Hoy me he llevado una decepción, de momento, porque es
difícil admitir que uno no dispone de la capacidad de solucionar problemas
ajenos, ni tiene por tanto capacidad para cambiar la vida de nadie; sobre todo
depende de cada persona y su sinceridad consigo mismo.
Lo decía de una manera muy convincente esta mañana un
hombre, algo mayor y muy sabio, se le nota que no ha pasado por la vida en
balde, su capacidad de reflexión es extraordinaria. Tratábamos de animar a un hombre más joven,
que decía que estaba a punto de tirar la toalla. Yo le solté enseguida “eso no,
hombre, que eres muy joven”. Pero, el hombre sabio me hizo un gesto y tomó él
las riendas de la conversación, como un maestro con su discípulo.
Se dirigió al joven con gran seguridad, pero con mucho respeto y hasta con afecto: “hace falta tener fe. Sin fe no se encuentra
sentido a la vida, no se puede tirar para adelante”. También le dijo que eso
era una cobardía, incluso le dijo “entonces eres malo”…al no responderle con
claridad a su pregunta sobre la fe. Como el joven mostró una gran receptividad,
el hombre sabio siguió hablando y sugiriéndole formas de poder controlar la
mente. Para relajar un poco la conversación nos contó un cuento, como un
auténtico cuentacuentos de esos que me han dicho que hay por los mercados en
Marruecos y que son una maravilla.
A pesar de todo el joven no daba muestras de superar su
abatimiento, pero sí agradecía las palabras del sabio, dichas con suavidad
y ternura, el hombre concluyó su conversación ofreciéndose a cortarle las uñas
ya que las tenía excesivamente largas… (“No he venido a ser servido… ¡Qué
lección!)…
El hombre mayor es el que hace unos días cedió su plaza en
el albergue donde se encontraba para dar acogida a una chica joven que la
requería con cierta urgencia. No es español ni católico, es una gran persona, la vida errante no le
ha maliciado, ni ha borrado la sonrisa de su boca, ni ha apagado el brillo de
sus ojos. No guarda su sabiduría para sí, la regala. Aunque no siempre el que
recibe sus favores los sabe agradecer, como esa chica a la que cedió su plaza
en el albergue…ya no está, ha sido expulsada; me equivoqué, volvió a cruzar la puerta.