P. Gonçalo Portocarrero de Almada
El comunismo tiene todas las características de las enfermedades: tiene
síntomas específicos, provoca reacciones alérgicas, suele ser incurable, y
genéticamente transmisible y terriblemente mortal.
La salud es un estado precario
que no presagia nada bueno, porque se pierde cuando se enferma. Lo que sea una
enfermedad no es fácil decir y, por eso, la comunidad científica no es unánime
a este particular. Algunos comportamientos, como zurdo, fueron tenidos por
anormales y después dejaron de serlo; hubo enfermedades que, entre tanto, se
han extinguido, como parece ser el caso de la peste bubónica; y otras
patologías solo fueron diagnosticadas a finales del siglo XX, como el síndrome
de Asperger.
Sin querer meter la hoz (¡y nunca
mejor dicho!) en cosecha ajena, temo que el comunismo pueda ser en breve
reconocido por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como enfermedad. En
plena ‘silly season’, la propuesta puede parecer disparatada, pero la verdad es
que el comunismo reúne todas las condiciones de las fiebres: tiene síntomas
específicos, provoca reacciones alérgicas, suele ser incurable, genéticamente
transmisible y terriblemente mortal.
Al nivel de los síntomas
epidérmicos, esta grave deficiencia se parece mucho al sarampión: los que lo
padecen se ponen también, como se suele decir, ¡rojos!
Provoca, en general, una reacción
alérgica a las religiones, mórbidas expresiones de la alienación popular (en
último término, ¡qué es una beata sino un toxicómano dependiente del ‘opio del
pueblo’?!). Este enfermizo efecto sólo se consigue eliminar por la prohibición
de creencias, como sucede en Corea del Norte y en China, donde los fieles son
perseguidos y exterminados.
Otra alergia que provoca esta
nueva enfermedad es la homofobia, como lo prueban la historia y práctica del
Partido Comunista Portugués: algunos militantes fueron, por este motivo,
expulsados del partido y a los gays no les fue, por esta condición, permitida
su adhesión al partido. Como escribía paulo Gaião: “están estudiando a fondo
las circunstancias de la expulsión de Júlio Fogaça, que era homosexual, del
PCP, donde se pueden haber mezclado cuestiones políticas con cuestiones de
homofobia. También está por aclarar la razón por la que PCP anda aún hoy
incómodo con el tema dela homosexualidad” (Expresso, 21-1-2013). No se piense
que es cosa superada porque muy recientemente el PCP, cuando la Asamblea de la
República aprobó un voto de condena de las persecuciones a los homosexuales en
Chechenia, se abstuvo (Expresso, 21-4-2017).
Como muestra, ya en 2015, este
semanario publicó lo que casi toda la prensa muy púdicamente silenció: dos
homosexuales, en plena fiesta del Avante, fueron injuriados, maltratados y
ejemplarmente expulsados, a la pura manera estalinista. Siendo así, es claro
que, como reza la publicidad, ¡No hay otra fiesta como esta! Curiosamente, no
consta que ninguna organización de defensa de los derechos de estas minorías se
haya manifestado en Atalaia, o frente a la sede del PCP…
Claro que, si el caso hubiera
ocurrido en una institución católica, en una procesión o en una romería
religiosa, habría dado mucho que hablar en la prensa, siempre tan atenta a todo
lo que pueda servir como arma para atacar contra la iglesia. Pero, como fue en
el ‘suelo sagrado’ del PCP – para utilizar la expresión de Henrique Raposo, uno
de los pocos cronistas que tuvo el coraje de condenar el incidente – todo quedó
en el silencio de los dioses.
En su forma más virulenta, esta
enfermedad es incurable. Mientras que la miopía y otras enfermedades tienden a ser
menos agresivas con la edad, el cuadro clínico de los comunistas no mejora con
el paso del tiempo. Un caso público y que, por eso, puede ser contado sin
quiebra del principio deontológico de la confidencialidad médica, es el de
Jerónimo, el gran jefe de las pieles rojas que no es por causa del sarampión:
no obstante a su provecta edad, la enfermedad no da señales de regresión,
aunque hace muchos que la padece horriblemente.
Según estudios científicos fuera
de toda sospecha, es muy probable que se trate de una dolencia que se transmite
genéticamente: téngase en cuenta la tan “queriducha” dinastía Kim, en Corea del
Norte, que ya va la tercera gloriosa generación de queridos líderes y que es
una auténtica democracia, según un paciente que, después de varios años en la
Asamblea de la República, está ahora interno en la Cámara Municipal de Loures.
También los hermanitos bloquistas, retoños de un extremista padre
revolucionario, corroboran, a nivel nacional que el comunismo es genéticamente
transmisible. Pero la violencia perseguidora y represiva de una encarnizada
diputada socialista permite suponer que, también por otras causas, se puede
verificar la misma grave intolerancia a la libertad de pensamiento y de
expresión.
El comunismo es una dolencia
terriblemente letal. Según estadísticas homologadas por la OMS, ya ‘limpió el
sarampión’ a cien millones de víctimas: ¡es el cáncer de la democracia, la
peste negra de la modernidad! Mata por hambre, con balas y mediante suicidio
inducido, profilaxis aplicada, con éxito, a los disidentes e incluso a muchos
camaradas de Lenin y Stalin. Otros fueron desterrados a Siberia, cuyas bajas
temperaturas son muy saludables, según el saludable principio de que el frío,
siberiano o frigorífico, conserva.
El candidato del PSD a la
alcaldía de Loures es racista y no tiene perdón, pero los comunistas son
inimputables: nunca tienen culpa porque, al final, son enfermitos. Esperemos
que, sus correligionarios, no tengan de ellos, por vía de eutanasia, una
compasión asesina. Y que, por nuestra rica salud, no sean nunca poder, en cuyo
caso nuestro sufrimiento sería verdaderamente terminal.
Moraleja de esta historia inmoral:
la razón por la cual políticos, médicos y sicólogos son insultados en las redes
sociales, acosados por la prensa y perseguidos por sus asociaciones
profesionales, no son sus declaraciones, incluso cuando son polémicas. La razón
es otra: no son de izquierdas y, por eso, no tienen derecho a la impunidad, que
es exclusiva de la ‘geringonça’. En Portugal, la libertad de pensamiento y de
expresión es de hecho un elixir al que solo comunistas, bloquistas y
socialistas más rojos tienen derecho. Por razón, precisamente, de este padecimiento.
Antes sarampión…
http://observador.pt/opiniao/o-comunismo-e-o-sarampo/
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