Los políticos deben
tener competencia profesional pero, sobre todo, idoneidad moral. Portugal está
estupefacto con el hecho de hallarse detenido el ex primer ministro y esperar enjuiciamiento en un establecimiento
carcelario. Es un caso judicial, que corresponde a las autoridades competentes
resolver, pero con una innegable trascendencia histórica y moral.
No obstante de tratarse
de la “Operação Marquês’, ni siquiera el de Pombal recibió un tratamiento tal
cuando, por la muerte de D. José I, fue cesado y desterrado lejos de la corte. En la atribulada historia de la República,
rica en episodios rocambolescos –hubo un gobierno que, por estar presidido por
un homónimo del romanticismo francés, pasó a la historia como los miserables de
Victor Hugo…- no consta nada semejante a este episodio. Tanto más bizarro
cuanto, aún hace poco, se proponía el nombre del anterior jefe del gobierno
para la gran cruz de la Orden de cristo…
Los medios de
comunicación social reaccionan al inédito acontecimiento con comprensible
excitación. Primero, fueron las cámaras de televisión a registrar imágenes del
vehículo que transportaba al ex primer ministro, de momento detenido, inmediatamente
después de su llegada a París. Después, las pasajeras imágenes del sospechoso, al
llegar y partir, en coche, del campus de la justicia. Por último, su perfil sombrío,
entrevisto por las rendijas de una ventana de la alfacinhadomus iustitiae que, por ironía del destino, fue por él mismo
inaugurada, cuando presidía el gobierno.
La noticia, insólitamente
escandalosa, suscitó comentarios de todo tipo: desde los que lamentaban el
espectáculo montado a costa del caso, hasta los profetas de última hora, que
ahora dicen que desde siempre imaginaron este infausto despropósito. Muchas
fueron las voces que se levantaron para condenar, pero también hubo quien salió
en su defensa o, por lo menos, se compadeció de él.
Abundan los análisis
forenses, políticos y sociológicos, pero poco se ha dicho del aspecto moral que
es, al final, lo esencial. Por eso, la relevancia penal deriva del carácter éticamente
probable de los actos supuestamente practicados. Puede alguien, aunque sea una
excepción, incurrir en responsabilidad criminal sin culpa moral, especialmente
por infringir, inconsciente e involuntariamente, normas vigentes. Con todo, la
naturaleza de los hechos ahora apreciados y que, en sede propia, habrá que
probar, indican una crasa inmoralidad.
En la literatura
cristiana medieval, es recurrente la apelación a la formación moral del príncipe.
Maquiavelo subvirtió la moralidad pública cuando la subordinó a razones de
eficacia política. Algunos de los estadistas contemporáneos parecen responder a
este perfil, sobre todo cuando, despreciando los valores morales, lo reducen
todo a la lógica del poder. En nombre del laicismo, se desecharon los
principios cristianos, pero estos límites, aunque entendidos como trabas
confesionales al ejercicio del poder, eran, al final, la garantía que defendía
a la sociedad de la corrupción y de la ambición de los aventureros sin escrúpulos.
El arte de la gobernación
debe ser ejercido en pro del bien común y desempeñado por hombres buenos. Sólo
quien, en su vida personal y social, prueba su idoneidad moral, debe obtener,
por sufragio, la confianza del electorado. Como dice francisco Sá Carneiro, “la
política sin riesgo es un aburrimiento y sin ética, una vergüenza”. Es excesivo
el rigor puritano de los que, para destruir un posible candidato, son capaces
de desenterrar una insignificante veleidad pueril, sucedida mucho tiempo atrás,
pero se paga cara la temeridad de elegir, para cargos públicos de gran
responsabilidad, a quien no da suficientes pruebas de sabiduría, prudencia y
honestidad. No basta calibrar la competencia técnica de los políticos: hay que
evaluar principalmente su carácter moral.
Este caso no es sólo un
escándalo político, social o mediático. El perjudicialmente probada esta
sospecha, será más grave que la deshonra de una persona, de un partido, de una
ideología o un régimen. Igualmente los que son ajenos al régimen, la ideología
o el partido y la persona en causa, no pueden dejar de sentir esta vergüenza como
propia. Desgraciadamente, esta infamia es de todos nosotros, porque mancha en
buen nombre de Portugal.
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