José luís Nunes Martins
Todos quieren hablar,
nadie quiere escuchar. Muchos expresan lo que sienten, pero pocos se dejan
impresionar.
Sacamos conclusiones de
manera precipitada y estamos seguros de nuestros juicios precipitados respecto de todo y de todos, como si no fuésemos
capaces de esperar un poco más para que, con tiempo e inteligencia, descubrir
la verdad que hay tras la primera apariencia. Tal vez porque pensamos que no
hay nada más allá de eso.
Ya es raro que alguien
vaya al encuentro de otro con voluntad de escuchar y con él construir algo, de
llegar a nuevas ideas y mejores perspectivas.
Se precisa valor para
que guardemos silencio, para que dejemos, aunque solo sea por un tiempo, de
colocarnos en el centro de un mundo donde los otros no son más que actores
secundarios. Figurantes. Como si solo yo importase.
No solamente yo
necesito ser escuchado, el que necesita decir lo que me atormenta. Solo quien
abre su corazón al mío es capaz de compartir mis cruces más íntimas. Confesar
el mal que me desespera es un gran paso para vencer esa angustia, pero es
preciso que haya quien me escuche, o mejor, quien me quiera escuchar.
Callémonos por un tiempo,
intentemos entender lo que dicen otros, lo que repiten, lo que buscan y lo que
necesitan. A veces, son solo insignificancias que desean solo el consuelo de
que el otro lo mire un instante. Pero también hay quien precisa más que un
simple silencio atento en nosotros… y esos suelen hablar bajo. Por debajo de
los largos y exaltados monólogos de los otros.
Cualquier diálogo es
enriquecedor, lo mismo como aquel con quien no sabe muchas cosas, que con aquel
que sepa muchas cosas, porque el valor de cada uno de nosotros no está en lo
que sabemos, sino en lo que hacemos para ayudar a otro. Al final, la sabiduría
es saber solo lo que importa saber, nada más que eso.
¿De qué me sirve saber
tantas cosas si, cuando es necesario, no soy capaz de socorrer a mi hermano en
su fragilidad?
No hay comentarios:
Publicar un comentario