La eutanasia está muy enraizada
en la cultura portuguesa. No como sinónimo de homicidio autorizado, sino en el
sentido etimológico, o sea, de una ‘buena muerte’ tal como la concibe y desea
el cristianismo.
Es conocida la historia del
embajador portugués en Berlín que, al final de la segunda Guerra Mundial, al
ser ocupada la capital alemana por las fuerzas aliadas, decidió abandonar, sin
autorización, su puesto y regresar a Lisboa. Cuando se presentó ante su
superior jerárquico, así respondió esta a quien le anunció la inesperada
llegada del diplomático:
-No, nuestro embajador en
Alemania está en Berlín.
Como le hubiese sido confirmada
la presencia, en la capital portuguesa, del jefe de la misión acreditada ante
el gobierno alemán, dicho gobernante replicó:
-¡Entonces, si está en Lisboa,
ya no es nuestro embajador en Berlín!
El episodio de la dimisión
fulminante del precipitado diplomático sirve para recordar que, aunque pueda
haber algunos supuestos cristianos que defiendan la eutanasia, en realidad, si
lo hacen sabiendo y queriendo contradecir expresamente el Evangelio de la Vida,
según una muy feliz expresión de San Juan Pablo II, es obvio que, por fuerza de
esa defensa de la ‘muerte asistida’, niegan la fe que dicen creer.
De hecho, nadie puede ser
católico al margen de la Iglesia, como tampoco nadie puede ser embajador de Portugal
en rebeldía contra el gobierno. Católico no es quien dice serlo, sino quien
objetivamente reúne las condiciones necesarias para poder ser reconocido como tal
por la autoridad eclesial competente, principalmente por ser bautizado,
profesar las verdades de la fe cristiana y proponerse vivir de acuerdo con sus
principios morales, por muchos y graves que sean sus pecados. De hecho, no se
puede ser católico y estar a favor, por ejemplo, del politeísmo, o del
adulterio, o de la pedofilia, o de la corrupción, o de la idolatría, o de la
reencarnación, o del aborto, o del nazismo, o de la ideología de género, o del
comunismo, o de racismo, o de la eutanasia, etc.
Si la eutanasia, en cuanto
practica que contradice expresamente el quinto mandamiento de la Ley de Dios,
es necesariamente anticristiana, también es verdad que existe, por así decir,
una eutanasia cristiana. No en la acepción de un homicidio autorizado, o consentido,
sino en el sentido etimológico, o sea, de una ‘buena muerte’ según la doctrina
y la práctica de la Iglesia. De más estaría decir que, para un cristiano, una ‘buena
muerte’ nunca es provocada, ni anticipada, sino una muerte natural y, si fuera
posible, bendecida.
La eutanasia, en la acepción
de buena muerte, está muy presente en la cultura cristiana del pueblo
portugués. Según el P. Dr. Jacinto dos Reis, especialista en mariología, hay en
nuestro país una gran devoción a Nuestra Señora de la Buena Muerte, o sea, de
la eutanasia. De hecho, son numerosas las imágenes de Nuestra Señora de la
Buena Muerte veneradas en muchas iglesias y capillas portuguesas. ¡Sólo en la
archidiócesis de Braga se elevan a 24, contándose 13 altares y nueve capillas!
Mientras algunos paganos
quieren, a la hora de la muerte, un médico que los mate y así apresurar la
agonía final, los cristianos esperan tener a su cabecera, en esa hora decisiva,
familiares y hermanos en la fe que los asistan con su caridad, padres que los
conforten espiritualmente y profesionales de salud que los ayuden a llegar
hasta el final de la etapa terrena de su vida, sin abreviarla por la falsa compasión
– como muy bien dice el Profesor Daniel Serrano, la muerte por compasión es la
muerte de la compasión- sin que tampoco la prolonguen artificialmente, por vía
de la obstinación terapéutica.
La verdadera eutanasia es,
para un cristiano, una muerte en gracia de Dios y en el amor de la familia y de
los hermanos en la fe y no una agonía
sin dolor, aunque sean laudables los esfuerzos en ese sentido, desde el momento
que no atenten contra la vida, ni la
dignidad humana. La ‘buena muerte’ cristiana, aunque dolorosa, es siempre vivida,
no en la tristeza de la desgracia, sino en la alegría de la gracia y en la
certeza de estar prestos para alcanzar, por la infinita misericordia de Dios,
una felicidad sin fin. ¡Válganos, pues, en esa hora, Nuestra Señora de la Buena
Muerte, o sea, de la eutanasia!
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P.S. Luís Aguiar-Conraria, meu ilustre colega como cronista do Observador, concedeu-me a honra de um seu comentário à minha anterior crónica, “Deus é feminista!”, que teve a generosidade de considerar um “artigo muito bem humorado”. Para o efeito, não só cita Mahmoud Ahmadinejah como também apresenta um gráfico muito bonito que, segundo ele, “mostra” que “quanto mais pessoas levam a religião a sério, maior a desigualdade de género” (sic). Em abono desta tese científica, tenho a dizer que a D. Aurora, que era fervorosa adepta da ideologia de género ao começar a rezar o terço; no fim do segundo mistério já se considerava superior ao sacristão; e, no fim da reza, tão partidária da desigualdade de género que desancou o marido, o Arlindo, quando o viu chegar da taberna, onde ele tinha ido praticar as suas devoções (ambos são muito piedosos, diga-se de passagem, mas cada um à sua maneira). Com este meu modesto contributo, corrobora-se cientificamente que, com efeito, “a mais religiosidade, mais desigualdade de género”. Quoad erat demonstrandum.
P.S. Luís Aguiar-Conraria, meu ilustre colega como cronista do Observador, concedeu-me a honra de um seu comentário à minha anterior crónica, “Deus é feminista!”, que teve a generosidade de considerar um “artigo muito bem humorado”. Para o efeito, não só cita Mahmoud Ahmadinejah como também apresenta um gráfico muito bonito que, segundo ele, “mostra” que “quanto mais pessoas levam a religião a sério, maior a desigualdade de género” (sic). Em abono desta tese científica, tenho a dizer que a D. Aurora, que era fervorosa adepta da ideologia de género ao começar a rezar o terço; no fim do segundo mistério já se considerava superior ao sacristão; e, no fim da reza, tão partidária da desigualdade de género que desancou o marido, o Arlindo, quando o viu chegar da taberna, onde ele tinha ido praticar as suas devoções (ambos são muito piedosos, diga-se de passagem, mas cada um à sua maneira). Com este meu modesto contributo, corrobora-se cientificamente que, com efeito, “a mais religiosidade, mais desigualdade de género”. Quoad erat demonstrandum.
http://observador.pt/opiniao/valha-nos-nossa-senhora-da-eutanasia/
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