José Luís Nunes Martins
26 de setembro de 2015
26 de setembro de 2015
Ilustração de Carlos Ribeiro
Los amigos combaten lo
peor de nosotros, los enemigos lo mejor. Los amigos casi siempre critican, los
enemigos pocas veces. Llegan incluso a aplaudir. Esa es su forma de llegar más
cerca, de ganar la confianza de un pecho abierto. Los anima el odio, un deseo
de destrucción que arruina más a quien lo tiene que aquel hacia quien es dirigido.
Los amigos nos corrigen
porque nos valoran, del mismo modo como reparamos un objeto importante, pero
dejamos para la basura otro que consideramos que no merece el esfuerzo de
intentar arreglarlo. Los enemigos nos corrigen porque no nos dan valor y
quieren de esa forma justificar su desprecio. A los amigos les permito
corregirme, como a los padres castigar a los hijos, mientras que los enemigos
sienten un perverso placer en castigar, porque creen que así queda legitimado
su falta de amor.
Hay quien es capaz de
hacer mucho mal. Sus mayores armas son: la calma con la que analizan los
detalles, la racionalidad con que dominan los instintos y la fiereza con aplican
sus golpes. Sin piedad ni culpa. Sólo una voluntad infernal que cumplen. Sí, porque
los infiernos no son sino trozos de paraíso destruidos.
El mayor enemigo de
cualquiera de nosotros es la mala voluntad. La voluntad de no crear. El deseo
del mal. La idea de que todo a nuestro alrededor es adverso y hostil, contrario
y aborrecible, indispuesto y detestable. La mayor parte de los que se hacen
enemigos son personas que codician, que se enorgullecen de algo que no tiene
gran valor, gente que tiene miedo. Y es que el odio les da una ilusión de
poder, valor y osadía.
Hay personas que, no
siendo capaces de analizar y evaluar los propios errores, los daños y las
faltas de otros, tratan de forma desproporcionada de destruir todo sólo porque
se dan cuenta de un pequeño error. Como si una puerta atascada justificase la
destrucción de un palacio.
La rabia extiende sus ramas en espacios vacíos,
en el aborrecimiento de las vidas que se contentan con poco sentido. Nadie nace
para ser sólo normal. Ceniciento. Algunos que así se encuentran se dan cuenta
de que hay otros que tienen en sus vidas colores, alegrías y vida, mucha vida…Entonces,
unos asumen osar seguir su ejemplo; otros, pretenden superar su desgracia a
través de la destrucción de los dones que hacen evidente u fracaso. Uno de los
grandes éxitos de los enemigos es hacernos creer que dicen la verdad cuando nos
hablan a nosotros al respecto.
Los momentos más
decisivos de nuestros días son aquellos en que, no teniendo nada planificado y
concreto que hacer, decidimos que hacer o… deshacer. Hay quien prefiere pasar
el tiempo destruyendo los castillos que otros levantan en la arena de la playa…
en vez de sentir la caricia del sol en la piel, el aroma único que se libera al
romper las olas, la alegría tan profunda, simple e infantil de coger la playa
entera en una mano llena de arena… y ser feliz por poder construir castillos
que, aun resistiendo poco tiempo, son siempre señal de una voluntad de
construir un bien que dure.
La traición resulta
casi siempre de la incapacidad de comprender el bien donde él está. Creyendo
que lo diferente es mejor, sólo porque es diferente. Pero se hace peor quien así
se engaña a sí mismo, en ese prejuicio absoluto de sentir, pensar y ser mejor. Una
apariencia de felicidad puede no ser más que una máscara que esconde una gran
podredumbre.
El rencor muchas veces
aguarda durante años hasta poder manifestar su sed de venganza, no por un mal
que haya sido hecho, sino por un bien que se detestó. Por eso, uno de los
mayores dolores que siente alguien que es malo es ser perdonado de su mal.
El enemigo alberga un
dio que es una esperanza de venganza de un supuesto mal externo a él. Se siente triste y acusa al
otro de eso. Una especie de venganza del medroso.
Ninguno de nosotros
tiene forma de no ser blanco del odio, pues tanto el bien como el mal que
hacemos lo pueden despreciar de la misma manera.
Hay personas cuyo odio
nos alaba. Somos diferentes de ellas, y aún más. Pero importa que nunca las arrastremos
al desprecio… aceptando con paciencia su existencia.
Nuestros mayores
enemigos son nuestros errores, vicios y pasiones. Debemos aprender con ellos,
agradecerles las espinas que clavan, ya que refuerzan nuestra capacidad de
andar despiertos y de perfeccionarnos.
El número de enemigos
aumenta en la proporción a nuestro valor. Pero son esos mismos adversarios los
que impiden que nos convirtamos en víctimas de nuestra importancia.
A los amigos les suele
gustar lo que nos cuesta alcanzar y desprecian lo que nos es fácil… los enemigos prefieren que no hagamos nada y
odian lo más difícil y elevado que hacemos. Unos quieren lo mejor de nosotros,
otros, lo peor.
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