José luís Nunes Martins
Nos duele saber que aquellos que amamos no nos
escuchan.
Hoy, tal vez como nunca, no se escuchan unas a otras.
Todos quieren hablar y, por eso mismo, nadie quiere oír.
Incluso está de moda la idea de que debemos dialogar
con nosotros mismos. Una llamada al individualismo que pate del principio de
que cada uno de nosotros debe bastarse a sí mismo. Una independencia orgullosa
que no resulta porque es una soledad disfrazada de superioridad.
Es esencial que cada uno de nosotros, de forma libre y
autónoma, piense, decida y cambie su vida, pero eso no significa de manera
ninguna, que lo debamos hacer sin el apoyo de los otros a través del diálogo.
Parece que ya nadie tiene tiempo, tenemos tanto que
hacer hasta el punto de tener que hacerlo con la mayor prisa posible. Nuestra
atención es reclamada a gritos y acabamos por no entender cosa alguna.
Después, creemos que podemos hacer muchas cosas al
mismo tiempo, pero, en verdad, ya son pocos los que consiguen hacer bien una
sola, en medio de tano barullo.
Cansados de todo, desistimos y nos rendimos ante un
aparato electrónico cualquiera que nos absorbe hasta el punto de sacarnos de nosotros
mismos.
El espíritu oscurece y la tristeza abra un boquete en
nosotros mismos. Hacemos daño a los otros y ellos a nosotros por no reconocemos
lo que todos necesitamos expresar y escuchar.
La falta de escucha se confunde con la ausencia de
amor.
Que yo sepa expresar solo aquello que importa, pero
solo cuando fuera el momento para ello.
Escuchar es difícil. Exige que hagamos callar en
nosotros el egoísmo, el orgullo y la vanidad, sometiéndonos por completo,
aunque sea por unos instantes, a las necesidades del otro y aquello que procura
expresar.
Una escucha solo es verdadera si no persigue una reacción, sino una relación… en la cual
este tiempo es de otro y el silencio que le sigue…todavía es de él.