miércoles, 19 de noviembre de 2014

Enredados…

 Entre todos estamos construyendo esta sociedad tan compleja, tan compartimentada y tan
regulada; tan desarrollada que cada día nos sorprende con un nuevo invento, pero esto supone también cambios continuos e imperceptibles en los seres humanos, cambios que afectan al propio concepto de ser humano, así como a su  relación con el mundo y la sociedad.

Para controlar este proceso hemos tenido que desarrollar tal cantidad de normas y leyes que  lejos de permitirnos vivir felices y con mayor libertad, forman una red creciente y envolvente. Una red en la que muchos van cayendo atrapados, seducidos por la falsa promesa de que es fácil ser feliz, y de que se puede y debe probar cuanto sea capaz de imaginar.

Aunque, también es verdad que la rebeldía innata del ser humano es una fuerza real, que está moviendo a muchos a luchar contra un proceso que se nos  escapa de las manos, o que algunos están provocando, para ser los nuevos señores de un mundo acomodado…

Así es como una persona hoy se puede ver envuelta en una serie de problemas  encadenados, entre otros muchos podrían ser estos: la ruptura de la unidad familiar, una enfermedad, soledad,  paro o incapacidad laboral… Todos ellos con un carácter mucho más trágico, al suceder en medio de esta crisis interminable y global, que condiciona a veces las ayudas.

La falta de salud es un problema natural; la crisis es un mal colectivo, que la han provocado desde arriba,  los poderosos, pero al estallar nos salpica a todos, y más a los que menos culpa tenían. En la separación, se pueden repartir las culpas, aunque, la discriminación positiva favorece a priori a la mujer. Y aquí podemos apreciar, con especial dureza, parte de esa maraña legal y sus consecuencias.

Una separación se puede convertir para una persona en una crisis total: económica, pues  supone la división y pérdida de bienes, y el aumento de los gastos; puede hacer perder el empleo; provoca enfermedades físicas y mentales; es una crisis moral, que desemboca en la pérdida de confianza en uno mismo, en los demás y en la sociedad, hasta conducirlo a la marginación, al desamparo y abandono de familiares y amistades.

 Para impedir que en la ruptura de la familia salga perjudicada la parte que se considera más débil, la mujer, se ha impuesto la discriminación positiva, y así compensar la discriminación histórica de la mujer. Pero resulta que las mujeres ya tienen conquistada, tiempo ha,  la igualdad de derechos con el hombre, que ahora la justicia es igual para todos, que cualquiera puede ser potencialmente víctima o verdugo, sin distinción de sexo, etc.

Sin embargo, el Estado ampara esta discriminación,  porque es un estado corrupto, en el que no hay separación de poderes, la justicia está al servicio de la política, y a merced por tanto de interpretaciones contradictorias o interesadas según la ideología. Esta discriminación tendría sentido en otras culturas donde no hay democracia consolidada. De hecho,  la aprobación de estas leyes no ha conducido a la disminución del número de casos de violencia de género, lo único que hemos conseguido es compartirlos socialmente, organizando manifestaciones de solidaridad o colocando altares en el lugar de los hechos; y a veces,  exhibirlos en la tele, sin ningún pudor, excitando quizá a imitadores que hasta entonces permanecían inactivos o aletargados.

La consecuencia de esta justicia “partidista” e “ideologizada” es una nueva causa de división entre los ciudadanos,  ahora entre hombres (violentos) y mujeres (víctimas), mucho más sutil y profunda, pues favorece  un individualismo radical: el descrédito de la familia clásica o heterosexual, como institución básica de la sociedad y garantía de la continuidad de la especie humana;  promueve nuevos modelos de familia, y nuevos derechos (“progres”), el derecho a la elección de sexo, o  de género, al aborto, a la muerte digna…

Así, la lucha por el poder político hoy tiene una trascendencia mucho mayor, pues se pone en juego el mismo concepto de ser humano; algunos partidos políticos ya no  luchan solamente por más o menos derechos sociales, sino por implantar una nueva sociedad, en base a un determinado modelo de hombre, que se elige a sí mismo, tanto lo que quiere ser  cómo los modos de comportarse, sin la menor coacción moral o religiosa, basándose sólo en una tolerancia radical y amplísima.

Hoy vivimos una sociedad rica, espacial, con un pie en el futuro, pero hemos  soltado más de un ancla que nos mantenía unidos al pasado al que le debemos lo que somos y cuyo conocimiento nos permite vislumbrar los peligros futuros. Hemos perdido así una visibilidad despejada hacia el futuro, pues sólo vemos hacia delante, sin saber bien de donde venimos, a donde tenemos que mirar, para evitar los espejismos.

Por eso  aumentan dramáticamente las diferencias sociales, que afectan tanto a la humanidad en su conjunto como a los individuos de una misma nación aunque sea desarrollada. Pero, a la pobreza material hay que sumar esa otra pobreza, la que empobrece moral y espiritualmente a los hombres y los aleja del camino hacia la felicidad auténtica, la que nace de hombres y mujeres responsables, con un corazón satisfecho y una mente lúcida, dispuestos a hacer el bien siempre en su vida personal y familiar, profesional y social.

Anoche, antes de costarme -todavía daba vueltas a este texto con el que llevo días y horas, modificándolo de cabo a rabo no sé cuantas veces- casualmente… releía el capítulo 55 de Isaías, y encontré estas palabras (versículos 8-11 ) que venían a confirmarme en mi convicción de que la historia es una, que si alguien rompe el hilo conductor y benéfico, lo paga con su propia desgracia (“en el pecado llevas la penitencia”, se decía antes) : “Mis planes no son vuestros planes, mi proyecto no es vuestro proyecto –oráculo del Señor-. Cuanto se alza el cielo sobre la tierra, así se alzan mis proyectos sobre los vuestros, así superan mis planes a vuestros planes. Como bajan la lluvia y la nieve del cielo y no vuelven sin antes empapar la tierra, preñarla de vida y hacerla germinar, para que dé simiente al que siembra, y alimento al que ha de comer, así será la palabra que sale de mi boca, no volverá a mí sin cumplir su cometido, sin antes hacer lo que me he propuesto: será eficaz en lo que la he mandado.”



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