José Luís Nunes Martins
La familia es la base de la felicidad. Por eso, cuando
en ella persiste el egoísmo, el orgullo o el resentimiento, se convierte en una
especie de piedra atada a todos, impidiendo a cualquiera de sus miembros tener
paz.
Sin perdón no hay familia. Todos erramos unos con
otros. Por lo que solo con amor se pueden sanar estas heridas. En verdad, el
perdón es una prueba concreta de amor que une a los que deciden vivir y luchar
por la alegría duradera de todos.
Una familia precisa de espacio y tiempo entre aquellos
que componen. El respeto a la otro exige que guardemos alguna distancia y
seamos pacientes. Sin libertad no hay ni verdad ni felicidad. Estar presente no
significa invadir un espacio que no es mío. Amares dar espacio y tiempo.
También por eso es por lo que una familia es mucho mayor que la suma de sus
miembros.
Una familia se alimenta de la fe, de la confianza
compartida, de valores comunes, de sueños en los que también entran los otros,
de una voluntad común de que no haya allí soledad no deseada. En una familia
todos somos y yo y un nosotros.
Sin un compromiso que se renueve y cumpla cada día,
solo subsiste un conjunto de personas que no son una verdadera familia, sino
que las unas a las otras se arrastran hacia una verdadera tristeza a veces
disfrazada de sosiego, pero que, por eso mismo, se vuelve aún más trágica su tristeza.
Frente a las contrariedades, no debemos abandonar a
los nuestros. Por muy malas que sean las adversidades y por menos buenos que
nos parezcan aquellos que, a pesar de todo, debemos amar.
Una familia se mantiene unida y firme en la
tribulación. Resiste las angustias, las desesperanzas, la aparente falta de
amor, de sentido y de justicia del mundo y de los otros.
¿Si yo no sé ser justo, porque no se juzgar con
conocimiento de todo lo importante, entonces por qué paso tanto tiempo de mi
vida culpando y condenando a los otros, comenzando por los de mi familia?
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