sábado, 1 de noviembre de 2014

La parábola del mal samaritano



De la antigua parábola del buen samaritano a la nueva parábola del mal samaritano: ¿una nueva moral católica o… una ética poscristiana?

¿¡Por qué no podemos corregir y actualizar la Biblia!? De hecho, tal como está, no permite la muy deseada reforma de la doctrina de la Iglesia, especialmente en lo que respecta a la tan polémica moral católica.

El hombre contemporáneo –se dice- más que una ley que le quite la libertad, quiere una creencia que lo comprenda y que justifique sus elecciones y acciones. O sea, una religión a su medida, por contraposición a la moral y al dogma sobrenatural.

Para ese propósito, se requiere una nueva escritura y una nueva versión de la antigua parábola del buen samaritano o, mejor dicho, de la nueva parábola del mal samaritano.

Dicha parábola se inserta en la respuesta de Jesús a quien le pregunta lo que debe “hacer para alcanzar la vida eterna”. Ahora bien, la misma suposición de que es preciso hacer alguna cosa para ser salvado, parece superada por el modo moderno de pensar, que asegura que el cielo está ya garantizado par todos, sin excepción. No otra cosa, además, cabría esperar,  de la misericordia divina.

La segunda errata atañe a la respuesta de Cristo, que remite a la ley de Dios. Pero un código objetivo, universal y eterno, que determina, a priori, lo que está bien y lo que está mal, es algo insoportable para nuestra mentalidad posmoderna. Por lo tanto, donde consta que Jesús dice: “¿Qué está escrito en la ley?¿ Qué lees?”; se debería leer: “¿Qué desea tu corazón? ¿qué sientes”

Hubo un tiempo en que apreciaba la palabra honra,  compromiso, entrega abnegada, fidelidad. Pero hoy, alguien que sea fiel con quien se casó y por quien ya no siente el mismo amor, corre el riesgo de parecer hipócrita. Se llega al punto de considerar genuinamente cristiano una relación que contradice, objetivamente, la ley de Dios. Se sustituye la moral del conocimiento por la ética del sentimiento.

En la parábola, el hombre apaleado por los salteadores es, para esa nueva moral, la imagen de los fieles que, encontrándose en situación canónica irregular, no se pueden confesar, ni recibir la comunión. También ellos se consideran víctimas de una Iglesia que no los comprende y abandona, aunque hayan sido ellos los que, por sus decisiones y acciones, se colocan al margen, no la Iglesia, que continua acogiéndolos, pero de la vida sacramental se autoexcluyen. Se sienten rechazados, como el hermano del pródigo, a pesar de que el amor del Padre también los abraza y ese victimismo es sólo un vestigio de su resentimiento, susceptible de conversión.
¿Hay víctimas inocentes de la Iglesia? Claro que sí: los fieles a los que se les niega una justicia rápida y accesible en las respectivas causas matrimoniales; los cristianos que tienen tendencias homosexuales y son, por este motivo, injustamente discriminados; las madres solteras, o vueltas a casar, a quien, sin causa justa, se les impide el bautismo de los hijos; etc. Con todo, es claro que no se le puede eximir de  responsabilidad a quien padece las consecuencias de sus propios actos.

La parábola afirma, seguidamente, que tanto el sacerdote como el levita pasaron junto al moribundo y nada hicieron. El evangelio reprueba, implícitamente, esta actitud, pero para la nueva moral, debería haberla alabado, porque no sería quien está, consciente y voluntariamente, en una situación irregular, quien se debería convertir, sino la Iglesia, que tenía que cambiar su doctrina y su pastoral.

Por eso, se debería elogiar al sacerdote y al levita que, en nombre de la nueva moral, se abstuvieron de intervenir, y criticar la acción de la Iglesia, representada en la censurable actitud del samaritano. Finalmente, ¿quién se cree él para obligar a un desvalido a salir de la situación en que se encuentra? ¿¡No es verdad que hay personas, en ese estado, que son más auténticamente cristianas de lo que lo son los fieles en situación más canónica!? En el fondo, ¿¡quien lo autorizó a decidir lo que es cierto o errado!?

Moral de la parábola del mal samaritano: es verdad que, en tiempos pasados, se entendía que la verdadera compasión era la que procuraba ayudar a que los pecadores regresaran, por la penitencia, a la alegría de la gracia de Dios en la vida sacramental.  Modernamente, sobre todo, se tiende a considerar que la auténtica misericordia es la que bendice todas las opciones de la vida. Por eso, en vez de proponer un camino de conversión, se justifica cualquier acto, aun siendo objetivamente contrario a la ley de Dios.


¿Una nueva moral cristiana? No parece.  Si a caso, una nueva ética poscristiana. Es que Cristo no vino al mundo para revocar la ley – siendo Dios, ¿¡cómo podría revocar su ley!?-  sino para darle pleno cumplimiento, especialmente a través de un precepto más: el mandamiento nuevo de la caridad. El único amor que nos salva, precisamente porque nos cura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario