Mia Couto, in 'Pensatempos'
Me entristece cuánto
hemos dejado de escuchar. Dejamos de escuchar las voces que son diferentes, los
silencios que son diversos. Y dejamos de escuchar no porque estuviéramos
rodeados de silencio. Nos quedamos sordos por el exceso de palabras, autistas
por el exceso de información. La naturaleza se convirtió en retórica, en un
problema, en un anuncio de televisión. Hablamos de ella, no la vivimos. La
naturaleza, ella misma, tiene que volver a nacer. Y cuando vuelva a nacer
tendremos que aceptar que nuestra naturaleza humana es no tener naturaleza
ninguna. O que, si le parece, fuimos hechos para tener todas las naturalezas.
Hablé de los pecados de la Biología. Pero yo no cambiaría esta ventana por ninguna otra. La Biología me enseñó cosas fundamentales. Una de ellas fue la humildad. Esta nuestra ciencia me ayudó a entender otros lenguajes, el habla de los árboles, el habla de los que no hablan. La Biología me sirvió de puente para otros saberes. Con ella entendí la Vida como una historia, una narrativa perpetua que no se escribe con letras sino con vidas.
La Biología me alimentó la escritura literaria como si fuese uno de esos viejos contadores no de historias sino de sabiduría. Y reconocí lecciones que ya nos habían sido dadas cuando aún no nos habían dado a luz. En el redondo vientre materno, ya allí aprendimos el ritmo y los ciclos del tiempo. Esa fue nuestra primera lección de música. Ese corazón que la literatura eligió como sede de las pasiones, el corazón es el primer órgano en formarse en la morfogénesis. Al vigésimo segundo día de nuestra existencia ese músculo comienza a latir. Es el primer sonido, no que escuchamos –nosotros ya escuchábamos otro corazón, ese corazón mayor cuya presencia reinventaremos durante toda nuestra existencia - , pero es el primer sonido que producimos. Antes de la noción de la luz, nuestro cuerpo aprende la idea de tiempo. Con veintidós días, aprendemos que esa danza a la que llamamos Vida se hará al compás de un tambor hecho de nuestra propia carne.
http://www.citador.pt/textos/fomos-deixando-de-escutar-mia-couto
Hablé de los pecados de la Biología. Pero yo no cambiaría esta ventana por ninguna otra. La Biología me enseñó cosas fundamentales. Una de ellas fue la humildad. Esta nuestra ciencia me ayudó a entender otros lenguajes, el habla de los árboles, el habla de los que no hablan. La Biología me sirvió de puente para otros saberes. Con ella entendí la Vida como una historia, una narrativa perpetua que no se escribe con letras sino con vidas.
La Biología me alimentó la escritura literaria como si fuese uno de esos viejos contadores no de historias sino de sabiduría. Y reconocí lecciones que ya nos habían sido dadas cuando aún no nos habían dado a luz. En el redondo vientre materno, ya allí aprendimos el ritmo y los ciclos del tiempo. Esa fue nuestra primera lección de música. Ese corazón que la literatura eligió como sede de las pasiones, el corazón es el primer órgano en formarse en la morfogénesis. Al vigésimo segundo día de nuestra existencia ese músculo comienza a latir. Es el primer sonido, no que escuchamos –nosotros ya escuchábamos otro corazón, ese corazón mayor cuya presencia reinventaremos durante toda nuestra existencia - , pero es el primer sonido que producimos. Antes de la noción de la luz, nuestro cuerpo aprende la idea de tiempo. Con veintidós días, aprendemos que esa danza a la que llamamos Vida se hará al compás de un tambor hecho de nuestra propia carne.
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