domingo, 6 de mayo de 2018

Para Alfie Evans, con amor y con rabia





Una sociedad es fuerte en la medida en que protege a los más débiles: la prepotencia totalitaria es flaqueza y no fuerza, cobardía y no valor, egoísmo y no razón.

Te escribo con amor, Alfie Evans, y con rabia. Amor a ti, a tus padres, a todos los bebés que sufren y a todos los padres que los aman. Rabia contra todos los médicos que han transformado el juramento de Hipócrates en un juramento de hipócritas; contra todos los jueces que se arrogan la prepotencia de impedir que unos padres hagan lo que es mejor para su hijo enfermo; contra todos los políticos que distribuyen besos y abrazos en las campañas electorales, o cuanto hay cerca un fotógrafo o periodista, pero que son indiferentes a los dramas humanitarios.

Te escribo con amor, Alfie Evans, porque sé que vives, ya no en este mundo, sino en el otro, porque Jesús dice a los saduceos de aquel tiempo y a los materialistas de todos los tiempos que, para Dios, viven (cf. Mt 22, 23-33). Rabia por la cultura de la muerte, que asesina a los niños aún no nacidos, que mata a los viejos enfermos en fase terminal y hace de su eugenesia, análoga al régimen nazi, la bandera de una falsa dignidad, o paradigma de una razón sin razón ni corazón.

Te escribo con amor, Alfie Evans, porque sé que luchaste por la vida, incluso cuando te fueron retirados los medios técnicos que te ayudaban a respirar. Lo hiciste por tu cuenta, mucho más allá de lo medicamente se podía esperar. ¿Por qué? ¡Porque tú querías vivir! Cualquier ser vivo, por instinto de supervivencia, lucha por su vida desde el primer momento de su existencia. Incluso aunque sea éticamente lícito retirar los medios extraordinarios que prolongan artificialmente el funcionamiento de órganos vitales, nunca es legítimo precipitar el fin de la vida por asfixia, o por falta de nutrición. Rabia por la ideología que, en nombre de no sé qué principios, te negó los auxilios que necesitabas para sobrevivir, dada tu grave enfermedad y corta esperanza de vida.

Te escribo con amor, Alfie Evans, porque el Papa Francisco se encariñó de tu vida hasta el último momento y sufrió, con corazón paterno, tu muerte, aunque siente que fuiste para Dios. Rabia por los gobernantes de tu país que, insensibles a las apelaciones del Santo Padre, no sólo no quisieron garantizar tu existencia, sino que tampoco permitieron que fueras transferido al hospital pediátrico católico de Roma, donde un equipo de especialistas se disponía a recibirte y ayudarte a vivir el tiempo que, sin recurrir al inhumano encarnizamiento terapéutico, aún tuvieses.

Te escribo con amor, alfie Evans, porque te debo lo que el mundo te negó cuando, desde el elevado cinismo eugenésico, te rechazó. Rabia por aquellos que te despreciaron, por tu país, por la Europa que somos, por la civilización que ya no siquiera honra el más agrado de los deberes cívicos: respetar una vida frágil e inocente. Una sociedad es fuerte en la medida en que protege a los más débiles: La prepotencia totalitaria es flaqueza y no fuerza, cobardía y no valor, egoísmo y no razón.

Te escribo con amor, Alfie Evans, porque la comunicación social, salvo honrosas excepciones, se refirió a ti con indiferencia o mal disimulado desdén por tu dolor, mientras se centraba en otro niño, el tercer hijo de los príncipes William y Kate, duques de Cambridge, cuyo nacimiento celebró con alegría. Rabia porque tú, porque no eres ‘real’, no mereciste vivir. Eras solo virtual, un número aciago en una estadística cualquiera, un ser a abatir, una criatura monstruosa que no merece existir, un gasto superfluo para el Sistema Nacional de Salud. ¿¡Qué tenía aquella Kate, madre del nuevo príncipe, que no tuviese tu madre, también Kate, que te dio a luz, Alfile, que eres imagen y semejanza de Dios!?

Te escribo con amor, Alfie Evans, porque sé que vives en el corazón y en la mente de tus padres, Kate James y Thomas Evans, en la oración de todos los cristianos, en las lágrimas de los que sufren por tener un hijo enfermo, en la añoranza de los padres por los hijos que partieron, en el dolor de los matrimonios a los que no se les concedió la gracia de la descendencia y en la alegría de los padres que acogieron, con generosidad, una vida nueva, que engendraron o adoptaron.  Rabia por los que no aman ni son capaces de rezar -¿Qué es la oración sino la sublimación del amor?- por los que, por egoísmo, rechazan e don de un hijo o, peor aún, destruyen su vida todavía en el seno materno; por los que abandonan a sus familiares, jóvenes o ancianos; por los que desprecian a los enfermos; por los señores de la muerte, que matan vidas con sus infames diagnósticos, o sus sentencias inicuas.

Te escribo con amor, Alfie Evans, porque hay muchas, demasiadas manos manchadas con tu sangre: las de los clínicos que, como los que tuviste a tu cabecera en el hospital Alder Hey, de Liverpool, desistieron de ti; los dos magistrados que , como Anthony Hayden, impusieron su lógica inhumana, contra tu bien y la voluntad de tus padres; las de las autoridades que impidieron tu extradición –porque, aunque inocente, fuiste tratado como un criminal para tu patria- para el país que generosamente te concedió su nacionalidad y se dispuso a recibirte y tratarte en un hospital pediátrico católico. Rabia porque todos estos Pilatos van a lavar hipócritamente sus manos ante la opinión pública, gozando, más de una vez, de una indecente impunidad.

Te escribo con amor, Alfie Evans, porque sé que ni  tu vida, ni tu muerte, han sido inútiles. Gracias a ti, vamos a continuar la lucha por la vida, vamos a seguir buscando soluciones médicas para los niños que nazcan con los mismos problemas que tú tuviste. Vamos a continuar luchando para que toda vida humana sea respetada, desde el momento de la concepción hasta su muerte natural. Gracias a ti, muchos más médicos van a honrar su nobilísima profesión salvando vidas. Innumerables jueces se van a empeñar aún más en hacer de su magistratura un servicio a la justicia y al bien común. Gracias a ti habrá más políticos que, conscientes de su responsabilidad y de la grandeza de su misión de servicio a la comunidad, defenderán a los débiles contra la prepotencia de los poderosos.

Te escribo con amor, Alfie Evans, porque, a tu corazón puro e inocente, que no conoce la ira ni el resentimiento, vamos a convertir nuestra rabia en oración por tus verdugos y en lucha por una sociedad más humana, porque es  más justa; más fuerte, porque es más solícita con los débiles; más cristiana, porque es más solidaria.

Obrigado, Alfie Evans!

https://observador.pt/opiniao/autor/pgnapa/


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