José luís Nunes Martins
El mundo está cada vez más embarullado, como si la mayor parte de las personas estuviese perdida y atormentada. Corren y gritan como si presintiesen una desgracia mayor que la muerte: una existencia sin sentido.
Este pánico se contagia, pero en vez de hacernos volver los ojos y el empeño hacia otro rumbo seguro, nos paraliza y nos hace arrimarnos a los que no arriesgan su existencia habitual en busca de una felicidad que, aunque rara, es posible.
Muchas veces es así en el mundo así como dentro de nosotros. Un ruido enorme parece invadir cada rincón de nuestro ser. Un vacío que asfixia nuestra voz interior.
Las personas son cada vez más dependiente de la lógica de las masas, bandas, manadas, multitudes y se apartan de todo lo que las puede llevar a quedar solas. Y hacen ruido para avisar a los otros de donde están y para que de esa forma los otros no los pierdan. Algunos llegan a soñar con dejar de ser quien son, huyendo de sí mismos… para se solo… uno más.
El silencio, que muchas veces puede ser árido y frío, es la base de nuestra naturaleza, el suelo común a nuestras almas. El silencio cura, porque solo en él se revela la verdad.
Hay quien no es capaz de vivir sin ruido, necesita el ruido porque no es capaz de soportarse a sí mismo, mientras impone a los otros lo que ella misma no aguanta.
Una palabra o dos bastan para decir todo lo que es importante. A veces basta un “Heme aquí” para que el am or se haga presencia e hiera de muerte a la soledad del otro.
Un corazón que sufre no hace ruido, incluso aunque se parta.
El ruido no es bueno y el bien se hace de forma discreta.
Cuando es el silencio quien despierta en nosotros una especie de alegría que es luz… cuando casi conseguimos adivinar una melodía bellísima escondida detrás de un silencio bueno y amable… cuando es así, precisamos de muy pocas palabras para hacer milagros en las vidas de aquellos a quien somos llamados a tocar.
No hagas ruido. Huye de él.
No temas el silencio. acéptalo y busca en él lo que más necesitas. Encontrarás
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