Es bueno encontrar amigos que estén dispuestos a rescatarnos del fondo de los pozos donde tantas veces acabamos. Amigos leales que, ante la desgracia ajena, no ponen en primer lugar sus propios intereses.
La verdad es que, cada vez que ayudamos a alguien, estamos poniéndonos en riesgo, pero es por esa razón que nuestro gesto es noble. El sufrimiento asusta no solo a los que sufren, sino también a los que lo constatan. Es preciso ser grande para abrir el corazón al dolor del otro. Cualquiera de nosotros lo puede hacer… si lo hacemos o no es otra cuestión.
La vida es una larga lección. Nosotros somos los aprendices y los fracasos son nuestros mayores maestros.
Con el tiempo, y después de algunos desastres, ya debemos haber aprendido a reducir la velocidad cuando nuestra vida está girando… después, y a partir de la mitad de la curva, retomar el ritmo, con los ojos puestos en lo que tenemos delante y no en el espejo retrovisor.
Sufrir nos enseña a sufrir menos. Los disgustos nos fortalecen. Si hacemos de la desgracia una amiga, nos ayudamos a nosotros y a muchos de aquellos con los que nos cruzamos.
Tal vez el sentido de la vida sea simple: amar, a pesar de todo el sufrimiento que eso supone.
El amor exige bravura, fuerza y devoción. Resulta de una voluntad consciente de las posibles consecuencias, por lo que todo el mérito es de quien, a pesar de todo, decide seguir este camino.Y se levanta, por más que caiga. Y sabe cual es su norte, por más curvas que tenga que hacer.