lunes, 12 de noviembre de 2012

Una mañana de emociones



Esta mañana estaba la oficina llena de transeúntes, el frío repentino ha empujado a muchos a buscar refugio en el hogar. Hoy tenía yo otra misión y estuve menos tiempo, el suficiente para disfrutar de tres escenas conmovedoras que no quiero dejar pasar para que no caigan en el olvido, devoradas por el vértigo de acontecimientos que provoca la crisis diariamente.

Nuestro amigo D., que lleva ya una temporada entre nosotros, aunque añora el clima de Canarias, estaba esta mañana en su puesto, aterido de frío,  pidiendo unas monedas, solo las suficientes para comprar algo de comer.

Yo llegué a la oficina y, como he dicho, estaba llena; aún así entró F. con su silla de ruedas y traía una cara como jamás le había visto, feliz, radiante, de manera que parecía que volaba , y como no acertaba a hablar le pregunto qué pasa, qué buena noticia traes, suéltala ya, y contesta emocionado: “ya tengo la pantalla, además grande”; quién te la ha dado, le pregunto, y me dice que se la han proporcionado en “Madre Coraje”. Esta pantalla significa mucho para F., significa que ya está a punto de poner en marcha el mecanismo que le hacía falta para ganarse la vida, e incluso piensa en llegar a obtener beneficios para ayudar a otros.

Por fin, llevamos meses tratando de conseguir un ordenador para que F. desarrolle sus capacidades de informático, él tiene una prisa enorme porque dice, con toda naturalidad, que como está en fase terminal teme quedar totalmente incapacitado antes de procurarse algunas mejoras o comodidades en su vida. Hacía después balance de sus últimos meses: seis durmiendo en un cajero, seis en un piso caro y malo, y tres con una compañía aceptable, y aquí viene la segunda emoción de la mañana.

Cuando ya nos hemos repuesto un poco de la primera me regala la segunda emoción: mirándome con esa mirada que pone cuando está en su mejor momento me dice. “¿le llevas un café a D., que hace mucho frío?”…Esto ya me desborda, de las quejas continuas han pasado en poco tiempo a esta amistad y esta familiaridad incluso. Por supuesto que no hizo falta que me lo pidiera dos veces.

Cuando llegué con el café al puesto de D. lo encuentro acurrucado por el frío, pero no sólo, tiene los ojos húmedos y me mira y me dice con la voz entrecortada:”estoy llorando de emoción. Acaba de pasar un chico joven y me ha dado esta braga - señalando el cuello bien abrigadito-, se lo ha quitado él, que la llevaba puesta y me la ha dado. Y ahora me traes el café…”; era lo que le faltaba hoy a D.”

F. siempre se despide con un “Que Dios te bendiga”, y cualquier favor que recibe lo toma por una bendición, por eso la mejor manera de terminar hoy el relato es: “bendito sea Dios”.

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