Esta mañana he tenido el privilegio de asistir a una clase
magistral, como se decía antes, pero con un contenido muy vital, o mejor, dramático: un testimonio, una experiencia
vital desmenuzada, analizada, ofrecida gratuitamente a un grupo de alumnos de
Integración social.
Era un mago capaz de describir su existencia azarosa,
calamitosa y convertirla en una fuente de recursos para iniciar una vida nueva,
feliz, sin necesidad de narcóticos, al natural. Hasta que deja de ser mago y nos
desvela el secreto para pasar del autoengaño,
la mentira, la autocomplacencia a una felicidad limpia, estable, compartida.
Su vida tiene todos los ingredientes para embelesar a los
que lo escuchan, por eso logra crear un silencio cómplice, cada vez más denso
por la emoción contenida llegando a no poder contener las lágrimas, contagiados
por la sinceridad del maestro de la vida cada vez que describe las situaciones
más difíciles, sobre todo aquellas en las que ha llegado casi al límite. Pero,
es capaz de reaccionar y de pronto recuerda algo que nos hace sonreír, porque
ya es dueño de sus sentimientos, no le vence el odio a nada ni a nadie, y
comprende que los demás también sufran por él.
El secreto que nos desvela para iniciar una vida nueva es
que la persona afectada debe asumir que tiene un problema, querer de verdad
superarlo y poner todos los medios para lograrlo. Insistió una y otra vez en
que todos los que caen encuentran una mano tendida, pero no todos saben
agarrarse a ella, otros ni la verán siquiera.
A todos nos conmovió su testimonio sincero y generoso, ha
sido una lección magistral de humanidad, que a él le refuerza y le compromete y
a los demás nos obliga también a responder con comprensión y generosidad.
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