JOSÉ LUÍS NUNES MARTINS
¡Son tantas las peticiones que formulamos a Dios que
alguien de fuera puede incluso pensar que Dios debe estar siempre despistado, o
durmiendo y que necesitamos por eso despertarlo para que haga lo que le estamos
pidiendo!
¿Pero, Dios duerme? No. ¿Necesitará que le expresemos
aquello que creemos lo mejor? ¿A caso sabemos lo que es más conveniente en cada
caso? No.
¿Entonces, para que sirve mi oración? Tal vez para que yo
mismo me escuche y así pueda comprender a quién y cómo debo ayudar.
Es más fácil pedir ayuda para otro que hacer lo que
depende de nosotros para ayudar. Estamos acostumbrados a no responsabilizarnos de algunas
cuestiones, al mismo tiempo que, en otras, creemos que somos mucho más
autónomos, hasta el punto de que creemos y decidimos como si supiésemos más que
Dios.
Somos capaces de rezar mucho por la mejoría de alguien
cuyas condiciones de salud no son buenas. Ahora bien, tal vez sea bueno pensar
cuantas veces agradecemos nuestra salud y la de aquellos que amamos. Pasarán
muchos días en que demos eso como ni bueno ni malo, solo normal, cuando, en
verdad, un día de buena salud es algo muy bueno, como acabamos por comprender así que alguien enferma.
Rezamos porque desbordamos de necesidades… rezamos por
nosotros mismos, porque tenemos sed de una paz en la cual el mal está ausente.
¿Pero lo que hacemos nosotros al lado de los que luchan por el bien?
Dios quiere el bien, pero al hacernos libres no puede
dejar de respetar nuestra libertad. Así, es bastante importante que estemos
conscientes de la responsabilidad que eso implica. Nosotros tenemos muchos
recursos, dones y fuerzas que no utilizamos porque creemos que el combate del
mal y cada una de sus manifestaciones concretas no es nuestra obligación.
Tal vez ayude pensar el amor como una virtud, más que un
simple sentimiento. Una virtud debe practicarse de forma constante, so pena de
perderse.
¿Cuánto puede nuestra oración? Puede y debe alertarnos
para lo que Dios nos pide, que al final es, muchas veces, que asumamos como
nuestra la misión de cumplir lo que estamos acostumbrados a pedirle.
Asumir un papel de protagonista en un mundo donde tantas
cosas están mal bien puede dar un sentido a nuestra vida. Buscando en nosotros
el coraje que tenemos en lo hondo de nosotros, pero no usamos porque tenemos
miedo de arriesgarnos.
En nuestro tiempo de oración debemos buscar en nosotros
el coraje, la inteligencia, la sensibilidad y las fuerzas que tenemos en lo más
hondo de nuestro ser, pero que muchos de nosotros creen que no tiene.
Jesús nos reveló que el criterio de salvación es amar de
forma concreta a los más pequeños de nuestros hermanos, lo que nos hace dignos
del cielo son las obras de las que seamos capaces para aliviar el sufrimiento
de los que el mundo considera insignificantes y, por eso, invisibles.
Yo puedo dar de comer a alguien hambriento, puedo visitar
a un enfermo o vestir a alguien que tiene frío… ¿pero eso acabará con el
problema del hambre, de la soledad y de la falta de condiciones mínimas de
bienestar en el mundo? No. Pero ayuda. Y más ayudaría si yo consiguiera
reclutar más gente para esta misión.
Puede muy bien ser que aquello que Dios nos pide sea eso
mismo: cuidar de los más débiles y, porque son muchos, llamar más gente a esa
misión, a fin de que se cumpla, no solo en algunos, sino en todos.
La gratitud es un don del que nos podemos revestir. Es
sencillo, con todo no es común, porque es difícil e implica humildad. Algunos
agradecen, pero piensan que así queda todo saldado. Las hace falta mirar con
atención para la grandeza de lo que les ha sido dado. Orgullosos,
consideran que lo que son y tienen es
obra suya.
Puede llegar a parecer que somos agradecidos por las
pequeñas cosas e ingratos por las grandes.
La gratitud por lo que tenemos y somos debe ser la luz de
nuestra oración. El discernimiento que nos indica el camino también es más fácil de encontrar cuando nos
recogemos.
¿Y después de agradecer? No pidamos nada. Dios sabe muy
bien lo que conviene en cada momento para aquellos que ama y lo aman amando a
los más pequeños de sus hermanos.
La oración nos eleva. Nos permite ver nuestra vida de
forma más clara, aunque con más exigencia y sacrificios.
Dios no necesita que lo despertemos. No está despistado.
Nosotros necesitamos estar despiertos y más atentos.
Nuestra oración tiene el poder de indicarnos siempre el
camino para el cielo.
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