José Luís Nunes Martins
Una de las ideas que podemos alimentar más contraria a
la verdad es la de que somos autosuficientes. Una postura de independencia en relación
a los otros a todos los niveles, no creyéndolos necesarios para construir
nuestra vida o felicidad. Se trata de un error que acaba teniendo consecuencias
desastrosas, pues quien prescinde del otro está, en verdad, queriendo vivir
fuera del único mundo que existe.
Yo necesito de ti. Mi felicidad depende de la tuya,
por lo que tengo la obligación de contribuir al mayor bien de los otros. Si
escojo el egoísmo, no seré yo y estaré renunciando a la felicidad.
¿Quién no ha experimentado ya la tristeza profunda de
tener una alegría y no tener con quien compartirla?
Otro de los errores que debemos evitar es el de
clasificar a los otros, etiquetándolos como si ya conociésemos bien su
historia, las circunstancias en que viven o qué pasa en su corazón. Cada
persona es un universo. ¿Si ni siquiera nosotros mismos conseguimos comprender
nuestra existencia, por qué razón nos creemos capaces de juzgar, dividir y
clasificar a los que se cruzan con nosotros?
¿Qué me enriquece más? ¿El que se identifica conmigo
en un punto concreto o aquel que tiene lo que me falta? ¿No es el amor la
actitud más inteligente, en la medida en que nos permite aprender y crecer con
todos con todos los que comparten conmigo?
Todos estamos llamados a no juzgar a los otros, con la
misma fuerza y verdad con que consideramos absurdo cualquier juicio respecto a
nuestra identidad y autenticidad.
La hipocresía es el tercero de estos errores. Ser dos
fingiendo que se es uno. Exigir a los otros lo después no hacemos; despreciar a
los otros que son, al final, iguales a mí! Demostrar bondad falsa. Fingir todo,
hasta el punto de que su autenticidad se pierde en medio de tantas caras como
tiene.
Una armadura de mentira que nos aparta de los otros,
de la verdad y de la paz.
No es bueno fingir ser lo que aún no somos. Mejor es
luchar para serlo.
El hipócrita es alguien malo que quiere parecer bueno.
Por último, la altivez, la arrogancia y el orgullo de
aquellos que quieren quedar siempre en primer lugar. Se colocan por encima de
los demás, se creen con derecho a instrumentalizar a los otros para que lleguen
donde creen que es su lugar. Esta manía de superioridad revienta muchas
relaciones, pues en vez de ayudar, de contribuir, de darse, el orgulloso exige
y espera que los otros vengan a servirle.
Al orgulloso se le escapa la verdad simple de que la
felicidad está en darse a los otros, no en servirse de ellos. Prefiero dar y
tener siempre mucho para dar, de carecer tanto que nada me satisfaga por
completo aunque me fuese dado.
La falta de humildad es señal de degradación interior.