José Luís Nunes Martins
Cuando algo nos duele, es importante que seamos
capaces de tratar de sanar. Quien busca a través del odio, la violencia o
incluso la fría venganza reponer la justicia, agrava el mal que lo aflige, en
vez de curarlo.
¿Cuántas veces quedamos disgustados con acontecimientos
que, en realidad, no pasaron tal como los recordamos? ¿Es que no debíamos, en
honor a la verdad, ser más humildes y procurar saber con rigor los hechos antes
de reaccionar?
Hay quien se alimenta del mal y hace su corazón latir
en busca de castigos para los demás. Busca la justicia, pero lo hace de forma
tan justiciera que acaba siendo tan injusto como aquellos males que pretende
combatir.
Perdonar es renunciar al cobro. Es velar por su propio
bien, comprendiendo que si todos erramos, del mismo modo podemos ser
perdonados. El perdón es un acto de amor, es dar al otro más de lo que merece…
Pero… ¿Quién soy yo para juzgar a otros? ¿Sus razones
y sus gestos? ¿Si los perdono, tal como fui, soy y seré perdonado, qué mal
estoy haciendo al otro o a mí mismo?
Cuando nuestros silencios son de murmuraciones, lamentaciones
e intrigas interiores, no tenemos paz.
¿No es siempre justo el perdón?
¿Quién es digno de condenar a aquel a quien Dios puede
decidir perdonar?
¡Si soy perdonado en la medida que perdono, entonces
condenar a otro es condenarme a mí mismo!
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