José Luís Nunes Martins
La ingratitud es una de las formas más corrientes de
orgullo que afecta a muchas personas que, habiendo hecho el bien a alguien,
terminan por sentirse traicionadas por aquellos a quien beneficiaron sus obras.
Hay personas que no solo son ingratas en los momentos
en que lo que quieren es obtener aún más favores.
La verdad es que un ingrato es siempre débil, pero
también lo es quien hace el bien con intención de ser alabado.
El bien nunca deja de ser meritorio, aunque aquel que actúa
de forma interesada no tenga derecho a muchos más elogios que de aquellos que
obtiene de quien le agradeció o aplaudió.
Por otro lado, cuando alguien hace el bien sin buscar
nada a cambio, ese sí merece mucho más que cualquier aplauso o alabanza humana.
Es más que justo que su gesto sea gradecido, si no en este mundo, entonces en
aquel del que este forma parte. Hay obras que solo la misma eternidad puede
revelar y agradecer.
Es importante vivir, escoger y actuar bien, sin
esperar agradecimiento o aplausos. Y cuando el bien que hiciéramos fuera
menospreciado, olvidado o despreciado, es bueno que tengamos presente que eso
no quita valor alguno a aquello que hicimos tal vez hasta lo aumenta.
¿Vale la pena amar a un ingrato? Sí, porque si no
fuera el amor, es más que cierto que nada lo podrá redimir.
Es duro tener que admitir que, muchas veces los
ingratos somos nosotros… ¿Cuántas veces agradezco el bien que hacen por mí? ¿o
es que creo que es justo que así sea, porque yo soy mejor que los otros y, por
eso, ellos me deben servir?
Una de las estrategias más comunes es la de fijarnos
en los errores y vicios de quien nos hace el bien que en su bondad.
No olvides nunca el bien que te ha sudo hecho. No
habrá mayor honra que esa a quien lo hizo.
Agradecido a quien lee lo que escribo. Agradecido a
quien con su bondad me hace sentir útil y bien.
Agradecido, mucho.
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