domingo, 9 de diciembre de 2018

Lo que no contamos a nadie


José Luís Nunes Martins

Hay un conjunto de historias que van a desaparecer cuando muramos, porque nunca las contamos a nadie. Unas serán buenas, otras y, yal vez la mayor parte, ni una cosa ni la otra.

Aquello que hacemos de buena gana tendrá aún más valor si no lo divulgamos. Es posible que lleguemos a ocultar la autoría del bien que hagamos hasta para las personas con quienes hemos sido buenos.

¿Que se gana guardando sigilo sobre las buenas acciones que se llevan a la práctica? Desde luego, este recato impide que caiga en cualquier tipo de orgullo, ese vicio que está en la raíz de la mayor parte de los males. ¿Pero es que no podría inspirar a otros? No. Las personas que eligen ser buenas lo hacen con la profunda convicción de que ese camino que quieren hacer, no es para imitar a alguien o por moda.

El testimonio esencial y más importante no es el de quien hace el bien, sino el de quien lo recibió.

El que da importancia a la opinión de los otros no considera sus propias ideas de forma adecuada. La persona se menosprecia a sí misma para después procurar su valor en las opiniones y miradas ajenas, amoldándose no al bien, sino al parecer de los demás.

Aquello que hacemos de buena gana tendrá aún más valor si no lo divulgamos. Es posible que lleguemos a ocultar la autoría del bien que hagamos hasta para las personas con quienes hemos sido buenos.

En cuanto a las historias malas, esas si deben ser compartidas. Para hacer penitencia por aquellas de las que hemos autores, demostrando nuestro arrepentimiento, o para librarnos de las que fuimos víctimas a través de una apertura al amor de los otros, para sanar esas heridas profundas.

Hay aún un grupo de cosas que no son buenas ni malas. No debemos darles importancia. Hay quien cree que debe contarlo todo, incluso lo que no importa, y acaba por aborrecer más de lo que comparte.

La verdad es que nuestro valor está en proporción directa con el bien que hacemos sin que nadie lo sepa. Contarlo es una quiebra de fe, una cesión al orgullo, una flaqueza hecha a la tentación de la vanidad, a pesar de que parezcan siempre buenas las disculpas para hacerlo.


Por eso, debemos exponer nuestros errores sin ocultar nada. Después, no cansar a otros con lo que no tiene importancia, ni bueno ni malo. Por fin, guardar solo para nosotros todo el bien del que seamos capaces.

Nuestros mayores hechos deberán ser conocidos solo por nosotros y por Dios. ¡Si conseguimos olvidarlos, entonces será perfecto!


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