José Luís Nunes Martins
Los pobres, en el sentido común de la palabra, son
personas. Mucho más que carentes de lo material, son seres humanos iguales a ti
y a mí.
Es cómodo pensar que ellos sean, más o menos, culpables
de esa circunstancia. El que administra mal los recursos y que, por eso, merece
ser castigado. La culpa nunca parece que pueda ser nuestra. Ni cerca de eso. Si
fuera necesario, encontramos numerosos responsables de la pobreza, pero
nosotros es que nunca admitimos serlo. Además, nosotros incluso ayudamos con
una limosna, pero solo de vez en cuando, que es, digamos, para no crear
dependencia.
No es justo ni humano, que uno cualquiera de nosotros no
se empeñe en auxiliar a quien no tiene lo mínimo.
Puede que no cambiemos el mundo entero, pero debemos, con
gestos humildes, cambiar la vida de alguien, aunque sea solo con un refrigerio
o dialogando con él como un igual. No, no es condescender. Somos iguales. Las
circunstancias cambian mucho más que las personas.
¿Cuántos pobres no han tenido una vida igual que las
nuestras? ¿Cuántos de nosotros no hemos sido pobres? ¿Qué sucedió para que ese
cambio se haya producido?
¿Un rico que lo es porque se apropia, de forma
deshonesta, de los bienes ajenos no es mucho más pobre que un hombre que
prefiere pedir limosna en vez de ser deshonesto?
Rico es aquel que da. Pobre es aquel que siempre quiere
tener más; aquel que vive en eterna inquietud y huyendo en busca de tener más y
más, sin reparar nunca en la riqueza de su interior.
Ciego no es aquel que no consigue ver el cielo de nuestro
mundo común; el verdadero ciego es aquel que es incapaz de cerrar los ojos y,
en paz, contemplar las estrellas que hay dentro de sí.
La verdadera riqueza no está en las apariencias.
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