sábado, 28 de febrero de 2015

De nuevo se repitió el prodigio

De la conferencia: "Gaudí, arquitecto de un sueño"
Por
D. José Manuel Almuzara, arquitecto y Presidente de la asociación Pro Beatificación Antonio Gaudí, y Vicepresidente de la Asociación Amigos de Gaudí.

D. Etsuro Sotoo, escultor, cofundador de la Asociación Pro Beatificación y Vicepresidente de la Asociación…
Centro de Congresos "Cortes de la Real isla de león", San Fernando


Hace muy poco, el seis de noviembre, escribía “Dos rayos de luz sobre San Fernando”, me refería a Gaudí, y El Greco, apropiándome de las palabras del presentador de uno de los conferenciantes, que vinieron a hablarnos de dichos personajes en un breve intervalo de tiempo; cada uno en su arte nos fueron presentados como dos visionarios, únicos en su género.
Ayer se volvió a repetir el prodigio, de nuevo brilló el rayo de Gaudí, esta vez con mayor fuerza, ya que el profesor Almuzara, arquitecto continuador de la Sagrada Familia, vino acompañado de Etsuro Sotoo, el escultor, que nos presentó un Gaudí todavía más grande en contraste con su  fragilidad; según el profesor, japonés, fue el espíritu de superación, la enfermedad progresiva y el dolor, lo que convirtió a Gaudí en un creador de belleza, porque supo aprovecharse de la luz que revela la  Verdad y ponerla a la vista de todos en su proyecto, inacabado, como si quisiera invitarnos a participar en su culminación…

Gaudí, según el profesor, japonés, es un Maestro, que mientras sufre, observa, y luego crea lo que ve en su interior con todo lo que le ofrece la naturaleza que le rodea: las plantas, los animales, los hombres, y sobre todo con la luz; esa luz que define y sitúa las cosas construyendo espacios digno de alojar a su Creador. Es una luz que nos permite ver mucho más allá, llevándonos al Centro, de donde procede.

El Profesor José Manuel Almuzara en la conferencia anterior ya nos había expuesto con todo lujo de detalles el modo de obrar del maestro en la creación de cada obra, hoy se centró en el proyecto de construcción del templo de La Sagrada Familia.

Y parecía el relato de un milagro, y no lo que vulgarmente se considerarían mera concatenación de casualidades. El proyecto nace gracias a una asociación religiosa, bajo la advocación de San José,  que pronto adquiere unas  dimensiones extraordinarias, quinientos mil miembros, de todas partes del mundo. Nace como templo expiatorio en un momento histórico convulso, 1882, y precisamente en Barcelona. Al año siguiente, el arquitecto abandona el proyecto y entonces será Gaugí quien lo continúe y lo transforme en algo tan extraordinario como nos muestra lo logrado hasta este momento, y que como toda obra bien hecha tiende a completarse.

Pero, siendo el proyecto tan ambicioso, en el mejor sentido de la palabra, y sabiendo su creador que no va a poder terminarlo, él se centra en una de las cuatro puertas proyectadas, la
del Nacimiento, para que sirva de guía y modelo a los sucesores. También dejó abundantes maquetas de cada una de las partes del templo.

Con permiso del Profesor Almuzara diré que sólo tome notas esta vez en la conferencia del profesor Sotoo y que paso a tratar de reproducir, confiando en haber interpretado bien sus palabras.

Hizo una introducción muy interesante sobre el concepto del tiempo, queriendo decir que somos nosotros los que cambiamos, y que el tiempo está siempre presente, por eso somos nosotros los que “vamos al centro del tiempo”.

Nos animó a que le preguntáramos, porque las preguntas son las que nos hacen crecer. Según el profesor, Gaudí era un gran maestro porque tuvo que resolver numerosas preguntas. “Las preguntas que salen del corazón son las que nos hacen crecer”.

En sus obras “Gaudí quiere dar felicidad a los que viven en esa casa, por eso ninguna es igual. Él buscaba su felicidad y tenía que dársela a otros, el único modo de alcanzar la felicidad verdadera”. “El dueño mayor de Gaudí era Dios. La verdadera felicidad del padre es cuando el hijo es feliz, pues igual hace Dios.

“No construye una obra de arte, sino un instrumento de música, de luz, es una herramienta para que construyamos nosotros… este templo nos construye, observándolo, un trozo de lo mejor de uno ya está construyendo…”

También nos explicó por qué fundió en bronce las puertas de la Caridad, no por tradición,
sino porque es material noble, que a la intemperie cambia de color porque se recubre de óxido, pero conserva el color que el destino le ha dado. “La vida es muy ácida, y el ácido que recibimos tenemos que aprender como el bronce, que lo hace más bello”.

“Cada día miro la máscara de Gaudí, y no veo un hombre muerto, triste, sino que está feliz, y me da fuerza, porque murió soñando podía dormir”…

Nos explicó por que coloca tantas hojas en las puertas… porque son necesarias para que se desarrollen  las plantas… son como las palabras que llegan al corazón y dan fruto.

Una idea sobre la globalización que me parece oportunísima y muy acertada. “quien tiene pueblo puede ir lejos… La globalización sin identificación no es posible. La globalización no es copiar y pegar, sino identificarse, hacer igual que hacen las personas con quien vives”.

Gaudí sigue vivo. Él seguía la fuerza de la gravedad, y esa es la manera de construir, aprovechando la velocidad de la naturaleza… observar y encontrar… nosotros no podemos crear nada sino encontrar lo que está creado.


“El amor, no la ciencia, es lo que nos ha conducido hasta aquí. La belleza del amor. La belleza es la manera de expresarse de la luz de la verdad. Enfrentados a la naturaleza no se construye nada, sino aprovechando la fuerza de la gravedad”.

Gaudí confiaba en que la obra continuaría. Inteligencia es saber el futuro, aunque no podamos saber muchas cosas.

Y terminó con palabras de ánimo: “vivir hoy, sufrir, tener valor para mantenerse en el empeño, aunque se esté en un pozo oscuro, algo conseguiré”. Como dijo Gaudí a su ayudante la víspera de morir: “ven mañana, que mañana haremos algo mejor”. Gaudí es un constructor de futuro porque nos enseña como hay que vivir.


Hambre de felicidad


José Luís Nunes Martins
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28 de fevereiro de 2015


                                                        Ilustração de Carlos Ribeiro

Casi todos carecemos de una vida mejor… por eso buscamos nuevas y mejores formas de lidiar con el mundo, a la búsqueda de la felicidad que creemos merecer.

Necesitamos tanto de pan como de una vida buena. No siempre luchamos por ambas con la misma fuerza. Algunos se conforman y desisten de su felicidad. Esta hambre, que no cesa, corroe aún más el interior de los que la ignoran.

Somos el reflejo directo de aquello de lo que nos alimentamos.

Esta hambre buena de un mundo mejor ha de llevarnos a dar de comer  quien tiene hambre, viviendo la caridad de una forma  tan concreta como eficaz, tan humana como divina.

El hambre es un problema grave, a la espera de solución… a pesar de que ya estemos en el siglo XXI. ¿Cuánta riqueza fue, es y será resultado de condenar al hambre a otros? Se trata de una violencia silenciosa que se basa en la indiferencia. Un muro de silencio y oscuridad… que levantan los que escogen fingir.

Tal vez el hambre de amor verdadero sea una de las causas de este lento holocausto. Lleva a algunos a intentar saciar su hambre de felicidad con bienes materiales y no miran los medios para alcanzar eso que creen que les satisfará. Y tienen castillos con veinte cuartos donde su soledad es mayor que en cualquier otro lugar. Tiene muchas camas, pero no tiene paz ni sueño alguno. ¡Tiene de todo!¡Sólo le falta… lo esencial!

¿Cómo puede alguien ser feliz sin solidaridad ni comunión?¿Tendrá paz y conseguirá sonreír de espaldas al mundo?¿A dónde mirará?

Dejar de comer esto o aquello, al contrario de entristecernos, puede ser que en cierta forma nos permita comprender que somos capaces de dominarnos, que no tenemos que ser esclavos de nuestros apetitos más inoportunos, que podemos ser mucho más que un simple cuerpo que alcanza la satisfacción de sus necesidades.

¿Qué es esencial en nuestra vida?¿Qué no lo es?¿Por qué razón perdemos nuestro tiempo y nuestras fuerzas con lo que no lo es? A algunos les basta una hora o dos  sin comer para comenzar a valorar los alimentos que tiene a su disposición y que cree, la inmensa mayoría del tiempo, que son insignificantes y sin valor.

Hay quien –se imagina- llega a medir su riqueza por la capacidad que tiene de generar desperdicios…

Claro, cuántas veces sólo nos damos cuenta del valor de algo después de perderlo… o quedar privado de él, aunque sea de forma temporal.

Más que una persona aislada, cada uno es miembro de una comunidad. Nuestra responsabilidad va mucho más allá de garantizar nuestra subsistencia individual. Importa saber y sentir que somos parte de diversas familias… siendo la mayor de todas la humanidad. Tenemos obligaciones en cada una de ellas. Unos las asumen, otros no… como en cualquier familia.

Cuando mi existencia significa aliento y alimento para otra persona, estaré en el camino acertado… rumbo a lo mejor del mundo y a lo mejor de mí.


Es el egoísmo de unos lo que condena al hambre a otros. Basta que nos demos cuenta de que sólo es propiamente nuestro aquello que hubiéramos sido capaces de dar…

domingo, 22 de febrero de 2015

Atropellados por el progreso, en seguimiento servil de sus señuelos:



Avanzamos a ciegas, a trompicones y a golpes, dejando por el camino innumerables víctimas inocentes a nuestro lado, pero no paramos.

Es como si alguien o algo estuviera jugando con los ciudadanos, como hacen los dioses griegos, por capricho:
radares delatores que acosan a todos los conductores, buenos y malos, todos son posibles delincuentes, por eso se les multa sin piedad; 
leyes injustas y discriminatorias, que intentan regular la vida íntima de los matrimonios, y lo que consiguen es fomentar  la división y el odio entre la pareja, entre padres e hijos, minando las bases de una sociedad estable y con la mirada puesta en el futuro, que es el de los propios hijos, a los que se debe un cuidado permanente;
los nuevos bancos rescatados, que cobran elevadas cuota de mantenimiento aunque en la cuenta no haya más que unos pocos euros que nunca llegan a fin de mes, porque provienen de pensiones no contributivas o de ayudas sociales, mientras los sueldos y pensiones de sus gestores son multimillonarios, y así crean paraísos fiscales para que los ricos puedan evadir impuestos o acumular fortunas inmensas;
políticos que hacen lo contrario de lo que prometen… hasta que la crisis  destapa sus mentiras, la inmensa corrupción, económica y moral a la que nos han conducido tan irresponsablemente, y que ha provocado el crecimiento del número de pobres en millones…

 Nos tientan y aún nos empujan a consumir de todo, sin tener en cuenta que los ingresos de muchos, cada vez más,  son demasiado insuficientes y se reducen progresivamente hasta llevar a las personas al agotamiento y a la indigencia... Parece como si quisieran ir conduciéndonos hacia una sociedad “gratuita” y satisfecha, en la que se pueda consumir sin esfuerzo ni trabajo (el cual se reserva para las máquinas y una parte de los hombres, que trabajan automáticamente según dictan los cerebros privilegiados, que no paran de innovar y producir), a costa de renunciar a la intimidad, a la libertad. “Todo por el progreso”

Así hemos creado, entre todos,  un mundo inhóspito, global y babélico, en el cual nadie escucha, y nadie se entiende con nadie, salvo algunos valientes que van contra corriente. ¿Cómo vamos a crear así sociedad, si no podemos contar con la colaboración  y el respeto mutuo? Hoy la palabra no vale, eso de “tener palabra” ya no saben muchos lo que quiere decir; claro, va en contra de “mis” intereses o de “mi” comodidad, que es “como un derecho que los demás deben respetar”… Empezamos por engañarnos a nosotros mismos cuando nos creemos lo que no somos, ya que para ser algo se necesita un reconocimiento ajeno y mejor si además nos aporta una utilidad recíproca para crecer juntos y en bien de todos. Hasta que el bien no sea de todos, estamos muy lejos de alcanzar la verdadera felicidad.

Las palabras del comentario a las lecturas del primer domingo de Cuaresma, del P. Augusto de Leitao, me facilitan la terminación de esta reflexión que me persigue desde hace mucho tiempo: “Señor, danos tu espíritu de discernimiento y de fortaleza, para que sepamos identificar el mal y combatirlo. Aumenta nuestra fe en la bondad de tu Evangelio. Padre, no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.”


sábado, 21 de febrero de 2015

Mar Rojo






El genocidio de los cristianos en el Medio Oriente requiere una respuesta internacional. Sí,hay un mar rojo, pero este no es el que, con este nombre, separa Egipto de Arabia y que, según la Biblia, el pueblo judío atravesó a pie enjuto, huyendo del faraón y de su ejército, camino de la tierra prometida. Este “mar rojo” no lo es en sentido figurado, como aquel, más real, porque fue teñido por la sangre de los 21 mártires coptos que los jihadistas, o los guerrilleros del autoproclamado Estado islámico, que los árabes prefieren designar por Daash, asesinaron en una playa de Libia. El Mediterráneo es ahora rojo, a cuenta de la sangre inocente que ha sido derramada en él. Es también, como decían los romanos, el ‘mare nostrum’. Es hora de que Europa y el mundo se pongan de acuerdo para esta dramática realidad: nuestro mar es rojo y es la sangre de nuestros hermanos la que lo tiñe.

La Iglesia cristiana copta es antiquísima, porque nace de una escisión primitiva de la Iglesia católica, por razones doctrinarias que se mantiene desde el concilio de Calcedonia, en el año 451, y tiene, curiosamente, un papa para presidirla. Aunque tiene alguna representación en el Medio Oriente, no tiene dimensión, ni influencia política capaz de hacer frente a las pretensiones hegemónicas de los grupos islamistas radicales, del que el Daash, después de Al Quaeda es, en la actualidad, el más temible exponente. Pero fue el objetivo escogido por aquella milicia fundamentalista que, aprovechándose de la guerra civil en Libia y de la existencia, simultánea, de dos gobiernos nacionales, ya domina grandes zonas del país. No habrá sido en vano que las imágenes de la decapitación, en una playa  mediterránea, de los 21 cristianos egipcios, hayan sido filmadas en Libia, precisamente para demostrar que su implantación en este país no es ficticia.

Es verdad que esta guerra no es un enfrentamiento entre religiones, pero es innegable el propósito de Daash de crear una región internacional prohibida a todos los creyentes que no sean de su fe islámica, lo mismo que se definen también devotos de Alá y de su profeta. Los 21 egipcios, inmolados en el altar de la intolerancia religiosa y del fundamentalismo bárbaro de unos asesinos, eran cristianos. En la declaración que acompaña las horribles imágenes de ese múltiple homicidio se incluyen referencias a Alá, pero también amenazas contra los cristianos en general y, más en particular, los católicos. Por eso, el cabecilla de esa funesta expedición punitiva afirma su propósito de conquistar Roma, con la bendición de Alá. ¿¡Si son ellos quienes lo dicen, quién se atrevería a negarlo!?

De hecho, fue la fe cristiana de las víctimas de esta carnicería, en tierras libias, la razón principal de su muerte. Si murieron por odio a la religión cristiana, como consta de hecho, nada se opone a que la Iglesia copta los considere mártires de la fe. Según el ‘Avvenire’, son perceptibles, en las terribles imágenes que registran su sacrificio, palabras de fe pronunciadas por las víctimas, ante la inminencia de su muerte violenta.

De algún modo, no sólo el Daash sino todas las fuerzas políticas que apuestan por la expulsión de los cristianos radicados en Medio Oriente, son, tal vez de forma encubierta, cómplices del fundamentalismo islamita en su cruzada contra la libertad religiosa y los derechos humanos. Hay que reconocer, a todos los ciudadanos y comunidades religiosas naturales de Asia menor, el indeclinable derecho a la tierra que es su patria y a la práctica de la religión, sea cual fuera la que profesan. Esta ha sido la posición reiterada por la Iglesia católica que, sobre todo a través del patriarcado latino de Jerusalén y de la Orden pontificia del Santo Sepulcro, luchan desesperadamente por defender la presencia cristiana y de otras minorías  en Tierra Santa, a pesar de la hostilidad de los sectores israelitas más radicales y de los extremistas musulmanes.


Portugal y la comunidad europea, que felizmente reaccionó con tanta determinación frente a los ataques de parís, no pueden cruzarse de brazos ante esta tragedia humanitaria, que ocurre a sus puertas, en su propio mar. Son las costas españolas, francesas, italianas y griegas que las aguas del Mediterráneo bañan, están ahora teñidas por la sangre de estos 21 mártires. Es nuestra sangre la que puede ser derramada y, por eso, es también nuestro dolor de este terrible luto. Por desgracia, vuelve a ser verdad el triste lamento del poeta: “¡Oh mar salda, cuánta de tu sal son lágrimas de Portugal!

Tiempo de balance y de equilibrio


21 de fevereiro de 2015

                                                    Ilustração de Carlos Ribeiro


Para andar más y mejor, casi siempre es necesario parar. De tiempo en tiempo es importante cuidar de saber cómo están las bases de lo que somos, en qué punto de fuerza está nuestro equilibrio.

Será importante que consigamos analizar y evaluar lo que escogemos, qué respuestas damos al mundo, qué sueños orientan nuestros pasos.

Hay quien cree que la paz se alcanza vaciando la mente, otros prefieren un examen serio a cada pilar de su identidad y de su evolución en el tiempo.

¿Cuántas veces me equivoco y no percibo que mi buena intención no tiene los resultados esperados, porque no estoy atento a los medios que utilizo para la consecución?¿Cuántas veces me creo señor de la razón y lo único que tengo es una interioridad profunda?¿ Cuántas veces me entristezco por cosas que, en verdad, no tienen la menor importancia? ¿La opinión de los otros es por eso decisiva? ¿Por qué razón?

Nunca necesitamos tanto de la luz como cuando estamos lejos de nuestro camino. Nuestra inteligencia tiene la capacidad extraordinaria de dividirse y de mirar para nosotros mismos en los papeles de protagonista y de espectador. En cada momento yo soy el autor y actor de mi vida, pero también el único testimonio. El que asiste a todas las escenas de la propia vida…

La pregunta es sencilla: ¿Qué gobierna mi vida?¿Mi razón u otro factor cualquiera?¿cuál?

Podemos aprender al observar a otras personas, de forma simple y eficaz, de sus errores y sus aciertos, parece, no obstante, que con nosotros mismos, pocas veces sacamos conclusiones serias y valiosas respecto de nuestra vida, de los fracasos y de los triunfos. La disculpa más común es que nuestra vida es demasiado complicada, que los factores se entrelazan, al punto de ser imposible comprender todas sus relaciones y consecuencias… pero si lo conseguimos con facilidad con la vida de los otros, por qué no lo hacemos con la nuestra?¿O será que las conclusiones que sacamos de la vida de los otros son una mero deseo de sentir el poder de juzgar?

Existe un equilibrio fundamental que requiere un cuidado continuo en la evaluación de las fuerzas que se van a necesitar, debemos distinguir tan bien cuanto sea posible tres tipos de cosas: las que sólo dependen de nosotros; aquellas cuyo origen nos sobrepasa completamente; y las demás, aquellas que, dependiendo de nosotros, no controlamos  sino de forma parcial.

Después de la distinción, importa evaluar cuál es la relación que hemos tenido con cada conjunto. Sucede muchas veces que perdemos tiempo y energías en intentar dirigir lo que no depende en absoluto de nosotros. Así como a veces dejamos de decidir sobre lo que sólo depende de nosotros, entregando el resultado a la casualidad y quejándonos de nuestro triste destino…

La existencia humana será tan profunda como rica. La mía y la del otro. No hay vidas simples y lineales. Importa que seamos capaces de juzgar que nuestra vida es más de lo que pueda ser cualquiera otra. Somos todos valiosos y profundos.

Ser libre pasa por decidir y hacer, más que por las palabras. El silencio es esencial a quien quiere estar atento al mundo, a fin de encontrar el mejor espacio y tiempo para cumplir sus sueños.

Tal vez en la paz de la humildad, consigamos sentir menos desórdenes, no perdiendo tiempo en desear que los escenarios sean otros… disfrutando, sí,  de nuestro mundo tal como es… permitiéndonos incluso, en el límite, la alegría sublime de descubrirnos en el camino de ser quien somos, a pesar de todo. Tal vez no tan avanzados como nos gustaría, pero por eso puede ser señal de que tenemos futuro.

No somos lo que fuimos ni seremos lo que somos.


Cada uno de nosotros vive un compromiso entre lo temporal y el infinito, en un largo equilibrio entre el naciente y el océano.

miércoles, 18 de febrero de 2015

Del Mensaje del Papa para esta Cuaresma



Queridos hermanos y hermanas:

La Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia,…Pero sobre todo es un «tiempo de gracia» (2 Co 6,2).

Dios… Está interesado en cada uno de nosotros, nos conoce por nuestro nombre, nos cuida y nos busca cuando lo dejamos… Pero ocurre que cuando estamos bien … Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia. Uno de los desafíos más urgentes sobre los que quiero detenerme en este Mensaje:  la globalización de la indiferencia.

Pero Dios no es indiferente al mundo…En la encarnación, en la vida terrena, en la muerte y resurrección del Hijo de Dios, se abre definitivamente la puerta entre Dios y el hombre, entre el cielo y la tierra… Y la Iglesia es como la mano que tiene abierta esta puerta mediante la proclamación de la Palabra, la celebración de los sacramentos, el testimonio de la fe que actúa por la caridad (cf. Ga 5,6).

Sin embargo, el mundo tiende a cerrarse en sí mismo y a cerrar la puerta a través de la cual Dios entra en el mundo y el mundo en Él. Así, la mano, que es la Iglesia, nunca debe sorprenderse si es rechazada, aplastada o herida.

El pueblo de Dios, por tanto, tiene necesidad de renovación:

1.- «Si un miembro sufre, todos sufren con él» (1 Co 12,26)

Pedro no quería que Jesús le lavase los pies… Este servicio sólo lo puede hacer quien antes se ha dejado lavar los pies por Cristo. Sólo éstos tienen "parte" con Él (Jn 13,8) y así pueden servir al hombre.

La Cuaresma es un tiempo propicio para dejarnos servir por Cristo…, en particular en la Eucaristía …nos convertimos en lo que recibimos: el cuerpo de Cristo...

La Iglesia es communio sanctorum,… Y puesto que estamos unidos en Dios, podemos hacer algo también por quienes están lejos, por aquellos a quienes nunca podríamos llegar sólo con nuestras fuerzas…

2. «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9)

Para recibir y hacer fructificar plenamente lo que Dios nos da es preciso superar los confines de la Iglesia visible en dos direcciones.

A.- Uniéndonos a la Iglesia del cielo en la oración...
…Hasta que esta victoria del amor no inunde todo el mundo, los santos caminan con nosotros, todavía peregrinos…. Su alegría por la victoria de Cristo resucitado es para nosotros motivo de fuerza para superar tantas formas de indiferencia y de dureza de corazón.

B.- cruzando el umbral que la pone en relación con la sociedad que la rodea, con los pobres y los alejados. La Iglesia por naturaleza es misionera… La Iglesia sigue a Jesucristo por el camino que la lleva a cada hombre, hasta los confines de la tierra (cf. Hch 1,8).

Queridos hermanos y hermanas, cuánto deseo que en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia.

3. «Fortalezcan sus corazones» (St 5,8) –
 ¿Qué podemos hacer para no dejarnos absorber por esta espiral de horror y de impotencia?

- orar en la comunión de la Iglesia terrenal y celestial… La iniciativa 24 horas para el Señor, que deseo que se celebre en toda la Iglesia —también a nivel diocesano—, en los días 13 y 14 de marzo, es expresión de esta necesidad de la oración.

-podemos ayudar con gestos de caridad…

- El sufrimiento del otro constituye un llamado a la conversión…

… resistir a la tentación diabólica que nos hace creer que nosotros solos podemos salvar al mundo y a nosotros mismos.

Por esto, queridos hermanos y hermanas, deseo orar con ustedes a Cristo en esta Cuaresma: "Fac cor nostrum secundum Cor tuum": "Haz nuestro corazón semejante al tuyo" (Súplica de las Letanías al Sagrado Corazón de Jesús). De ese modo tendremos un corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, que no se deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la indiferencia.

Con este deseo, aseguro mi oración para que todo creyente y toda comunidad eclesial recorra provechosamente el itinerario cuaresmal, y les pido que recen por mí. Que el Señor los bendiga y la Virgen los guarde.
Vaticano, 4 de octubre de 2014
Fiesta de san Francisco de Asís
FRANCISCUS PP.


lunes, 16 de febrero de 2015

Es imposible que el Tiempo Actual no sea el Amanecer de otra Era.

Miguel Torga, in "Diário (1942)" 




Es imposible que el tiempo actual no sea el amanecer de otra era, donde los hombres signifiquen sólo un instinto a las órdenes de la primera solicitud. 
Todo cuanto era coherencia, dignidad, honorabilidad, respeto humano, se fue. Los dos o tres casos personales que conozco del siglo pasado, me llevan a concluir que era una gente naturalmente llena de limitaciones, más digna, recta, capaz de repetir al final de su vida la palabra con que se había comprometido al principio de ella. Además de eso, heroica en sus dolores, sufriéndolos al mismo tiempo con la tristeza del animal y la grandeza de la persona. 
Ahora es esta la ferocidad que se ve, este coraje que no da para dejarse abrir un panadizo o parir un hijo sin anestesia, esta "tartufada", que la gente llega a preguntarse que diferencia habrá entre una humanidad que es de aquí, de allí, de acullá, conforme al viento, y una colonia de bichos que sienten la humedad o el olor del alimento por cierto lado, y no tiene ninguna otra duda ni ninguna  barrera.





domingo, 15 de febrero de 2015

D. MANUEL CLEMENTE. La púrpura y la pobreza



http://observador.pt/opiniao/purpura-e-pobreza/
14/2/2015, 2:55

¿En una iglesia pobre y para los pobres, es justo que aún haya cardenales?

Con la elevación al cardenalato del patriarca de Lisboa, D. Manuel Clemente, se cumple una antigua tradición, cual es la de honrar con esta dignidad al arzobispo metropolitano de la capital portuguesa. Los cardenales son, por así decirlo, los consejeros más cercanos del Papa en el gobierno de la Iglesia y, por eso, es corriente atribuirles la designación de príncipes de la Iglesia. Tal honra está asociada a la inherente responsabilidad de una serie de prerrogativas, algunas ya en desuso y otras, -como el tratamiento de “eminencia”, el color encarnado de la vestimenta púrpura, etc. - aún vigentes, auque tal vez parezcan anacrónicas, cuando no en contradicción con la pobreza evangélica, a la cual tan fuertemente apela el Papa Francisco.

Por eso, el actual pontífice romano, después de ser elegido, tuvo que escoger el nombre que pasaría a usar como sucesor del apóstol Pedro. Como el prelado que se sentaba a su lado durante el cónclave le sugiriera que, en su pontificado, no se olvidase de los pobres, Jorge Bergoglio escogió para sí el nombre de Francisco. Siendo jesuita, hubo quien pensó que se refería a S. Francisco Javier, el misionero de la Compañía de Jesús que fue apóstol en la India y en el extremo oriente.
Pero pronto el sucesor de Benedicto XVI aclaró que la razón de su nuevo nombre estaba en relación, no con este Francisco, sino al de Asís. Advirtió también que quería una Iglesia pobre y, para estimular la necesidad del desprendimiento, fue el primero en dar ejemplo: usando una cruz pectoral y un anillo de plata, en vez de oro como el que usaron sus predecesores; cambiando el apartamento pontificio por un cuarto en la casa de S. Marta; sustituyendo la limusina papal por un coche utilitario; prescindiendo de la residencia de verano de los papas, en Castel Gandolfo, etc.

¿En el contexto de una iglesia pobre y para los pobres, no sería más  lógico que se suprimiese la dignidad cardenalicia, cuyas honras principescas parecen chocar con la pobreza evangélica que el Papa quiere para sí y para todos sus colaboradores, comenzando por los más próximos? Siendo el colegio cardenalicio de origen eclesiástico, nada se opone a su eventual eliminación, que no podría realizarse, quizá, si fuese de institución divina, como es, por ejemplo, el episcopado. Por tanto, de la misma forma como la iglesia entiende que no puede aceptar la ordenación de mujeres, porque para tal no está autorizada por su divino Maestro, del mismo modo debería entender que no se justifica la dignidad cardenalicia, que tampoco tiene fundamento evangélico.

Si es saludable que todos los ministros ordenados, sean ellos diáconos, padres u obispos, imiten la vida pobre, casta y obediente de Cristo, también conviene que los cardenales procuren seguir el mismo ejemplo. No siempre fue así –piénsese por ejemplo, en los cardenales Richelieu y Mazarino –pero hace mucho que, gracias a Dios, las pompas y honores mundanos  de que se rodeaban esos príncipes de la Iglesia dieron paso a un ejercicio más sobrio y evangélico de su dignidad. Pero proceder a su extinción no estaría justificaría, no sólo porque obligaría a una revisión del procedimiento previsto para la elección del  sucesor de San Pedro, ahora elegido por los purpurados con menos de ochenta años, sino también porque sería perjudicial para la colegialidad de la Iglesia. La colaboración de los obispos en el gobierno eclesial universal ocurre por vía de los concilios ecuménicos y de los sínodos pero, como estos eventos tienen carácter extraordinario, es sobre todo a través de la participación habitual de los cardenales en los diversos departamentos de gobierno central de la Iglesia como se asegura la colegialidad.

El Papa Francisco, al universalizar el colegio cardenalicio, ha procurado garantizar su representatividad. Al nombrar cardenales a algunos obispos de diócesis periféricas y de menos recursos, en detrimento de los provenientes de sedes episcopales a que tradicionalmente estaba asimilada la púrpura, el obispo de Roma promueve el regreso a la sencillez y pobreza evangélicas del sacro colegio, al mismo tiempo que valora las cualidades personales de los obispos que eleva a la condición de sus más próximos consejeros y colaboradores en la pastoral de la Iglesia católica.

En este sentido, la elección del patriarca de Lisboa se justifica plenamente, no tanto por el antiguo privilegio de la mitra olisiponense, sino por los méritos pastorales –es obispo de Lisboa después de haberlo sido de Oporto, las dos ciudades más importantes portuguesas- y personales –recuérdese que, entre otras muchas distinciones ganó el premio Pessoa- que dan testimonio de la excepcional valía eclesial e intelectual del ahora nuevo cardenal.

En realidad, no sólo el titular de la sede lisbonense, o la archidiócesis de la capital, o la Iglesia portuguesa están de enhorabuena, sino todo el país. Este reconocimiento papal de los méritos del presidente de la Conferencia episcopal portuguesa y patriarca de Lisboa es una gran honra para Portugal.



sábado, 14 de febrero de 2015

La culpa de la soledad


José Luís Nunes Martins
https://www.facebook.com/jlmartins/posts/10203564994473022
14 de fevereiro de 2015

                                                      Ilustração de Carlos Ribeiro

¿De  quién es la culpa cuando se está solo? ¿De quien está sin nadie o de los que no se aproximan a él? Será fácil decir que son todos y, más fácil aún, que es sólo de quien se aísla y cierra la puerta. Difícil es así mismo asumir esa culpa.

Hoy el respeto por el espacio del otro sirve de disculpa a la falta de buena voluntad. Es necesario invertir mucho tiempo y cuidado, ya que estas puertas no se pueden echar abajo. Es preciso sensibilidad e inteligencia para saber el momento cierto de abatir la puerta… y, después, esperar. Sin prisas. A veces, mucho tiempo…

La soldad forzada es la tierra de los miedos, que crecen fuertes y de manera desordenada, destruyendo las esperanzas. Hay incluso quien, de este modo, se cree despedido de su propio futuro. En este silencio frío, una palabra, una sonrisa, un simple gesto de simpatía pueden significar un alivio de la carga y hasta invertir la espiral de violencia contra sí mismo. En las soledades perdidas, la fragilidad humana y la dependencia de afectos son mucho mayores.

Para quien está solo y mira al mundo desde las lágrimas, los días son noches sin fin. Las puertas se cierran, muchas veces, sólo para que no entre más mal. Para alejar a los que creen que con un toque de magia todo se convierte en un paraíso. Son los peores. No quieren siquiera percibir… que la paciencia envuelve la resistencia en un sufrimiento constante, que tener esperanza en la angustia es casi imposible… que oír a alguien decir siempre que la culpa de la oscuridad es sólo nuestra duele mucho… demasiado… Flagelo sobre flagelo, porque, en verdad, no sólo es nuestra, es reducir todo a una sola causa y no tener el respeto y la humildad de querer saber lo que doy a quien está solo. Si la solución fuese simple y dependiese sólo de nosotros ya no estaríamos sufriendo.

No estamos solos. Podemos estar solos, pero nuestra esencia necesita del otro. De alguien. Necesitamos compartir lo que somos y lo que son otros. Quien se cierra en sí mismo por creerse en un plano diferente de aquel donde están los otros, se condena a una pobreza de espíritu. Quien abandona a los otros por miedo a sus dolores, se aparta de la felicidad.

Es precio derribar los muros entre el otro y yo. Todos. Llamar a las puertas de los que  están encerrados, escondiendo y conteniendo mil sufrimientos. Con paz, paciencia y atención, pedir ayuda cuando no somos capaces. Procurando mirar, las manos y los hombros de quien nos puede ayudar a cargar nuestra cruz…


¡Que nadie condene a nadie a la soledad! Nunca como hoy hubo anta gente aislada. Triste y agraviada por un mundo que se cree a sí mismo confortable y en buen camino… llevar calor a quien se siente infeliz es tan difícil como importante. Para el otro y para mí mismo. Ser quien soy pasa por ir al encuentro del otro. Al fortalecer su corazón vacío, estoy creando un mundo mejor para él y para mí. Si alguien puede hacer todo solo, la verdad es que si cada uno hiciera lo que le es posible… todo puede ser hecho!


Es esencial que yo sea capaz de salir de mí mismo, poniéndome detrás, con humildad, reconocer que el otro puede tener problemas más serios que los míos, e ir allá, donde él está, donde él tiene los dolores, respetándolo, garantizándole que no está solo… mostrándole que sus sufrimientos pueden ser indiferentes para el mundo, peo no para mí.

domingo, 8 de febrero de 2015

Los hippies de Dios



Hacen falta hippies de Dios que, con el testimonio de su llamativa entrega y desprecio de los bienes materiales, recuerden la fugacidad del mundo y de sus engañosas seducciones.

¿Qué diría de un joven de buena familia, un poco afrancesado, que en plena ciudad se desnuda totalmente, se viste de andrajos, se retira a las ruinas de una capilla y habla con los animales, las plantas, e incluso con los astros, como si fuesen sus hermanos? Pues bien, aunque tal vez el sentido común nos obligase a considerarlo un loco, la Iglesia lo declaró santo y lo colocó en los altares. Se llama Francisco de Asís y millares de hombres y mujeres de todo el mundo lo siguieron y lo siguen, haciendo propia su locura de amar a Dios, a los hombres y a la vida en total pobreza, despreciando las riquezas materiales, los poderes y las honras mundanas e, incluso, la sabiduría de este mundo.

El Papa Francisco, jesuita, que no en vano optó por ser homónimo del santo de Asís, dedicó el año 2015 a los religiosos, o sea, a cuantos siguen a Cristo por la profesión de los votos de pobreza, castidad y obediencia, como aquel otro Francisco, Benito, Domingo de Guzmán, Ignacio de Loyola, Teresa de Calcuta, etc. Algunos, lo hacen en el aislamiento del claustro, como los cartujos y los carmelitas descalzos; otros, como los salesianos, a través del apostolado de la enseñanza, o, como los jesuitas, a través de la defensa de la fe y de la promoción de la justicia por el diálogo cultural e interreligioso; otros todavía a través del servicio a los más necesitados y enfermos, como las hermanitas de los pobres o las misioneras de la caridad. Pero todos con la misma radicalidad evangélica.

Viene de los primeros siglos del cristianismo esta forma peculiar de vivir la fe. Cuando la iglesia dejó de ser perseguida y se tornó más remota la hipótesis del martirio, algunos cristianos, para huir del aburguesamiento en que muchos creyentes caerían, sintieron la necesidad de abandonar la vida familiar y social, o sea, el mundo. Pasaron entonces a vivir en lugares desérticos, entregados a la contemplación y la penitencia. Como, viviendo solos, no era posible su supervivencia, se constituyeron en comunidades de vida religiosa, según una regla aprobada por la autoridad eclesial.

El mundo tiene dificultad en comprender a estas mujeres y hombres, en general jóvenes, que dejan todo para dedicarse sólo a la contemplación y a la expiación. Su vida parece irracional, y masoquista su sacrificio. Recluidos en clausura, muchos creen inútil su existencia, que consideran apagada y silenciosa. Y, con todo, esta experiencia de desprecio del mundo, y afirmación radical del amor, no es exclusiva de la religión católica, ni de sus órdenes religiosas. También hubo personas que, aunque  formalmente ateas o agnósticas, siguieron, de algún modo, el mismo camino: los hippies!

¿Quién no recuerda aquellos jóvenes de largas cabelleras y guitarras en ristre que, allá por los años 60 y 70 del siglo pasado, despreciaban las leyes y las convenciones sociales dominantes, para vivir apartados, en comunidades de amor libre? Hubo entonces quien se sorprendió con sus bizarras vestimentas, sus cabelleras y mechones de colores, olvidando que los hábitos y las tonsuras de los frailes mendicantes no eran, entonces o ahora, menos insólitos. Unos, los hippies, se entregaban a la extravagancia en nombre de un amor anónimo, en general egoísta e inútil; otros, los religiosos, lo hacen en nombre del amor que es alguien, Dios y el prójimo.

Para un rico comerciante del siglo XII, como el padre de Francisco de Asís, no podía dejar de ser escandalosa la opción radical de quien deja todo para hacerse pobre con los pobres y predicar la libertad suprema de no tener nada como propio, para así poder amar mejor a todos. Pero, para un industrial norteamericano de mediados del siglo XX, no sería menos chocante que un hijo suyo, prometedor corredor de bolsa, novio de una bien dotada niña de sociedad, de un día para otro dejase todo, para juntarse a un grupo de estrafalarios que viven comunitariamente en un cuchitril cualquiera, felices por celebrar el amor. En común, la radicalidad del estilo de vida, si bien los diferencia el alcance del amor del que, cada cual a su modo, es devoto.


El mundo y la Iglesia necesitan ejemplos vivos del Evangelio, según el carisma de la vida religiosa. Hacen falta hippies de Dios que, con el testimonio de su llamativa entrega y desprecio de los bienes materiales, recuerden la fugacidad del mundo y de sus engañosas seducciones. Es preciso que, por las calles de nuestras ciudades, se vean de nuevo hombres descalzos por pobreza voluntaria, hermanas de hábitos rozagantes, que sean anuncio escatológico de eternidad y desprecio de la futilidad mundana. Sobre todo, hacen falta almas apasionadas y felices que, por su consagración religiosa, sean una expresión viva de la plenitud del amor de Dios.

sábado, 7 de febrero de 2015

Un cambio – el mismo camino



                                                       Ilustração de Carlos Ribeiro

Dejaré de escribir en el jornal i.

En abril de 2011 comencé a publicar una crónica semanal en este diario. En ese momento, no podía siquiera soñar que llegaría aquí. Fueron 195 crónicas seguidas, sin que por una sola semana hubiera dejado de entregar una nueva reflexión.

De estas crónicas ya fueron editados dos libros: Filosofías, en septiembre de 2012, y ya va la 3ª edición; y, Amor, silencio y tempestades, a finales de noviembre de 2014, ya va la 2ª edición. Nada de esto hubiera sido posible sin la generosidad de todos cuantos van leyendo lo que escribo cada semana y, de esa forma tan simple cuanto eficaz, me da fuerza, aliento y razón para continuar.

No fue fácil construir este camino. Crónicas respecto a temas de más interioridad que actualidad, que remiten a una construcción interior y no tanto a análisis sociales y políticos del mundo en que vivimos. Siempre ilustradas de forma que la propia imagen es como un párrafo más que contribuye a la defensa de la tesis principal expuesta…y, claro… siempre muchos… muchos… puntos suspensivos… espacios y tiempos para que cada lector coloque – allí - lo que en sí mismo tiene sentido… o… el silencio que pretende construir.

Muy agradecido a los lectores de i. Hicieron posible y real el punto en que me encuentro y que es, de hecho, muy bueno. Aprendí y recibí mucho más de lo que di.

Agradezco,  mucho, a todos los que trabajan y trabajan, dando lo mejor de sí al diario i. Sin su comprensión y ayuda hubiera sido muy fácil que me hubiese perdido en la construcción de este camino.

Agradezco, mucho, a quien me ayuda (tanto) en la revisión (y enriquecimiento) de los textos…

Agradezco, mucho especialmente, a todos los lectores que, a pesar de los fallos, de las frases y de los párrafos –a veces, incluso crónicas enteras- sin mucha inspiración… continúan leyendo lo que escribo, ¡llegando algunos a considerar que mis faltas se deben a su entendimiento y no a mis limitaciones!

Creo que el valor de un texto depende tanto de la forma como es leído como de su contenido concreto. La bondad y la generosidad de quien lee son esenciales.

Agradezco  Carlos Ribero, amigo que me compaña desde el principio, que ilustra de forma genial, aceptando mis sugerencias con una gentileza tal que hace que siempre parezca todo más sencillo y nunca tiene problema en responder a los desafíos más extraños y difíciles…

Tengo, en este momento, varios proyectos para escribir que intento concretar.

Todavía este mes, Paulus publicará un libro diferente, escrito por Paulo Pereira da Silva y por mí: Via-Sacra para Crentes e Não-Crentes, donde presentaremos para cada una de las 14 estaciones dos reflexiones: una para creyentes y otra, diferente, para no creyente. El libro está ilustrado con fotografías sublimes de Francisco Gomes.

Pero más que este o aquel proyecto, tengo voluntad de escribir, de continuar siendo leído y construir –sin parar- este que es el rumbo de mi vida.

Buscando el equilibrio perfecto, a veces son necesarios grandes cambios para que podamos continuar construyendo y avanzando por el mismo camino…

Quiero y confío que, de una forma u otra, nos hemos de cruzar de nuevo. Tarde eso mucho o poco.

Por mí, no dejaré de escribir, ni de publicar.

Agradecido… Mucho.

 (NOTA IMPORTANTE a los lectores vía Facebook:
En mi perfil de Factbook tengo la intención de mantener, sin interrupción, la publicación de un texto por semana… así, el próximo sábado espero y cuento con presentar una nueva reflexión a quien aquí sigua aquello que voy escribiendo!)

domingo, 1 de febrero de 2015

Blasfemia



La blasfemia está de moda pero, desgraciadamente, por los peores motivos. Hay quien defiende, en nombre de la libertad de expresión, el derecho a la blasfemia y hay quien entiende, por el contrario, que son criminales no sólo los que matan inocentes, sino también los que ofenden el santo nombre de Dios. ¿Pero, sería razonable criminalizar la blasfemia? Algunos creyentes, principalmente musulmanes, creen que sí. ¿Y los cristianos?

En el catecismo de la Iglesia Católica (CIC) se dice que la blasfemia “consiste en proferir contra Dios –interna o externamente- palabras de odio, de censura, de desafío; decir mal de Dios, (…) abusar de Su nombre”. Y que “la prohibición de la blasfemia se extiende a las palabras contra la Iglesia de Cristo, contra los santos, contra las cosas sagradas” (CIC, nº 2148).

La Iglesia católica afirma que Jesús siendo Dios, debe ser dorado. Pero, sólo por la fe se puede afirmar la naturaleza divina de Cristo y, como es obvio, no se puede culpabilizar por no haber recibido esa gracia. Por eso, la fe es un don divino gratuito y, por eso, nadie puede ser forzado a creer, o a venerar a alguien en quien no cree. Ninguna persona debe ser forzada, por el poder político (CIC, nº 2108), a actuar contra la propia conciencia en materia religiosa (CIC, nº 2106).

Con todo, quien no cree no puede, por se motivo, ofender a los creyentes o a sus creencias y, si lo hiciera, debe ser responsable judicialmente, no porque su actitud constituye una blasfemia, sino porque incurre en un delito de injurias o de difamación. Los fieles no pueden ser discriminados por tener fe, como tampoco los agnósticos y los ateos lo pueden ser por no creer.

Aquello que es blasfemia para algunos creyentes, puede ser de fe para quien tiene otra religión. Por eso, lo que lo cristianos profesan –que Jesús es Dios-  es una blasfemia para judíos y musulmanes. Pero decir que Jesús no es Dios, ni un profeta, como afirman los judíos, es una blasfemia para cristianos y musulmanes, respectivamente. Que Dios es Alá y Mahoma su profeta, como dice el Islam, es, por su parte, inaceptable para los judíos y cristianos. Si lo que para unos es de fe, para otros es una blasfemia, sólo en un estado confesional es posible la criminalización de la blasfemia. Así era en Judea, hace dos mil años, y en los reinos de la cristiandad medieval. Y así es, aún hoy, en los países en que está en vigor la ley islámica. Criminalizar la blasfemia, en nombre de una religión, sólo es posible criminalizando todas las otras creencias y aboliendo la libertad religiosa.

“Es también blasfemo recurrir al nombre de Dios para justificar prácticas criminales, reducir pueblos a la esclavitud, torturar o condenar a muerte” (CIC, nº 2148). O sea, quien pretende justificar un crimen, invocando el nombre de Dios, blasfema. Ténganse a esto los terroristas que, en nombre de Alá, asesinan a personas inocentes, pero también judíos y cristianos lo hicieron en otros tiempos, aunque se espera y desea que tal cosa nunca más vuelva a suceder.

Todas las creencias y todos los creyentes e incrédulos merecen respeto, excepto si usaran el nombre de Dios para legitimar un delito. Los asesinos de los atentados en Francia no fueron menos culpables por haber actuado por motivos religiosos, ni algunas de sus víctimas fueron  menos inocentes por causa  de su manifiesta irreligiosidad. Cuando la blasfemia se expresa en atentados contra la vida, o contra la libertad religiosa, de pensamiento o de expresión de los ciudadanos, debe ser susceptible de una sanción penal. No porque es una blasfemia, sino porque es un crimen.

Cualquier persona tiene derecho a creer, o no creer, en lo que quisiera, pero nadie tiene derecho a atentar contra la vida o la libertad de seres humanos inocentes, mucho menos en nombre de Dios.

Como también recordaba el Catecismo, ¡Jesús fue injustamente condenado a muerte… por blasfemia! (CIC, nº 574). ¡Es desgarrador y paradójico que, a lo largo de la historia bimilenaria de la iglesia, algunos cristianos hayan matado a otras personas, en nombre de Cristo, por el mismo crimen que Él, hace dos mil años, fue inicuamente muerto!

Imponer por la fuerza, una fe religiosa, o negar la vida o la libertad a quien no la profesa es, también, blasfemar. Es crucificar de nuevo a quien, tenido por blasfemo, dio su vida por la libertad de las conciencias de todos los hombres, sin excepción.