El viento que apaga la vela es el mismo que multiplica el fuego. Frente a una desgracia, el alma pequeña sucumbe mientas que la grande se fortalece.
Debemos comprender que las adversidades nos pueden hacer más fuertes, mientras sepamos usarlas en nuestro favor. Es importante que nos concentremos en nuestra capacidad de combatirlas.
La vida es un don divino. El sentido de la vida comienza por vivirla. Aceptar la vida tal como ella nos lleva a la paz de donde nace la felicidad.
El dolor es una rara señal de vida. Es un caso claro y preciso del lugar hacia donde nos debemos dirigir con el fin de afrontar la siguiente batalla en esta guerra que es la conquista de la felicidad. Quien cae y se hace daño, debe levantarse y alegrarse por la fuerza que hay en él y que le permite levantarse, a pesar de todo.
¿Quiénes seríamos nosotros si nunca hubiésemos caído? Si no trajésemos con nosotros las señales de las desgracias que padecimos?
Solo una madre o un padre sabe que las rodillas llenas de marcas de sus hijos son, de hecho, señales de alegría, lecciones de vida y semillas de felicidad.
Cuanto más alto quisiéramos subir, más expuestos estaremos a la fuerza de los vientos que ponen a prueba nuestras convicciones; mayores las caídas, mayores las cicatrices- mayores nuestras almas.
Hay quien cree que las derrotas solo nos destruyen. Otros comprenden que, pasado algún tiempo, cualquier tragedia puede ser la base de un perfeccionamiento que no podría realizarse de otra forma.
Nadie conoce mejor un camino que el que lo recorre con los pies descalzos.
Tal vez sea bueno que volvamos a ser como éramos en nuestra infancia, antes de conocer muchas palabras y de preocuparnos por el mañana. Cuando éramos más puros, más amorosos, más alegres y más felices… Cuando aún no sabíamos vivir como ahora: de esta forma tan prudente, controlada - y tan infeliz, por ser tan contenida.
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