José Luís Nunes Martins
Gran parte de todos nosotros es hostil consigo mismo. Somos
capaces de ser amigos de mucha gente, pero no siempre lo somos de nosotros
mismos. Al contrario, llegamos a ser los críticos menos piadosos y, muchas
veces, injustos con lo que somos o hacemos.
Son pocos los que, sobre las mismas faltas, se
perdonan más a sí que los otros.
Mas quien se da, debe dar lo mejor de sí. Por amor al
otro, debo cuidar de mi y garantizar que le llego tan auténtico cuanto ligero y
en paz.
¿Si Dios, que me conoce, me ama como soy, quién soy yo
para no hacer lo mismo?
¿Por qué razón valoramos más el desprecio de los que
nos menosprecian que el amor de los que nos aman?
¡Si cada uno de nosotros fuera capaz de hablar consigo
mismo como si estuviese hablando con una de las personas que más ama, entonces
todo sería más calmado, verdadero y justo!
Mientras tanto, porque muchas veces nos engañamos a nosotros
mismos de forma muy peligrosa, es preciso garantizar que nuestra conciencia se
encuentra en paz y estamos teniendo en cuenta lo que es importante.
Uno de los mayores peligros de la vida es el de actuar
con un corazón ciego para lo que nos importa, ni la realidad, ni el bien, ni la
verdad… este corazón cerrado solo consigue verse a sí mismo, odiándose, y
valorándose en dosis extremas, en una especie de guerra en la que se alternan
de forma caótica el odio y el odio a ese odio.
La mayor parte de nosotros se destruye si le sucediese
todo lo que desea… ¡A pesar de eso, casi siempre nos consideramos derrotados
por el fracaso de esas nuestras esperanzas!
Solo quien abandona las ideas sobre lo que cree ser,
se encuentra y admira tal como es.
Debemos cuidar de nosotros y amar a los otros. Procurando garantizar
que nos somos ásperos ni fríos con nadie. Nadie.
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