domingo, 13 de agosto de 2017

El comunismo y el sarampión




P. Gonçalo Portocarrero de Almada


El comunismo tiene todas las características de las enfermedades: tiene síntomas específicos, provoca reacciones alérgicas, suele ser incurable, y genéticamente transmisible y terriblemente mortal.

La salud es un estado precario que no presagia nada bueno, porque se pierde cuando se enferma. Lo que sea una enfermedad no es fácil decir y, por eso, la comunidad científica no es unánime a este particular. Algunos comportamientos, como zurdo, fueron tenidos por anormales y después dejaron de serlo; hubo enfermedades que, entre tanto, se han extinguido, como parece ser el caso de la peste bubónica; y otras patologías solo fueron diagnosticadas a finales del siglo XX, como el síndrome de Asperger.

Sin querer meter la hoz (¡y nunca mejor dicho!) en cosecha ajena, temo que el comunismo pueda ser en breve reconocido por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como enfermedad. En plena ‘silly season’, la propuesta puede parecer disparatada, pero la verdad es que el comunismo reúne todas las condiciones de las fiebres: tiene síntomas específicos, provoca reacciones alérgicas, suele ser incurable, genéticamente transmisible y terriblemente mortal.

Al nivel de los síntomas epidérmicos, esta grave deficiencia se parece mucho al sarampión: los que lo padecen se ponen también, como se suele decir, ¡rojos!

Provoca, en general, una reacción alérgica a las religiones, mórbidas expresiones de la alienación popular (en último término, ¡qué es una beata sino un toxicómano dependiente del ‘opio del pueblo’?!). Este enfermizo efecto sólo se consigue eliminar por la prohibición de creencias, como sucede en Corea del Norte y en China, donde los fieles son perseguidos y exterminados.

Otra alergia que provoca esta nueva enfermedad es la homofobia, como lo prueban la historia y práctica del Partido Comunista Portugués: algunos militantes fueron, por este motivo, expulsados del partido y a los gays no les fue, por esta condición, permitida su adhesión al partido. Como escribía paulo Gaião: “están estudiando a fondo las circunstancias de la expulsión de Júlio Fogaça, que era homosexual, del PCP, donde se pueden haber mezclado cuestiones políticas con cuestiones de homofobia. También está por aclarar la razón por la que PCP anda aún hoy incómodo con el tema dela homosexualidad” (Expresso, 21-1-2013). No se piense que es cosa superada porque muy recientemente el PCP, cuando la Asamblea de la República aprobó un voto de condena de las persecuciones a los homosexuales en Chechenia, se abstuvo (Expresso, 21-4-2017).

Como muestra, ya en 2015, este semanario publicó lo que casi toda la prensa muy púdicamente silenció: dos homosexuales, en plena fiesta del Avante, fueron injuriados, maltratados y ejemplarmente expulsados, a la pura manera estalinista. Siendo así, es claro que, como reza la publicidad, ¡No hay otra fiesta como esta! Curiosamente, no consta que ninguna organización de defensa de los derechos de estas minorías se haya manifestado en Atalaia, o frente a la sede del PCP…

Claro que, si el caso hubiera ocurrido en una institución católica, en una procesión o en una romería religiosa, habría dado mucho que hablar en la prensa, siempre tan atenta a todo lo que pueda servir como arma para atacar contra la iglesia. Pero, como fue en el ‘suelo sagrado’ del PCP – para utilizar la expresión de Henrique Raposo, uno de los pocos cronistas que tuvo el coraje de condenar el incidente – todo quedó en el silencio de los dioses.

En su forma más virulenta, esta enfermedad es incurable. Mientras que la miopía y otras enfermedades tienden a ser menos agresivas con la edad, el cuadro clínico de los comunistas no mejora con el paso del tiempo. Un caso público y que, por eso, puede ser contado sin quiebra del principio deontológico de la confidencialidad médica, es el de Jerónimo, el gran jefe de las pieles rojas que no es por causa del sarampión: no obstante a su provecta edad, la enfermedad no da señales de regresión, aunque hace muchos que la padece horriblemente.

Según estudios científicos fuera de toda sospecha, es muy probable que se trate de una dolencia que se transmite genéticamente: téngase en cuenta la tan “queriducha” dinastía Kim, en Corea del Norte, que ya va la tercera gloriosa generación de queridos líderes y que es una auténtica democracia, según un paciente que, después de varios años en la Asamblea de la República, está ahora interno en la Cámara Municipal de Loures. También los hermanitos bloquistas, retoños de un extremista padre revolucionario, corroboran, a nivel nacional que el comunismo es genéticamente transmisible. Pero la violencia perseguidora y represiva de una encarnizada diputada socialista permite suponer que, también por otras causas, se puede verificar la misma grave intolerancia a la libertad de pensamiento y de expresión.

El comunismo es una dolencia terriblemente letal. Según estadísticas homologadas por la OMS, ya ‘limpió el sarampión’ a cien millones de víctimas: ¡es el cáncer de la democracia, la peste negra de la modernidad! Mata por hambre, con balas y mediante suicidio inducido, profilaxis aplicada, con éxito, a los disidentes e incluso a muchos camaradas de Lenin y Stalin. Otros fueron desterrados a Siberia, cuyas bajas temperaturas son muy saludables, según el saludable principio de que el frío, siberiano o frigorífico, conserva.

El candidato del PSD a la alcaldía de Loures es racista y no tiene perdón, pero los comunistas son inimputables: nunca tienen culpa porque, al final, son enfermitos. Esperemos que, sus correligionarios, no tengan de ellos, por vía de eutanasia, una compasión asesina. Y que, por nuestra rica salud, no sean nunca poder, en cuyo caso nuestro sufrimiento sería verdaderamente terminal.

Moraleja de esta historia inmoral: la razón por la cual políticos, médicos y sicólogos son insultados en las redes sociales, acosados por la prensa y perseguidos por sus asociaciones profesionales, no son sus declaraciones, incluso cuando son polémicas. La razón es otra: no son de izquierdas y, por eso, no tienen derecho a la impunidad, que es exclusiva de la ‘geringonça’. En Portugal, la libertad de pensamiento y de expresión es de hecho un elixir al que solo comunistas, bloquistas y socialistas más rojos tienen derecho. Por razón, precisamente, de este padecimiento. Antes sarampión…

http://observador.pt/opiniao/o-comunismo-e-o-sarampo/

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