De la antigua parábola
del buen samaritano a la nueva parábola del mal samaritano: ¿una nueva moral
católica o… una ética poscristiana?
¿¡Por qué no podemos
corregir y actualizar la Biblia!? De hecho, tal como está, no permite la muy
deseada reforma de la doctrina de la Iglesia, especialmente en lo que respecta
a la tan polémica moral católica.
El hombre contemporáneo
–se dice- más que una ley que le quite la libertad, quiere una creencia que lo
comprenda y que justifique sus elecciones y acciones. O sea, una religión a su
medida, por contraposición a la moral y al dogma sobrenatural.
Para ese propósito, se
requiere una nueva escritura y una nueva versión de la antigua parábola del
buen samaritano o, mejor dicho, de la nueva parábola del mal samaritano.
Dicha parábola se
inserta en la respuesta de Jesús a quien le pregunta lo que debe “hacer para
alcanzar la vida eterna”. Ahora bien, la misma suposición de que es preciso
hacer alguna cosa para ser salvado, parece superada por el modo moderno de
pensar, que asegura que el cielo está ya garantizado par todos, sin excepción. No
otra cosa, además, cabría esperar, de la
misericordia divina.
La segunda errata atañe
a la respuesta de Cristo, que remite a la ley de Dios. Pero un código objetivo,
universal y eterno, que determina, a priori, lo que está bien y lo que está
mal, es algo insoportable para nuestra mentalidad posmoderna. Por lo tanto,
donde consta que Jesús dice: “¿Qué está escrito en la ley?¿ Qué lees?”; se
debería leer: “¿Qué desea tu corazón? ¿qué sientes”
Hubo un tiempo en que
apreciaba la palabra honra, compromiso,
entrega abnegada, fidelidad. Pero hoy, alguien que sea fiel con quien se casó y
por quien ya no siente el mismo amor, corre el riesgo de parecer hipócrita. Se
llega al punto de considerar genuinamente cristiano una relación que
contradice, objetivamente, la ley de Dios. Se sustituye la moral del
conocimiento por la ética del sentimiento.
En la parábola, el
hombre apaleado por los salteadores es, para esa nueva moral, la imagen de los
fieles que, encontrándose en situación canónica irregular, no se pueden
confesar, ni recibir la comunión. También ellos se consideran víctimas de una
Iglesia que no los comprende y abandona, aunque hayan sido ellos los que, por
sus decisiones y acciones, se colocan al margen, no la Iglesia, que continua
acogiéndolos, pero de la vida sacramental se autoexcluyen. Se sienten
rechazados, como el hermano del pródigo, a pesar de que el amor del Padre
también los abraza y ese victimismo es sólo un vestigio de su resentimiento,
susceptible de conversión.
¿Hay víctimas inocentes
de la Iglesia? Claro que sí: los fieles a los que se les niega una justicia rápida
y accesible en las respectivas causas matrimoniales; los cristianos que tienen
tendencias homosexuales y son, por este motivo, injustamente discriminados; las
madres solteras, o vueltas a casar, a quien, sin causa justa, se les impide el
bautismo de los hijos; etc. Con todo, es claro que no se le puede eximir
de responsabilidad a quien padece las
consecuencias de sus propios actos.
La parábola afirma,
seguidamente, que tanto el sacerdote como el levita pasaron junto al moribundo
y nada hicieron. El evangelio reprueba, implícitamente, esta actitud, pero para
la nueva moral, debería haberla alabado, porque no sería quien está, consciente
y voluntariamente, en una situación irregular, quien se debería convertir, sino
la Iglesia, que tenía que cambiar su doctrina y su pastoral.
Por eso, se debería
elogiar al sacerdote y al levita que, en nombre de la nueva moral, se
abstuvieron de intervenir, y criticar la acción de la Iglesia, representada en
la censurable actitud del samaritano. Finalmente, ¿quién se cree él para
obligar a un desvalido a salir de la situación en que se encuentra? ¿¡No es
verdad que hay personas, en ese estado, que son más auténticamente cristianas
de lo que lo son los fieles en situación más canónica!? En el fondo, ¿¡quien lo
autorizó a decidir lo que es cierto o errado!?
Moral de la parábola
del mal samaritano: es verdad que, en tiempos pasados, se entendía que la
verdadera compasión era la que procuraba ayudar a que los pecadores regresaran,
por la penitencia, a la alegría de la gracia de Dios en la vida
sacramental. Modernamente, sobre todo,
se tiende a considerar que la auténtica misericordia es la que bendice todas
las opciones de la vida. Por eso, en vez de proponer un camino de conversión,
se justifica cualquier acto, aun siendo objetivamente contrario a la ley de
Dios.
¿Una nueva moral
cristiana? No parece. Si a caso, una
nueva ética poscristiana. Es que Cristo no vino al mundo para revocar la ley –
siendo Dios, ¿¡cómo podría revocar su ley!?-
sino para darle pleno cumplimiento, especialmente a través de un
precepto más: el mandamiento nuevo de la caridad. El único amor que nos salva,
precisamente porque nos cura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario