José Luís Nunes Martins
Ya no nos maravillamos cuando estamos frente a algo maravilloso
Una música calma y envolvente, un paisaje imponente y
quieto, un poema profundo y simple, el silencio iluminado de una minuto de paz
y descanso… ya poco permitimos que nos toque.
Lo sublime es luz, lo que, en este mundo de apariencia gris,
hace que haya quien lo considere inquietante, porque huye por completo de la
moda. Llegando incluso a existir personas que lo toman por falso, porque rehúsan
pensar que su vida y entendimiento son,
al final, estrechos y que, en virtud de eso, debían abrirse a fin de abarcar
todo lo que nos sobrepasa.
Hoy también se piensa que cada uno de nosotros es y debe
ser el centro del mundo. Pero, no lo somos, ni, aunque lo fuésemos, sería bueno
asumirlo como principio de vida. Ante este cuadro, todo lo que es grandioso
amenaza los prejuicios que centran el sentido de la vida en el yo.
La indiferencia parce ser la respuesta que damos a todo
lo que nos sobrepasa. Una defensa que garantiza que no tenemos que asumir nuestra
pequeñez, pero que nos impide elevarnos y engrandecernos, porque, al final,
somos dignos de compartir la existencia con lo que es superior a nosotros, así
sabremos ser humildes.
Tenemos miedo del misterio y, por eso, nos defendemos con
frialdad frente a todo lo que no controlamos, incluso porque muchas veces nos
invita a entregarnos. Y tenemos miedo.
Sin tener conciencia de que el miedo es el mayor enemigo de la libertad y lo más
contrario que hay a la felicidad
Lo sublime es siempre grande, en las cosas pequeñas como
en las grandes. Y se siente como verdad, incluso cuando no se consigue
comprender.
En la alegría y el sufrimiento, el amor más auténtico se
manifiesta en los gestos y pormenores más simples.
Lo sublime está, incontables veces, justo en frente de
nosotros.
¿Cómo es posible que Dios pueda estar delante de mis ojos
y yo no lo vea?
No hay comentarios:
Publicar un comentario