Una sociedad es fuerte en la medida en que protege a los más débiles:
la prepotencia totalitaria es flaqueza y no fuerza, cobardía y no valor,
egoísmo y no razón.
Te escribo con amor, Alfie Evans,
y con rabia. Amor a ti, a tus padres, a todos los bebés que sufren y a todos
los padres que los aman. Rabia contra todos los médicos que han transformado el
juramento de Hipócrates en un juramento de hipócritas; contra todos los jueces
que se arrogan la prepotencia de impedir que unos padres hagan lo que es mejor
para su hijo enfermo; contra todos los políticos que distribuyen besos y
abrazos en las campañas electorales, o cuanto hay cerca un fotógrafo o
periodista, pero que son indiferentes a los dramas humanitarios.
Te escribo con amor, Alfie Evans,
porque sé que vives, ya no en este mundo, sino en el otro, porque Jesús dice a
los saduceos de aquel tiempo y a los materialistas de todos los tiempos que,
para Dios, viven (cf. Mt 22, 23-33). Rabia por la cultura de la muerte, que
asesina a los niños aún no nacidos, que mata a los viejos enfermos en fase
terminal y hace de su eugenesia, análoga al régimen nazi, la bandera de una
falsa dignidad, o paradigma de una razón sin razón ni corazón.
Te escribo con amor, Alfie Evans,
porque sé que luchaste por la vida, incluso cuando te fueron retirados los
medios técnicos que te ayudaban a respirar. Lo hiciste por tu cuenta, mucho más
allá de lo medicamente se podía esperar. ¿Por qué? ¡Porque tú querías vivir!
Cualquier ser vivo, por instinto de supervivencia, lucha por su vida desde el
primer momento de su existencia. Incluso aunque sea éticamente lícito retirar
los medios extraordinarios que prolongan artificialmente el funcionamiento de
órganos vitales, nunca es legítimo precipitar el fin de la vida por asfixia, o
por falta de nutrición. Rabia por la ideología que, en nombre de no sé qué
principios, te negó los auxilios que necesitabas para sobrevivir, dada tu grave
enfermedad y corta esperanza de vida.
Te escribo con amor, Alfie Evans,
porque el Papa Francisco se encariñó de tu vida hasta el último momento y
sufrió, con corazón paterno, tu muerte, aunque siente que fuiste para Dios.
Rabia por los gobernantes de tu país que, insensibles a las apelaciones del
Santo Padre, no sólo no quisieron garantizar tu existencia, sino que tampoco
permitieron que fueras transferido al hospital pediátrico católico de Roma,
donde un equipo de especialistas se disponía a recibirte y ayudarte a vivir el
tiempo que, sin recurrir al inhumano encarnizamiento terapéutico, aún tuvieses.
Te escribo con amor, alfie Evans,
porque te debo lo que el mundo te negó cuando, desde el elevado cinismo
eugenésico, te rechazó. Rabia por aquellos que te despreciaron, por tu país,
por la Europa que somos, por la civilización que ya no siquiera honra el más
agrado de los deberes cívicos: respetar una vida frágil e inocente. Una
sociedad es fuerte en la medida en que protege a los más débiles: La
prepotencia totalitaria es flaqueza y no fuerza, cobardía y no valor, egoísmo y
no razón.
Te escribo con amor, Alfie Evans,
porque la comunicación social, salvo honrosas excepciones, se refirió a ti con
indiferencia o mal disimulado desdén por tu dolor, mientras se centraba en otro
niño, el tercer hijo de los príncipes William y Kate, duques de Cambridge, cuyo
nacimiento celebró con alegría. Rabia porque tú, porque no eres ‘real’, no
mereciste vivir. Eras solo virtual, un número aciago en una estadística
cualquiera, un ser a abatir, una criatura monstruosa que no merece existir, un
gasto superfluo para el Sistema Nacional de Salud. ¿¡Qué tenía aquella Kate,
madre del nuevo príncipe, que no tuviese tu madre, también Kate, que te dio a
luz, Alfile, que eres imagen y semejanza de Dios!?
Te escribo con amor, Alfie Evans,
porque sé que vives en el corazón y en la mente de tus padres, Kate James y
Thomas Evans, en la oración de todos los cristianos, en las lágrimas de los que
sufren por tener un hijo enfermo, en la añoranza de los padres por los hijos
que partieron, en el dolor de los matrimonios a los que no se les concedió la
gracia de la descendencia y en la alegría de los padres que acogieron, con
generosidad, una vida nueva, que engendraron o adoptaron. Rabia por los que no aman ni son capaces de
rezar -¿Qué es la oración sino la sublimación del amor?- por los que, por
egoísmo, rechazan e don de un hijo o, peor aún, destruyen su vida todavía en el
seno materno; por los que abandonan a sus familiares, jóvenes o ancianos; por
los que desprecian a los enfermos; por los señores de la muerte, que matan vidas
con sus infames diagnósticos, o sus sentencias inicuas.
Te escribo con amor, Alfie Evans,
porque hay muchas, demasiadas manos manchadas con tu sangre: las de los
clínicos que, como los que tuviste a tu cabecera en el hospital Alder Hey, de
Liverpool, desistieron de ti; los dos magistrados que , como Anthony Hayden,
impusieron su lógica inhumana, contra tu bien y la voluntad de tus padres; las
de las autoridades que impidieron tu extradición –porque, aunque inocente,
fuiste tratado como un criminal para tu patria- para el país que generosamente
te concedió su nacionalidad y se dispuso a recibirte y tratarte en un hospital pediátrico
católico. Rabia porque todos estos Pilatos van a lavar hipócritamente sus manos
ante la opinión pública, gozando, más de una vez, de una indecente impunidad.
Te escribo con amor, Alfie Evans,
porque sé que ni tu vida, ni tu muerte, han
sido inútiles. Gracias a ti, vamos a continuar la lucha por la vida, vamos a
seguir buscando soluciones médicas para los niños que nazcan con los mismos
problemas que tú tuviste. Vamos a continuar luchando para que toda vida humana
sea respetada, desde el momento de la concepción hasta su muerte natural.
Gracias a ti, muchos más médicos van a honrar su nobilísima profesión salvando
vidas. Innumerables jueces se van a empeñar aún más en hacer de su magistratura
un servicio a la justicia y al bien común. Gracias a ti habrá más políticos
que, conscientes de su responsabilidad y de la grandeza de su misión de
servicio a la comunidad, defenderán a los débiles contra la prepotencia de los
poderosos.
Te escribo con amor, Alfie Evans,
porque, a tu corazón puro e inocente, que no conoce la ira ni el resentimiento,
vamos a convertir nuestra rabia en oración por tus verdugos y en lucha por una
sociedad más humana, porque es más
justa; más fuerte, porque es más solícita con los débiles; más cristiana,
porque es más solidaria.
Obrigado, Alfie Evans!
https://observador.pt/opiniao/autor/pgnapa/
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