica, tampoco es comprensible que los agentes políticos toleren esta realidad social. De hecho, parece que las entidades oficiales poco hacen para ayudar a estas mujeres, o para castigar a los “empresarios” de esta tan rentable industria, cuyo “material”, al contrario de la droga, es siempre reutilizable.

Las instituciones de la Iglesia católica son, prácticamente, las únicas que, en el terreno, prestan un servicio efectivo a las víctimas de esta llaga social.

No es posible hacer de la tierra el paraíso que fue pero, como a Adán, también a nosotros nos ha sido dada la misión de guardar y cultivar este jardín. Importa preservar la naturaleza pero, más importante es la defensa de la ecología humana: cualquier ser humano debe ser respetado en su libertad y dignidad personal. Porque todas las personas son, sin excepción, imagen y semejanza del Creador.



sábado, 22 de noviembre de 2014

Discusiones eclesiales



En la Iglesia se discute hace dos mil años, pero el Papa garantiza su fidelidad a Dios.

Discuten las comadres y se saben las verdades. ¿¡Y, cuando son los compadres –sacerdotes, obispos o hasta cardenales- quienes discuten?!

El sínodo extraordinario sobre la familia ya anda por ahí, pero aún hay mucha polvareda en el aire. Mucha gente quedó sorprendida al ver a obispos contra obispos, cardenales contradiciendo a cardenales e, incluso, el Papa Francisco animando la discusión, invitando a los padres sinodales a que hablaran con total espontaneidad y libertad. Si, hasta en las familias más unidas, hay fraternales divergencias, ¿¡por qué se escandalizan!? Un padre de familia numerosa disfrutaba viendo a los hijos luchar entre sí porque, decía, ¡era señal de que estaban fuertes y saludables!

Este ejercicio de colegialidad episcopal no es nuevo en la historia bimilenaria del cristianismo. El papa gobierna la Iglesia universal en unión con todos los obispos: cada uno, más allá de la responsabilidad directa sobre parte del rebaño que le es confiada, participa también en la solicitud de Pedro por todas las iglesias. El
ejercicio de esta colegialidad, que el Vaticano II promueve, puede ocurrir por vía de los concilios ecuménicos, con la presencia de todos los obispos, o de los sínodos, en los que sólo participa una representación del episcopado mundial. Tanto el concilio, como el sínodo, actúan siempre bajo la autoridad del Papa (cfr. Código de Direito Canónico, cânones 749, 331-334), que los convoca, preside y refrenda en sus conclusiones. Una decisión conciliar, o sinodal, aunque sea unánime, no sancionada por el Vicario de Cristo, carece de cualquier valor normativo.

¡En la Iglesia se discute… hace dos mil años! De hecho, ya en los primeros años surgieron fuertes controversias, especialmente en relación a la cuestión de las prácticas judaicas, que algunos fieles, procedentes del judaísmo, querían imponer a los gentiles convertidos a la fe de Cristo. “Habiéndose suscitado una gran controversia”, fue necesario reunir, en Jerusalén, el primer concilio que, presidido por Pedro, contó con la presencia, demás de Santiago, Pablo, Bernabé, “otros apóstoles y presbíteros”. Al primer Papa le cupo por fin decidir, contra la facción de los judaizantes, no imponer a los gentiles convertidos la observancia de la ley de Moisés (cfr. Act 15, 6-29) .

Concluido el concilio de Jerusalén, Pablo se propuso hacer un nuevo viaje apostólico con Bernabé, el cual quería llevar con ellos al evangelista Marcos, que los había acompañado en el inicio de la misión anterior, habiendo abandonado después. Por este motivo, Pablo no lo quiso aceptar “y hubo tal desacuerdo entre ellos, que se separaron uno del otro” (cfr. Act 16, 35-40). O sea,: un santo, Pablo, discutió fuerte y desagradable con otro santo, Bernabé, por causa de otro santo, Marcos! ¡Todos santos y, con todo, no se entendían sobre esta cuestión pastoral!

Más aún, en materia de esa naturaleza, pero no doctrinal, también Pedro mereció la corrección fraterna de Pablo, que públicamente le recriminó el hecho de no comer  con los gentiles, por el recelo de los circuncisos (cfr. Gal 2, 11-14). De hecho, el papa, cuando habla de fe o de moral, invocando su máxima autoridad, es infalible, pero no goza de esa prerrogativa en cuestiones de gobierno, como se prueba por el hecho de que Clemente XIV extinguió, en 1773, la Compañía de Jesús que, en 1814, un sucesor suyo, Pío VII, restauro, y a la que, por más señas, pertenece el actual Papa.


Es saludable este ejercicio apasionado del derecho de opinión, porque la Iglesia, que es jerárquica, es también, en la comunión de la fe, un espacio de libertad. Pero las comprensibles divergencias pastorales no pueden afectar a la esencia del mensaje revelado, ni herir la unidad eclesial. Como el Santo padre recordó, cualquier sucesor de Pedro, “dejando de lado cualquier arbitrio personal”, es, “el garante de la obediencia y de la conformidad de la Iglesia con la voluntad de Dios, el evangelio de Cristo y la Tradición de la Iglesia”.

La verdad es el silencio




                                                        Ilustração de Carlos Ribeiro

Cada hombre tiene en sí una fuente de vida, de donde nacen todas sus obras: el sentir, el pensar, el decir, el callar y el hacer. Es un silencio cagado de sentido, una fuente que no deja nunca de correr… una tempestad buena.

Aquel que quiere ser feliz, debe darse. Ser es amar y amar es darse. Nadie puede ser nada si no es en su relación con los otros y con el mundo. El ser más perfecto sería imperfecto si se encerrase  en sí mismo y así se redujese a su propia individualidad. La vida es el don de ser don. Sirve para acercarse a la vida del otro. Para ser lo que le falta… amándolo.

La felicidad sólo es posible cuando comprendo que no es necesario más que lo esencial y resuelvo liberarme de lo que me sobra.

Es muy corriente, que los más generosos sean aquellos que menos tienen. Estos, son capaces de dar el debido valor a la verdadera carencia, distinguiendo de forma sabia lo que es importante de todo cuanto sólo parece serlo. En verdad, son bastantes los que, afortunados, viven atormentados por la posibilidad de perder no sólo lo que tienen, sino, además, de no conseguir lo mucho que siempre han soñado alcanzar… nunca tienen descanso, ni paz. Tal vez no sepan lo que es el silencio…

Sólo una persona capaz de darse, de realizarse, es feliz. El que vive centrado en sí mismo, aunque pase el tiempo alimentando su egoísmo, nunca tendrá paz.

Prefiero dar. Ser cuanto me llega y aún sobrar, antes así que ser un inmenso deseo que absorbe todo de los otros sin retribuir. Un agujero negro que todo lo atrae hacia sí… capaz de hacer desaparecer las estrellas… y como al mal sucede siempre el mal… destruye y se destruye.

Quien procura recibir es, en sí mismo una falta, una carencia, un deseo ardiente que se consume. Hay que aceptar lo que los otros nos quieran dar, aunque sea su indiferencia; una cosa mala es servirse de los otros para nuestros proyectos personales; el amor verdadero es gratuito y silencioso, mientras que el egoísta es interesado y ruidoso.

¡Unas manos vacías llenas de amor, dispuestas a crear lo que fuera necesario, son el mejor y más bello presente que podemos dar a alguien!


Que mis manos sean de quien las necesita. Que mi silencio sea un espacio donde el otro se encuentre a sí mismo y descubra su paz.

Larga es una vida llena. Cuando seamos capaces de desprendernos, de dejar de centrarnos en nosotros mismos y en nuestras necesidades, seremos más capaces de ser felices con lo poco que tenemos y somos.

Nuestra verdad somos nosotros. La verdad es la presencia. Aquí. En silencio.

Pero la verdad nunca llega a tocar a quien no la quiere aceptar. El silencio es muchas veces sentido como un vacío… cuando es, al final, la respuesta que tanto buscamos.

Un silencio es la más bella forma de decir el amor.

Para ser ángeles (y no es nada del otro mundo) basta que tengamos el coraje de estar presente, de demostrar que el silencio puede decir mucho… y de escoger gestos simples que puedan llevar al otro lo esencial que le falta.


Presencia. Silencio. Simplicidad.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Enredados…

 Entre todos estamos construyendo esta sociedad tan compleja, tan compartimentada y tan
regulada; tan desarrollada que cada día nos sorprende con un nuevo invento, pero esto supone también cambios continuos e imperceptibles en los seres humanos, cambios que afectan al propio concepto de ser humano, así como a su  relación con el mundo y la sociedad.

Para controlar este proceso hemos tenido que desarrollar tal cantidad de normas y leyes que  lejos de permitirnos vivir felices y con mayor libertad, forman una red creciente y envolvente. Una red en la que muchos van cayendo atrapados, seducidos por la falsa promesa de que es fácil ser feliz, y de que se puede y debe probar cuanto sea capaz de imaginar.

Aunque, también es verdad que la rebeldía innata del ser humano es una fuerza real, que está moviendo a muchos a luchar contra un proceso que se nos  escapa de las manos, o que algunos están provocando, para ser los nuevos señores de un mundo acomodado…

Así es como una persona hoy se puede ver envuelta en una serie de problemas  encadenados, entre otros muchos podrían ser estos: la ruptura de la unidad familiar, una enfermedad, soledad,  paro o incapacidad laboral… Todos ellos con un carácter mucho más trágico, al suceder en medio de esta crisis interminable y global, que condiciona a veces las ayudas.

La falta de salud es un problema natural; la crisis es un mal colectivo, que la han provocado desde arriba,  los poderosos, pero al estallar nos salpica a todos, y más a los que menos culpa tenían. En la separación, se pueden repartir las culpas, aunque, la discriminación positiva favorece a priori a la mujer. Y aquí podemos apreciar, con especial dureza, parte de esa maraña legal y sus consecuencias.

Una separación se puede convertir para una persona en una crisis total: económica, pues  supone la división y pérdida de bienes, y el aumento de los gastos; puede hacer perder el empleo; provoca enfermedades físicas y mentales; es una crisis moral, que desemboca en la pérdida de confianza en uno mismo, en los demás y en la sociedad, hasta conducirlo a la marginación, al desamparo y abandono de familiares y amistades.

 Para impedir que en la ruptura de la familia salga perjudicada la parte que se considera más débil, la mujer, se ha impuesto la discriminación positiva, y así compensar la discriminación histórica de la mujer. Pero resulta que las mujeres ya tienen conquistada, tiempo ha,  la igualdad de derechos con el hombre, que ahora la justicia es igual para todos, que cualquiera puede ser potencialmente víctima o verdugo, sin distinción de sexo, etc.

Sin embargo, el Estado ampara esta discriminación,  porque es un estado corrupto, en el que no hay separación de poderes, la justicia está al servicio de la política, y a merced por tanto de interpretaciones contradictorias o interesadas según la ideología. Esta discriminación tendría sentido en otras culturas donde no hay democracia consolidada. De hecho,  la aprobación de estas leyes no ha conducido a la disminución del número de casos de violencia de género, lo único que hemos conseguido es compartirlos socialmente, organizando manifestaciones de solidaridad o colocando altares en el lugar de los hechos; y a veces,  exhibirlos en la tele, sin ningún pudor, excitando quizá a imitadores que hasta entonces permanecían inactivos o aletargados.

La consecuencia de esta justicia “partidista” e “ideologizada” es una nueva causa de división entre los ciudadanos,  ahora entre hombres (violentos) y mujeres (víctimas), mucho más sutil y profunda, pues favorece  un individualismo radical: el descrédito de la familia clásica o heterosexual, como institución básica de la sociedad y garantía de la continuidad de la especie humana;  promueve nuevos modelos de familia, y nuevos derechos (“progres”), el derecho a la elección de sexo, o  de género, al aborto, a la muerte digna…

Así, la lucha por el poder político hoy tiene una trascendencia mucho mayor, pues se pone en juego el mismo concepto de ser humano; algunos partidos políticos ya no  luchan solamente por más o menos derechos sociales, sino por implantar una nueva sociedad, en base a un determinado modelo de hombre, que se elige a sí mismo, tanto lo que quiere ser  cómo los modos de comportarse, sin la menor coacción moral o religiosa, basándose sólo en una tolerancia radical y amplísima.

Hoy vivimos una sociedad rica, espacial, con un pie en el futuro, pero hemos  soltado más de un ancla que nos mantenía unidos al pasado al que le debemos lo que somos y cuyo conocimiento nos permite vislumbrar los peligros futuros. Hemos perdido así una visibilidad despejada hacia el futuro, pues sólo vemos hacia delante, sin saber bien de donde venimos, a donde tenemos que mirar, para evitar los espejismos.

Por eso  aumentan dramáticamente las diferencias sociales, que afectan tanto a la humanidad en su conjunto como a los individuos de una misma nación aunque sea desarrollada. Pero, a la pobreza material hay que sumar esa otra pobreza, la que empobrece moral y espiritualmente a los hombres y los aleja del camino hacia la felicidad auténtica, la que nace de hombres y mujeres responsables, con un corazón satisfecho y una mente lúcida, dispuestos a hacer el bien siempre en su vida personal y familiar, profesional y social.

Anoche, antes de costarme -todavía daba vueltas a este texto con el que llevo días y horas, modificándolo de cabo a rabo no sé cuantas veces- casualmente… releía el capítulo 55 de Isaías, y encontré estas palabras (versículos 8-11 ) que venían a confirmarme en mi convicción de que la historia es una, que si alguien rompe el hilo conductor y benéfico, lo paga con su propia desgracia (“en el pecado llevas la penitencia”, se decía antes) : “Mis planes no son vuestros planes, mi proyecto no es vuestro proyecto –oráculo del Señor-. Cuanto se alza el cielo sobre la tierra, así se alzan mis proyectos sobre los vuestros, así superan mis planes a vuestros planes. Como bajan la lluvia y la nieve del cielo y no vuelven sin antes empapar la tierra, preñarla de vida y hacerla germinar, para que dé simiente al que siembra, y alimento al que ha de comer, así será la palabra que sale de mi boca, no volverá a mí sin cumplir su cometido, sin antes hacer lo que me he propuesto: será eficaz en lo que la he mandado.”



sábado, 15 de noviembre de 2014

¡Por fin, toda la verdad sobre Jesucristo!



Después de Jesús casado, ahora es a la vez Jesús papá … y de ahí seguirá Jesús abuelo!

Es fatal como el destino: de tiempo en tiempo, invariablemente, se descubre un rarísimo manuscrito del siglo I, con revelaciones explosivas sobre Jesucristo; un nuevo heterónimo de Fernando Pessoa, encontrado por la mujer  un día, al limpiar la fecundísima arca del autor de Mensagem; y un post-it en el frigorífico, utografiado por el Nobel portugués, que da después ocasión a una voluminosa obra póstuma, original e inédita.

Este parece ser al caso del sensacional libro que el Sunday Times anunció, con gran tipografía, y que tiene por autores a Barri Wilson, profesor de estudios religiosos de la universidad de York, en Toronto,  Canadá, y Simcha Jocabovici, escritor y periodista israelo-canadiense. A lo que parece, esta prometedora obra acaba de llegar a las librerías, justo a tiempo para la Navidad.

Esta nueva versión “histórica” de Cristo es, convengamos, poco original pues, contradiciendo la tradición evangélica del Jesús célibe, demasiado ascético para los gustos modernos, copia a Dan Brown, el romántico casamentero que patrocinó el enlace matrimonial del hijo de Nuestra Señora con María Magdalena.

La novedad está ahora en los dos hijos habidos de ese casamiento. No sé si se trata de dos niños, de dos niñas, o uno de cada, o sea, aquello que antes se llamaba, muy burguesmente, un parejita. Tampoco sé si esta inesperada generación del Mesías y de su putativa mujer, sin ofensa, tiene alguna cosa que ver con la bonificación que, en la sede de IRS, se da ahora a las familias, por cada hijo a su cargo. Es que, como es sabido, las cosas no están fáciles para nadie…

Si un Jesús casado ya contradecía la verdad histórica de los evangelios y de los más serios y científicos estudios biográficos sobre Cristo, del que es principal referencia el Jesús de Nazaret en tres volúmenes, de Benedicto XVI, este Jesús papá, probablemente con pantuflas, todavía menos atrayente que el revolucionario Che Guevara, augura prometedora continuidad en un próximo episodio, digno de hacer competencia a Papá Noel: el abuelo Jesús.

El nuevo libro se basa, por lo que se ve, en un “Evangelio perdido” que, por así decir, es infeliz hasta en el título porque, si después fue encontrado, se debía llamar el “El Evangelio perdido y hallado”, no vaya el lector a quedar, también él, perdido. O mejor apodarse, tal como el hijo más joven de la conocida parábola,   “El evangelio pródigo”, que lo es, además, en inverosímiles disparates.
  
Es de extrañar la coautoría de un periodista israelo-canadiense. Un periodista es, en principio, un cronista de la actualidad, no un historiador de acontecimientos de hace dos mil años. Y,  ahora, ¿por qué dice ser israelo-canadiense? En cuanto a canadiense, normal, pero la precedente referencia parece indicar su alineamiento ideológico con la política de Israel y, en ese sentido, contrario al cristianismo y a su presencia en Tierra Santa. Si así fuese, esta obra no es más que una expresión seudocientífica de esa misma beligerancia.

Entre nosotros, otro artesano del mismo oficio, famoso por sus guiños a la teología, dio a Jesús algunos hermanos, todos igualmente hijos de María, a la cual atribuyó varias inmaculadas concepciones (¿¡), por ignorar que tal privilegio se refiere a la concepción de la misma virgen y no a su maternidad, que fue única y exclusivamente de Jesús. Es lo que pasa, cuando alguien se mete a hacer ciencia teológica sin saber siquiera las verdades más elementales del catecismo…

La banalidad de estos “decubrimientos”, que no tienen nada de científico, tienen con todo una ventaja porque, cuanto más insisten en la aparente vulgaridad de Cristo, más adensan su misterio. De hecho, si Jesús de Nazaret era, solamente, un hombre común, carpintero de profesión, casado y padre de dos hijos, ¿¡cómo explicar que, más dos mil años después, su nombre y su mensaje susciten tanta aversión –la religión cristiana es, actualmente, la más perseguida del mundo- y, sobre todo, tanto amor?!



La multitud, la soledad y el amor.



                                                    Ilustração de Carlos Ribeiro

Querida amiga,

Comprendo su miedo a una vida que acabe en soledad y donde nunca llegue al éxito profesional…

Creo que debe, en primer lugar, aprender a vivir sola. Más vale sola que fingir que ama. No crea que esto es sólo una etapa del camino, sino que es, en verdad, algo que debe ser una preocupación permanente también de quien ama a alguien con el que vive todos los días. ¡Pero nuestro amor nunca es por nosotros! Jamás nos podremos gustar a nosotros mismos si no hacemos nada por los otros. Amarse a sí mismo es una contradicción, una forma simple de decir egoísmo.

Sólo quien se acepta puede esperar ser aceptado por otro.

Es con humildad como se debe entrar y salir de la vida. No es ni siquiera una virtud. Es la verdad. Ninguno de nosotros es muy importante. Es fundamental conocer bien nuestro tamaño e importancia, a fin de que sepamos mejor lo que podemos y debemos ser.

Muchos buscan en la fama y en la fortuna la razón de su felicidad. ¡Se equivocan todos! Aunque en un primer momento los aplausos le parezcan el paraíso, no tardarán en sentirse todavía más vacíos y partan en busca de aplausos… claro, pronto llegan a un punto en que ya no hay aplausos suficientes para recatar de la angustia de no depender sólo de sí mismos, de su amor, para ser felices. Mientras tanto, fueron perdiendo lo esencial…

Las cosas son lo que son. Nunca son lo que parecen. Una vida buena es algo que depende de un esfuerzo enorme por echar fuera lo que no es importante, lo que es sólo momentáneo, por más que parezca importantísimo y eterno. Para ser feliz, querida amiga, tenemos que ser simples. Concentre sus fuerzas en coger sólo lo que es esencial dejando atrás todo el resto.

Su profesión es un medio, nunca un fin.

Precisamos trabajar y es bueno que no nos dediquemos sólo y exclusivamente a la familia, mas le pido que decida en concreto (no sólo con palabras) que la familia es lo más importante. Tenga una carrera que otros hasta pueden considerar soportable, domine la ambición, en cuanto lucha y  empéñese en amar a aquellos que tiene y va a tener en casa. Claro que no es fácil, nada lo es. Pues son esos, muchas veces, quien nos hieren en lo más hondo… pero, tal vez por la misma razón, son esos mismos quienes con una sonrisa y un abrazo nos transportan al cielo.

El sufrimiento forma parte de la vida. No huya de él. Acéptelo, afróntelo y comparta su lucha y los resultados de ella. Cualesquiera que sean. Quien no estuviera consigo en los peores días, tal vez no sea el ideal para los mejores, porque la estará utilizando como un medio y no la ama como un fin. Los egoístas son así, especialistas en el arte de fingir amor. No intente siquiera desenmascararlos, pues lo más probable es que la convenzan de que usted es la egoísta y no ellos. ¡Pero, ellos creen exactamente eso! ¡Es así como sobreviven! Maestros en el juego de engaños. Hasta se engañan a sí mismos.

Amiga, una advertencia especial: la inmensa mayoría de las personas piensa que la familia es más importante que el trabajo, en eso no hay discrepancias. Pero la vida son nuestras obras, aquello que decidimos, y no lo que creemos que es mejor o nuestras promesas, por más sinceras que sean. Por eso, vemos tantas personas que se empeñan mucho más en su vida profesional que en la personal… con resultados… lógicos. La vida personal se va desgranando, mientras la profesión sigue, muchas veces, hacia ningún lado. Incluso puede parecer que sube, ¡pero… es para caer! Son muchos los que ya tarde se dan cuenta que la felicidad está en la sonrisa sincera que podemos dar a quien está cerca, más que los aplausos y en la admiración que podemos recibir de gente que ni siquiera sabemos quien es.

Para que alguien sea  feliz necesita de amor… y eso no es algo que se consiga en un empleo. Amar es darse, no es vencer en un juego de intercambio.

Cuente conmigo. Estoy aquí. Confío en usted. Rezo por usted.


A su disposición.

domingo, 9 de noviembre de 2014

ELECTRICISTA, COMUM DE OPERÁRIOS



P. Gonçalo Portocarrero de Almada

Na Voz da Verdade, 20 de Julho de 2014

Quien recorre el índice de las celebraciones del Misal Romano, en su edición portuguesa de1992, se encuentra, luego en la primera letra del alfabeto, con veinte fiestas o memorias litúrgicas con oraciones propias. De estas dos decenas de celebraciones, una corresponde al Santo Ángel de la Guarda de Portugal; otra, a un apóstol; nueve son de obispos, de los cuales seis son también doctores de la Iglesia; la cual completan tres presbíteros más, un abad, dos mártires y dos vírgenes, una también mártir. ¿Fieles cristianos casados? ¡Tan sólo Ana y Joaquín, Padres de Nuestra Señora!

El panorama no se altera en relación a la letra siguiente: de los trece contemplados, hay que registrar dos apóstoles; cuatro obispos, dos de ellos doctores de la Iglesia y los otros dos mártires; tres presbíteros; dos abades y dos religiosas. ¿Legos?¡Ninguno!

Se podría seguir la cuenta, mas los datos apuntados son suficientes para concluir que el Misal Romano, casi medio siglo después de la reforma litúrgica impulsada por el Concilio Vaticano II, continúa privilegiando a los clérigos y religiosos, en detrimento de las vidas santas de fieles legos, en muchos casos no menos meritorias, ni menos ejemplares. Si se tuviera en cuenta que, en este año
de gracia de 2014, la Iglesia universal muy justamente se alegra con la canonización de dos papas _ Juan XXIII y Juan Pablo II- y va a beatificar felizmente además a Pablo VI, se puede afirmar que esta tendencia se mantiene también en la actualidad, no obstante la enseñanza conciliar que recordó que los fieles legos son, a la vez que clérigos y consagrados, protagonistas de la misión eclesial, proclamando solemnemente el llamamiento universal a la santidad y al apostolado en la Iglesia.


La razón de esta preferencia algo clerical es comprensible: la santidad de vida de un Papa, como los tres mencionados, tienen mayor notoriedad que la existencia de un lego, cuya existencia ha sido tan discreta y común como la Sagrada Familia de Nazaret. Por otro lado, no es fácil promover un proceso de beatificación y, por eso, sólo la Santa Sede, las diócesis y algunas instituciones de la Iglesia pueden disponer de los recursos necesarios para ese loable fin.

Pero es de lamentar que, medio siglo después del Concilio Vaticano II, los legos continúen prácticamente ausentes del Misal Romano. Nótese a este propósito, que sólo están previstas las misas comunes de Nuestra Señora, de los mártires, de los pastores y doctores de la Iglesia, de las vírgenes y de los santos y santas. Quiere esto decir que un Papa, obispo o sacerdote santo es litúrgicamente contemplado con las oraciones del común de los pastores. Las religiosas, en cuanto vírgenes, tienen también derecho a un tratamiento litúrgico propio. Pero los fieles legos no merecen nunca atención especial en la reforma litúrgica e, ignorada completamente su condición familiar y profesional, son incluidos, a falta de otra mejor, en el común de los santos y santas, que es una especie de fosa común de los bienaventurados .

Hace falta una misa común de santas esposas y madres que, como Santa Juana Beretta Mola, se santificaron en el ejercicio heroico de sus deberes familiares y profesionales. La virginidad de las religiosas es muy loable, pero la condición matrimonial y maternal de tantas mujeres cristianas no lo es menos. Hacen falta textos propios para las misas de legos santos, como los que se destacaron  en el cumplimiento de sus obligaciones profesionales y cívicas, como Santo Tomás Moro, pues no son sólo los pastores y doctores de la Iglesia los que deben ser exaltados por sus dotes de gobierno y de sabiduría. Es tal el desequilibrio entre la realidad social y su reflejo en el Misal que, en la celebración litúrgica de los pastorcillos de Fátima, no procede el común de los pastores, sino el de los santos…

A cuenta de este arrebato posconciliar y anticlerical, un voto que es también una oración: quiera Dios que, si se prueba un día la santidad de vida de estos egregios cristianos, se pueda celebrar litúrgicamente la fiesta de San Balduino, Rey de los belgas, común de gobernantes; o la de Santa Irene Sendler, lega, común de asistentes sociales; o, también, la de San Lecch Walesa, electricista y sindicalista, común de operarios.



Judas Iscariote y los católicos al 95%




Un fiel que sea un profesor incompetente, un fiscal corrupto, un empresario deshonesto, un mercenario negligente, un estudiante poco aplicado, no es sólo un mal profesional, también y sobre todo un mal cristiano.

Érase una vez un empresario de éxito, que presumía de ser el 95% católico. Cuando alguien le preguntó la razón de ese porcentaje, replicó:

- ¿ con el restante 5% es con lo que me gobierno!

La historia, como dirían los italianos, “si non è vera, è bene trovata”. De hecho, retrata a quien, diciendo ser cristiano, no vive, en su actividad profesional, las exigencias éticas de la fe en cristo. Son, tal vez, practicantes de algunos ritos, ciertamente necesarios para una coherente vida cristiana, pero no de ciertos principios morales, que son esenciales para un católico. Son incluso capaces de dar a la Iglesia, entre unas veces y otras, una limosna abultada, pero olvidan que su principal contribución debería ser el testimonio de su integridad moral.


Toda el mundo reconoce, con razón, que no tiene sentido que un católico no vaya a misa dominical, pero no todos detectan la incoherencia de quien reduce la vivencia de su fe a la participación semanal en la eucaristía y  no honra, en su vida personal, profesional y social, las implicaciones morales de la religión que dice profesar. Es una falacia afirmar que es preferible no ir a la Iglesia y vivir la caridad, que ir a misa y no cumplir  el mandamiento nuevo, porque es obvio que una falta no se puede justificar con un acto virtuoso, por más leve que aquella sea, o más santo que este pueda ser, o parecer. Pero se puede decir, sin exageración, que una creencia, más que para celebrar religiosamente una vez por semana, es para vivir todos los días.

Un fiel que sea un profesional incompetente, un fiscal corrupto, un empresario deshonesto, un mercenario negligente, o un mal estudiante, no son, sólo, un mal profesional, sino también y sobre todo un mal cristiano. La calidad del trabajo es condición necesaria para la realización humana y espiritual del trabajador y, coherente con la perfección técnica y ética  de su obra, así es quien la realiza. Como decía Etienne Gilson, fue la fe y la geometría las que elevaron las catedrales de la Edad Media.

A un funcionario público, a un abogado, o a un comerciante cristiano se le pide, en primer lugar, que sea honesto, serio, competente. No basta que realice su trabajo con amor, porque también los ladrones aman… ¡sobre todo los bienes ajenos!


Hace ya algunos años, un periodista extranjero fue a Varsovia, donde quedó asombrado de la devoción de los polacos. Cuando se lo dice al cardenal Glemp, a quien también le comentó que le habían robado la cartera, el entonces arzobispo de Varsovia le hizo notar que la religiosidad cristiana de un pueblo no se mide sólo por la participación en los actos de culto, sino también y principalmente por su coherencia ética: este es el criterio que permite distinguir la verdadera fe cristiana de sus sucedáneos, la religión genuina de la mera beatería de sacristía. Caso contrario, se podría incurrir en la hipocresía del asaltante que, en cuaresma, no fumaba… pero robaba, claro!

Hay errores de gestión que, ciertamente, revelan falta de competencia, pero también mala formación moral. La incapacidad técnica no se puede disculpar de ser responsable de sus consecuencias éticas. Quien, por incuria, lleva una empresa a la bancarrota, es moralmente responsable de las gravosas consecuencias sociales del fracaso. No se trata sólo de un infortunio de los negocios, sino de una grave irresponsabilidad moral, que no puede, ni debe, quedar impune.

También de judas Iscariote se podría decir que era cristiano al 95%: dejó todo para seguir al Maestro, oyó sus sermones, participó en sus oraciones, asistió a sus milagros, etc.  Pero, al margen de su vida de apóstol, San Juan aclara que robaba y no le importaban los pobres. ¡Porque era avariento y ladrón, vendió a Cristo por treinta monedas! Lo poco que le faltaba para ser cristiano –el tal 5%-  llegó y sobró para traicionar a Jesús y caer en la desesperación.


 en  http://observador.pt/opiniao/judas-iscariotes-e-os-catolicos-95/

sábado, 8 de noviembre de 2014

Corazones al mar




                                                     Ilustração de Carlos Ribeiro

La vida es dura. Las adversidades se suceden y sólo una voluntad persistente consigue tener paciencia para sufrir, y para luchar, sin desistir. Remando, siempre y cada día, contra las decisiones, mareas y suertes que nos apartan de lo que somos.

La experiencia nos construye. Si, por un lado, vamos aprendiendo como vencer los miedos que intentan anularnos, también las heridas de estas guerras van siendo cada vez más profundas y dolorosas.

Debemos perseverar tal como los pescadores que cada noche se lanzan al mar, dejando atrás a comodidad, cambiando la certeza de la derrota por la búsqueda de una vida digna, con rumbo, significado y valor. Para volver a hacer lo mismo a la noche siguiente. Los problemas nunca se vencen todos a la vez. Hay siempre uno… Muchas veces, sin siquiera una bonanza entre tempestades

Esta vida es un teatro donde se cruzan el heroísmo y la cobardía. Casi nunca las cosas son lo que parecen. Hay héroes y hay cobardes. Y, si hay quien, en busca de elogios y loores, exhibe sus hechos a la multitud, también hay muchos que, en la soledad del camino de la esperanza, doblan los cabos de la desesperanza sin que nadie se de cuenta. También es verdad que casi nadie tan siquiera cree que son posibles… males tan grandes… héroes tanto humanos como… divinos.

El tiempo es dolor, mas también lo consume y atenúa. Es preciso tener el coraje de tener paciencia… aprender a sufrir sin perder la esperanza. Nunca cediendo a la voluntad de dejar este mundo e ir más allá… de sí mismo.

El desafío de una vida feliz es el de ser nosotros mismos, a través de una esperanza profunda que se hace fuerza paciente.

Hay quien escoge el peso enorme de un cielo negro sobre sí… y hay quien siempre cree y siente las estrellas, aún cundo sus ojos no las pueden ver, aún cuando todo parece apuntar que han sido engullidas por los agujeros negros de nuestra angustia.

Debemos estar abiertos y atentos a lo mucho que nos sobrepasa. Respetando, siempre, aunque no lo comprendamos. Buscar la interioridad con la misma determinación de los que viven en los mares. Son duros. Resisten. Humildes, reconocen que grandes serán sólo los mares, los dolores y el amor.

Lo posible se retrasa. Hay fuerzas que surgen sólo cuando se agotan todas las otras. Cada hombre, en su vida concreta, tiene problemas serios que intentan destruirlo de forma personal e íntima. Es ahí, lejos del mundo exterior, lejos de cualquier posibilidad de mentira, cuando se debe creer y luchar. Cuando debemos ser más fuertes que el miedo. Es ahí, en ese mar que nos embiste y sacude, que nos susurra y grita, donde debemos luchar por el cielo. Porque, al final, la mayor tragedia es desistir… es desistir de querer.

El dolor tal vez sea una especie de examen previo a la sinceridad del corazón de cada hombre. No hay vidas banales, aunque haya vidas cenicientas, vacías de esperanza, vacías de color. Es soñando como soporto las desgracias, como supero la realidad y persisto en ser feliz aún cuando todo parece desilusión. Luchado soy fuerte… y amando llevo la luz a quien vive sin color.

La alegría más profunda es la de quien, a pesar de los sufrimientos, de las apariencias y de las impaciencias, ama. En los mares de lágrimas y por entre mil tormentas. ¡Demostrando que no hay imposibles ni absurdos!


Los pescadores no se hacen al mar para sí mismos. Van por quien aman. Por aquellos a quienes quieren todo el bien. En verdad, saben que sólo es nuestro aquello que damos. Aquello que fuéramos capaces de entregar, sin esperar nada a cambio. ¡Eso sí, es nuestro. Es lo que somos!

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Dos rayos de Luz sobre San Fernando


En el intervalo de pocos días han iluminado San Fernando dos rayos de luz, aunque muy distantes en el tiempo,  muy cercanos, contemporáneos en la eternidad. Ambos descienden de la misma fuente de la luz, y se han concretado en artes diferentes, singulares testimonios de la misma verdad incuestionable, atraídos por la fuerza creadora del mismo Creador.

Dos artistas cuyas obras se han constituido en oración visible y permanente, para todos los que las contemplen.

Hace poco fue Gaudí, presentado en una conferencia, testimonio de la admiración, casi devoción, del discípulo hacia su maestro, del profesor - arquitecto José Manuel Almuzara. No sólo pudimos apreciar la calidad profesional del conferenciante, sino que es reflejo de la enseñanza de su maestro, del cual nos deja una imagen sublime, plasmada en cada una de sus obras, cada una según su finalidad.

Expuso con todo lujo de detalles el modo de obrar del maestro en la creación de cada obra, presente en cada una de las fases de su desarrollo,  cuidando paternalmente de cuantos participan en la tarea, observando cada paso para que se ajuste fielmente a lo proyectado en su mente inspirada…

Hoy fue El Greco, presentado de manera magistral y singular por el profesor de arte D. José
Manuel Bravo Vila, en una conferencia dentro del programa de la Real Academia de San Romualdo, para conmemorar de 400 aniversario del nacimiento del pintor.


Ya el presentador, su amigo desde la juventud, nos advirtió que el conferenciante nos iba a sorprender con sus aportaciones, que nos iban a permitir una mayor y mejor comprensión del pintor, de su vida y formación. También nos dijo su presentador antes de nada, que la conferencia  era un rayo de luz, que San Fernando se convertía en ese momento en un oasis en medio del erial cultural y espiritual de nuestros días. (Esta imagen me ha dado pie a mí y el impuso suficiente para que me decidiera a escribir para agradecer las dos conferencias, a sus autores y a los que las han hecho posible, la Comisión de Canonización de Gaudí, y la Real Academia de San Romualdo).

Aprendimos arte, comprobamos detalle a detalle como los artistas influyen unos en otros, por qué los pintores de la  Escuela Veneciana pintaban sobre lienzo, qué tipo de lienzo utilizaban, el lienzo de las velas para los barcos de la flota veneciana. Aprendimos a valorar el manierismo, su exclusividad, para apreciar el estilo personal de El Greco, maestro de pintores a su vez.  Supimos por qué fue un pintor no muy aceptado en su tiempo y posteriormente; primero por su carácter y después porque se impuso entre los pintores el canon que marca “la grupa del caballo de la batalla de los mamelucos”, y que eliminan de la pintura los colores vivos, como los que usa el Greco. Pintor de iconos, maestro en retratos…

El Greco, una personalidad complicada. Es un artista español, quizá porque no tuvo más remedio, pero se fue integrando en sociedad española, concretamente en la ciudad de Toledo,
al lado de la corte. Aquí tuvo a su hijo, aquí murió, y a su casa vino a refugiarse y morir un hermano pirata que tenía, tras ser apresado por asaltar nada menos que una nave de la escuadra veneciana.

Un artista trascendente, por eso su estilo es personal, pinta lo que ve en su mente, pinta visiones, no la realidad (otra realidad). ¿Por qué no enciendes la luz?, le preguntó otro artista al entrar en su habitación, porque entonces no veo lo que tengo en mi cabeza, le contestó el artista.



 

sábado, 1 de noviembre de 2014

La parábola del mal samaritano



De la antigua parábola del buen samaritano a la nueva parábola del mal samaritano: ¿una nueva moral católica o… una ética poscristiana?

¿¡Por qué no podemos corregir y actualizar la Biblia!? De hecho, tal como está, no permite la muy deseada reforma de la doctrina de la Iglesia, especialmente en lo que respecta a la tan polémica moral católica.

El hombre contemporáneo –se dice- más que una ley que le quite la libertad, quiere una creencia que lo comprenda y que justifique sus elecciones y acciones. O sea, una religión a su medida, por contraposición a la moral y al dogma sobrenatural.

Para ese propósito, se requiere una nueva escritura y una nueva versión de la antigua parábola del buen samaritano o, mejor dicho, de la nueva parábola del mal samaritano.

Dicha parábola se inserta en la respuesta de Jesús a quien le pregunta lo que debe “hacer para alcanzar la vida eterna”. Ahora bien, la misma suposición de que es preciso hacer alguna cosa para ser salvado, parece superada por el modo moderno de pensar, que asegura que el cielo está ya garantizado par todos, sin excepción. No otra cosa, además, cabría esperar,  de la misericordia divina.

La segunda errata atañe a la respuesta de Cristo, que remite a la ley de Dios. Pero un código objetivo, universal y eterno, que determina, a priori, lo que está bien y lo que está mal, es algo insoportable para nuestra mentalidad posmoderna. Por lo tanto, donde consta que Jesús dice: “¿Qué está escrito en la ley?¿ Qué lees?”; se debería leer: “¿Qué desea tu corazón? ¿qué sientes”

Hubo un tiempo en que apreciaba la palabra honra,  compromiso, entrega abnegada, fidelidad. Pero hoy, alguien que sea fiel con quien se casó y por quien ya no siente el mismo amor, corre el riesgo de parecer hipócrita. Se llega al punto de considerar genuinamente cristiano una relación que contradice, objetivamente, la ley de Dios. Se sustituye la moral del conocimiento por la ética del sentimiento.

En la parábola, el hombre apaleado por los salteadores es, para esa nueva moral, la imagen de los fieles que, encontrándose en situación canónica irregular, no se pueden confesar, ni recibir la comunión. También ellos se consideran víctimas de una Iglesia que no los comprende y abandona, aunque hayan sido ellos los que, por sus decisiones y acciones, se colocan al margen, no la Iglesia, que continua acogiéndolos, pero de la vida sacramental se autoexcluyen. Se sienten rechazados, como el hermano del pródigo, a pesar de que el amor del Padre también los abraza y ese victimismo es sólo un vestigio de su resentimiento, susceptible de conversión.
¿Hay víctimas inocentes de la Iglesia? Claro que sí: los fieles a los que se les niega una justicia rápida y accesible en las respectivas causas matrimoniales; los cristianos que tienen tendencias homosexuales y son, por este motivo, injustamente discriminados; las madres solteras, o vueltas a casar, a quien, sin causa justa, se les impide el bautismo de los hijos; etc. Con todo, es claro que no se le puede eximir de  responsabilidad a quien padece las consecuencias de sus propios actos.

La parábola afirma, seguidamente, que tanto el sacerdote como el levita pasaron junto al moribundo y nada hicieron. El evangelio reprueba, implícitamente, esta actitud, pero para la nueva moral, debería haberla alabado, porque no sería quien está, consciente y voluntariamente, en una situación irregular, quien se debería convertir, sino la Iglesia, que tenía que cambiar su doctrina y su pastoral.

Por eso, se debería elogiar al sacerdote y al levita que, en nombre de la nueva moral, se abstuvieron de intervenir, y criticar la acción de la Iglesia, representada en la censurable actitud del samaritano. Finalmente, ¿quién se cree él para obligar a un desvalido a salir de la situación en que se encuentra? ¿¡No es verdad que hay personas, en ese estado, que son más auténticamente cristianas de lo que lo son los fieles en situación más canónica!? En el fondo, ¿¡quien lo autorizó a decidir lo que es cierto o errado!?

Moral de la parábola del mal samaritano: es verdad que, en tiempos pasados, se entendía que la verdadera compasión era la que procuraba ayudar a que los pecadores regresaran, por la penitencia, a la alegría de la gracia de Dios en la vida sacramental.  Modernamente, sobre todo, se tiende a considerar que la auténtica misericordia es la que bendice todas las opciones de la vida. Por eso, en vez de proponer un camino de conversión, se justifica cualquier acto, aun siendo objetivamente contrario a la ley de Dios.


¿Una nueva moral cristiana? No parece.  Si a caso, una nueva ética poscristiana. Es que Cristo no vino al mundo para revocar la ley – siendo Dios, ¿¡cómo podría revocar su ley!?-  sino para darle pleno cumplimiento, especialmente a través de un precepto más: el mandamiento nuevo de la caridad. El único amor que nos salva, precisamente porque nos cura.