José Luís Nunes Martins
¿Cuántas veces
erramos en nuestros juicios solo porque estamos cansados? ¿Por qué razón el
cansancio nos hace aceptar con tanta facilidad cosas a las que diríamos no en
cualquier otra circunstancia?
La fatiga afecta
nuestro discernimiento hasta el punto de que el descanso debe ser obligatorio a
fin de evitar nuestra propia destrucción.
El cansancio puede
ser el resultado de un ejercicio repetitivo que aborrecemos hasta llegar al límite,
y la fatiga resulta de un agotamiento de las fuerzas, pero en ambos casos se
trata siempre de un disgusto. Pues, aunque muchas veces nos quede la honra de
haber cumplido, o incluso excedido, nuestro deber, la fatiga es siempre un
precio a pagar y no un placer del que se disfruta.
¿Pero qué nos cansa
el alma? Vivir sin esperanza, en una rutina vacía de sentido. Tal vez porque
hayamos decidió dejar de luchar… o de soñar. ¿Cuántas veces el miedo se
disfraza de cansancio? ¡Tantas cuantas la esperanza y el coraje nos dan fuerzas!
Y queda aún un
tiempo más peligroso que el cansancio, que es el que algunas veces sucede, si
no hubiera cansancio: el tiempo del desinterés, de la desmotivación completa,
del ya no importa.
Mi mundo y el de
los míos sería mucho mejor si yo descansase más, si me empeñase en recuperar
fuerzas cuando ya no las tengo, y si respetase mis límites.
Para que podamos tener
paz y ser felices, es importante no confundir la necesidad y el deber de
descansar con la perniciosa voluntad de desistir y de entregarse.
Si estoy cansado,
no decido, descanso.
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