sábado, 4 de noviembre de 2017

Quo vadis, Catalunha?

P. Gonçalo Portocarrero de Almada



Todos los pueblos pueden aspirar a la independencia, pero no a cualquier precio, ni por métodos contrarios a la legalidad democrática.

España es un estado plurinacional y, por eso, no siempre fue pacífica la integración de sus diversas nacionalidades. Pero la unidad prevaleció, primero por fuerza del régimen franquista y después por virtud de la Constitución democrática, que refundó el nuevo estado español: una monarquía constitucional y unitaria, con varias regiones autónomas. Que el jefe de Estado sea un rey, que es heredero de los que fueran de Castilla, León, Aragón, Navarra y Galicia, así como de los Condes de Barcelona y de los señores de Vizcaya, parece ser una solución razonable. También Bélgica, que es un país de grandes contrastes, tiene en la corona el principal garante de su unidad nacional. Aunque se deba a Franco la atípica restauración monárquica española, que contravino las leyes dinásticas, la Constitución ahora vigente fue ampliamente legitimada por el voto popular, que la aprobó por amplia mayoría del 87,78 % de los electores.

Que una región española, como es Cataluña, venga ahora (¿con qué propósito?) a reivindicar la independencia es, por lo menos, insólito, en términos históricos. Por eso, a pesar de una cierta autonomía del condado medieval de Barcelona, Cataluña nunca fue un Estado independiente, como tampoco lo fue el País Vasco. Que antiguos reinos pretendan la independencia, tiene sentido históricamente, en la medida en que lo hubieran sido antes de la constitución del Estado Español, por el casamiento de los Reyes Católicos, pero parece descabellado que regiones que nunca fueron independientes, quieran serlo ahora.

Al contrario que España, Portugal es un Estado nación, que nunca estuvo integrado en la monarquía española, por lo que es falso que alguna vez se haya separado. Cuando el condado portugués se hizo independiente, no se separó de España, que en esa fecha aún no existía como estado, sino de León, de cuyo rey el conde D. Enrique era vasallo. Durante la dominación de Felipe II, Portugal era jurídicamente un Estado independiente, aunque el Rey de España también lo fuera de Portugal: la unión personal no implica la pérdida formal de la independencia nacional. También la reina de Gran Bretaña es soberana de Canadá y de Australia, sin que estos países, que son Estados soberanos, sean colonias británicas.

Ninguna razón histórica, o política, parece fundamentar la creación, 'ex novo', de un Estado catalán, ni justifica la actitud de los independentistas contra la Constitución democrática española y contra el Estatuto de autonomía catalán, aprobado por el 88,14% de los catalanes, en referéndum el 25-10-1979. Como mucho, las fuerzas pro independencia podrían promover una revisión constitucional, que permitiese la evolución de España hacia un Estado federal y hasta admitiese, en caso extremo, la secesión de alguna de sus regiones. Todos los pueblos pueden aspirar a la independencia, pero no a cualquier precio, ni por métodos contrarios a la legalidad democrática: no es admisible el recurso a la violencia, ni es razonable que una declaración unilateral de independencia ponga en riesgo la paz y la estabilidad de Cataluña y de las restantes regiones españolas.

Que se sepa, no existen razones humanitarias que legitimen esta extemporánea pretensión independentista. ¿¡Son los catalanes una minoría oprimida por el Estado español!? No parece, pues gozan de una amplia autonomía, que les permite tener un parlamento y un gobierno propios. ¿¡Son explotados por otras regiones españolas!? No consta, porque antes de precipitarse esta grave crisis política, que ya comienza atener efectos muy negativos en su economía, era una de las autonomías más desarrolladas. Pero en España, como en cualquier otro país y también en la Unión Europea, es justo que las regiones más ricas contribuyan al progreso de as menos favorecidas. ¿¡Se margina su cultura!? Al contrario, pues en todo su territorio se habla y se enseña el catalán, en detrimento incluso del castellano. ¿¡Están excluidos los catalanes de los cargos públicos¡? De ningún modo, pues los cargos en la administración pública catalana están ocupados, en general, por naturales de la región autónoma. Por otro lado, Cataluña tiene hasta sus propias fuerzas de seguridad, los Mossos d'Esquadra.

Por último, ¡¿qué les falta o qué más quieren?! ¡¿Participar, como nación, en los torneos de fútbol?! ¡¿No tener que ondear la bandera española, junto a la catalana?! ¿¡Pero estas aspiraciones valen tan grave confrontación social y recesión económica, como la que la actuación de los independentistas ya está provocando?!

No deja de ser paradójico, sino también contradictorio, que los independentistas catalanes quieran dejar de ser españoles, sino que quieran dejar de ser europeos. En cierto modo, España es una especie de 'unión europea': esa fue su génesis histórica y es además su realidad política, porque es un conjunto de varias nacionalidades unidas en una estructura supranacional. ¡¿Si no quieren ser españoles, para no tener que subvencionar a los andaluces, como se dice, como hipotético nuevo miembro de la Unión Europea, Cataluña aceptará contribuir al desarrollo de naciones europeas necesitadas?!

A la Iglesia no le compete estar a favor o en contra de la independencia de Cataluña, porque esta es, obviamente, una cuestión opinable. Pero debe estar siempre por la concordia y por la paz, como dijeron el papa Francisco y los obispos españoles, en la nota del 27 -9-2017 de la Comisión Permanente de la respectiva Conferencia episcopal. El independentismo catalán puede ser una justa aspiración, pero puede no serlo, si fuera expresión de orgullo y de falta de solidaridad de algunos catalanes, que amenazan la paz y la prosperidad de la propia Cataluña y de las restantes regiones españolas. El egoísmo de los pueblos -recuérdese el nacional socialismo alemán- no es virtuoso: la doctrina social de la Iglesia siempre alabó el patriotismo, pero siempre condenó el nacionalismo, como expresión que es del orgullo nacional.

El rey protestante Enrique IV de Navarra se tuvo que convertir al catolicismo, para acceder al cristianísimo trono francés. A él se atribuye la famosa frase: ?'¡París bien vale una misa!' También Cataluña bien vale una misa, aunque una misa valga mucho más que París, o Cataluña. Es necesario que todos los catalanes, cualquiera que sea su ideología, renuncien a la violencia, de hecho o verbal, y se empeñen en hacer de su convivencia una 'misa', o sea, una experiencia de comunión. ¡Si no fuera así, la misa será de requiem... por Cataluña!

http://observador.pt/opiniao/quo-vadis-catalunha/

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