José Luís Nunes Martins
Solo cuando nos
vaciamos de nosotros mismos es cuando abrimos espacio para que los tesoros que
nos esperan puedan entrar. Como si nuestro interior estuviese ocupado y
secuestrado por un conjunto de cosas sin valor que lo llenan e imposibilitan
para vivir de forma plena.
Es cierto que
nuestra vida está compuesta de momentos de inspiración y de expiración, ahora
más vacíos, ahora más llenos. Pero siempre será mejor que, antes de que nos llenemos
de lo que es bueno, nos purifiquemos de todo lo malo que -como higiene - pueda
temer quedar en nosotros.
Hay vacíos que
duelen porque en ellos reinan y excavan las tinieblas, al contrario de otros en
que la luz transforma el espacio interior en alegría. El dolor y el amor no
pesan, pero pueden ocupar todo el espacio de nuestra intimidad.
El deseo, cuando
al respecto de algo vano, nos debilita, porque abre agujeros innecesarios que
hieren nuestra integridad. Esto, al contrario de las aspiraciones más nobles,
que buscan revestirnos de algo que promueva lo que (ya) somos.
La fe implica
confiar en lo que no se ve, convencido de la certeza de lo que se espera.
Cuando vivimos en
la búsqueda del bien, la duda y las tentaciones provocan, a través de algunos
miedos, una inestabilidad que nos perturba, pero hace frente a lo que debemos
hacer. ¡Tal vez nos pueda animar la simple verdad de que nel mal solo seduce a
quien está fuera de él, o sea, solo es tentado quien está en el camino acertado!
No hay mayor
pasión que la fe, porque ella es la certeza de que no estamos solos.
http://agencia.ecclesia.pt/portal/os-vazios-do-coracao/