José luís Nunes Martins
Las intenciones más
perversas se disfrazan siempre de bien. Se presentan como bondades y pasan
desapercibidas, porque nos entran en el corazón sin que nos demos cuenta.
Tal vez uno de los
mayores dones de sabiduría sería que conociéramos con rigor todos los males que
hacemos, a nosotros mismos y a los demás.
Cada hombre tiene
un señor de la guerra que vive en su corazón. Tanto si es fuerte y poderoso como
si no pasa de un pobre malhechor esperando que le den una oportunidad, eso a
depende mucho de cada uno de nosotros, y de la forma como procuramos ser quien
queremos ser.
El mal en nosotros procura
que vivamos sin humanidad. Esconde los errores y se presenta como origen de
aquello en que somos superiores. ¡En verdad, según el mal, nadie es mejor que
nosotros!
El mal es un error.
Quien sigue su voluntad de exterminio y supremacía acaba por dividirse a sí
mismo, pues niega aquello en que es igual al otro.
Los instintos del
mal son vigorosos. Nunca deben ser tomados como inocentes o naturales. Si no
fueran combatidos mientras pequemos, crecen, nos dominan y se apoderan de lo
que somos.
No debemos ignorar las
sombras que nos habitan, ni intentar escapar de ellas. De poco sirve intentar
explicarlas o resolverlas con debates de razones. Sólo el amor las vence.
Que sepamos mirar
el mal que hay en nosotros, frente a frente, reconociéndolo, perdonándolo y
perdonándonos porque haber depositado nuestra confianza en aquel que nos sedujo
mintiendo, y que, en verdad, solo busca que seamos esclavos de su voluntad.
Que yo sepa
perdonar y ayudar a otro.
Que sepa yo vivir
en paz conmigo mismo y con todo el mundo.
Si de un mal
siempre deriva otro, también del bien es así.
Si en el mal la
multiplicación se hace por la destrucción y por la separación, el bien se
multiplica por la capacidad de crear más y más, por el amor que hace milagros y
que mueve montañas, y que inspira a los otros a buscar felicidad donde ella los
espera.
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