ornal i, 12 de julho de 2014
Ilustração de Carlos Ribeiro
Nuestro corazón debe
ser un castillo. De donde expulsamos, sin demoras, todo cuanto atenta contra
nuestro bien. Sin excesos ni cobardías. En paz.
Las tentaciones no son
feroces, ni vencen por la fuerza… su arma esencial es la astucia. Las
tentaciones nos conocen desde dentro, por lo que no se pueden combatir con
mentiras, sino con la voluntad y la verdad. Nadie está exento del momento en
que, de repente, la paz de acaba, pero, si fuéramos rápidos en la respuesta,
evitaremos que el enemigo gane el poder de dominarnos, dividir y anular.
Muchos son esclavos de
sus perdiciones, asumen ser víctimas, débiles por opción, y no luchan. Acogen
el mal en su interior, convirtiéndolo en huésped, dándole las llaves del corazón,
creyendo las promesas de realización de los sueños que las tentaciones les
presentan. Cuando pasa el tiempo y se dan cuenta de que están ahora más lejos
de su objetivo… más se pierden, siendo así presas aún más expuestas.
Son los límites que
marcamos para nosotros mismos los que nos defienden. Mi identidad es una unidad
donde tiene que haber una distinción entre lo que quiero y lo que no quiero. Entre
lo que acepto y lo que no acepto. Entre lo que levantaré y lo que destruiré a
favor del bien mayor.
Las tentaciones
encantan y hacen creer que los deseos más íntimos son justos y serán
satisfechos por ellas. Pero, es tal vez por ahí por donde se debe comenzar
nuestra cruzada contra todo lo que nos destruye: analizar y evaluar bien los
deseos, anulando todos cuantos son solamente caras inocentes de perversidades
profundas…
Luchamos porque somos
hombres y para ser hombres.
Estas seducciones del
mal giran en torno a tres ejes: el placer, el poder y el tener. Colocándonos
como futuro centro del mundo si nos sometemos a ellas. Pero, nunca nadie de
nosotros es o será el centro del mundo y es muy bueno que así sea. La verdad y
la belleza de la vida pasan por el contraste entre la insignificancia de lo que
representamos al comenzar y el valor de lo que somos llamados a construir en
nosotros y en el mundo… con y para otros. Nadie se basta a sí mismo.
El arma de quien vive
en eterna guerra de las tentaciones es la vigilancia. Cuanto más pronto y de
forma más resuelta se reconocieran y enfrentaran, mejor será el resultado. Importa
tener la conciencia más atenta a la realidad que a la imaginación.
Debemos mantener el
corazón en paz a pesar de las heridas abiertas, de las llagas producidas por
los golpes incesantes, unas veces sobre las antiguas cicatrices, otras en
puntos que nunca habían sido tocados… golpes siempre diestros, firmes y
certeros.
La vida es una lucha
áspera contra la muerte, contra el mal que nos quiere destruir, contra la
ausencia de un sentido profundo. Vivir es atacar lo que atenta contra la vida.
Vivir es defender nuestra vida con… la vida.
Importa vigilar
siempre, ponderar y concentrarnos en los objetivos que vamos trazando, en la
historia que construimos, año a año, día a día, a cada momento. En una lógica
de prudencia y largo plazo… de larguísimo plazo. Al final, un hombre no es un
momento sino una historia que se extiende en el infinito delante de sí.
Nuestro corazón debe
ser un castillo. De donde expulsamos, sin demora, todo cuanto atenta contra
nuestro bien. Sin excesos ni cobardías. En paz.
Lo que sufrimos tiene
sentido. ¡La cruz puede ser siempre la espada con que nos defendemos de lo que
ataca el brillo de nuestra mirada!
Ser feliz pasa por ser
humilde y sereno. Por guardar la paz, atender a quien lo precisa, dando lo que
somos y tenemos, moderando siempre lo que en nosotros quiere ir más allá de lo
sencillo… amando, siempre.
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