Mi vida depende mucho más de mi modo de ser que de las cosas que poseo.
Nuestra libertad nos posibilita que escojamos, no nuestra alma, sino la forma como la expresamos, como realizamos aquello que nos es posible. Somos enteros, pero cada uno de nosotros es tan rico a varios niveles que nuestra identidad puede ser diferente a cada momento, sin que dejemos de ser quien somos.
Cada día, yo elijo de que forma quiero ser. Más o menos simpático entre aquello que consigo; más egoísta o más generoso, de entre aquello que me es posible ser; confiar o desconfiar de los otros, dentro de los límites de lo que no dejaré de ser yo mismo.
La mayor parte del tiempo, creemos que nuestra alegría depende de l que pasa a nuestro alrededor, como si fuésemos espejos que solo devuelven lo que les aparece delante. Ahora bien, nosotros tenemos la capacidad de ser fuentes de bien (y de mal) para nosotros mismos, como si fuésemos fuego, capaz de iluminar nuestros caminos y de otros, calentar, orientar y hasta de quemar el mal (o el bien) que elegimos.
Dos de nosotros, en las mismas circunstancias, eligen ser de forma diferente. Hay fracasos que a algunos los destrozan y a otros les da más ánimo. La manera como afrontamos el futuro, depositando más o menos confianza, es también una elección muy determinante para nuestro bienestar. ¿Me centro en loma que me pueda suceder y decido comenzar desde ya a prepararme? ¿O pongo el foco en el bien que puede suceder a mi alrededor, y soy feliz desde ya solo porque creo en lo que está por venir?
Por mayor que sea la desgracia de haber sido condenados a vivir, aun nos cabe, queramos que no, escoger si eso es razón suficiente para desistir o si todavía queremos luchar, a pesar de todo. Porque, al final, como tanto cobardes como héroes. Le toca a cada uno decidirse.
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