De nuevo nos sorprende la enfermedad mental, todos nos
miramos con cara de compasión hacia la persona que sufre en medio de la reunión
unas manías que se transforman en contorsiones de manos, brazos, palmetadas en
distintas partes de su cabeza o cuerpo, risas involuntarias y abandonos
repentinos, en absoluto descorteses, sino motivados por alguna urgencia que él
mismo no comprende, ni le importa que lo puedan observar.
El vive confiado, confía en nosotros porque no le decimos
nada inconveniente y lo invitamos a participar en la tertulia. Pero sabemos muy poco de él, que es un hombre con
carrera, que sufre algún desequilibrio y que es educado. Lo que está claro es
que nadie cuida de este hombre, no se le ha visto que siga un tratamiento, es
más, se trata él mismo en base a un diagnóstico increíble y un tanto
descabellado ve su propio cuerpo lleno de deformidades de todo tipo, en la
espalda, el estómago, la cabeza.
Ayer era una persona normal, y parecía inteligente y todo,
hoy nos causa perplejidad y preocupación por el tipo de tratamiento que quiere
autoaplicarse, con solo cinco euros que nos pide prestados. No se los dimos,
naturalmente, a cambio le ofrecimos toda la información que necesitaba para
buscarse otro alojamiento, en otra ciudad, a la espera de cobrar en breve su
pensión. A ver si esta vez le dura y no le roban, no la pierde o no se dedica a
gastarla en algún tratamiento quijotesco que le conduzca otra vez a un
albergue.
No cabe la menor duda de que la Providencia actúa, dando
tiempo a que alguien se conmueva y le preste sus cuidados. En cualquier caso no
podemos acostumbrarnos a que deambulen por las calles de nuestras ciudades
enfermos mentales sin la atención que precisan, expuestos a cualquier peligro o
a caer en manos de desaprensivos que no tienen misericordia ni escrúpulos para
aprovecharse o reírse de ellos.
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