Hoy tenía trazas de que iba a ser un día normalito, además
es viernes, y teníamos ganas de ir pronto a casa, terminando así una semana ajetreada,
además con mal tiempo.
Pues no, había una persona que requería todos los cuidados
hasta el último minuto mientras dependiera de nosotros, por lo que se prolongó
la mañana, y además teníamos que hacer
otro trabajito extra. R. es una mujer ante todo inocente y atemorizada, una
víctima inocente, una víctima desde niña, de la que abusan en su propia casa,
como abusarán de sus propios hijos, hasta que son recogidos por la Junta. Ha
vivido en la calle un tiempo hasta que un amigo la recogió, pero no le evitó
volver a consumir lo que sea, según sus posibilidades.
Su amigo tiene que cumplir una condena y ahora ella se
encuentra libre para recuperarse. Cuando decidió venir a pedir ayuda a la
trabajadora de cáritas se le abrió una puerta que no piensa volver a cruzar,
porque ha comenzado a expresarse por sí misma, a querer dejar atrás los más de
treinta años que ha estado sometida a unos y a otros, separada de sus hijos,
por los que llora al recordarlos.
Va a romper con el pasado, y lo ha demostrado ya
atreviéndose a ir sola a C. sin estar segura de saber coger el autobús, para
entrevistarse con la trabajadora que le ayudará a seguir un programa de
rehabilitación y reinserción, y viene satisfecha de haberlo logrado por sí
misma. Quiere empezar cuanto antes, quiere ser una persona “normal”, no tener
que esconderse más.
Lo logrará, porque ya mira a los ojos, no se acobarda, tiene
inseguridad y nervios, como no podía ser de otra manera, pero tiene voluntad, y
yo creo que quiere recuperar a sus hijos, ahora los va atener más cerca y podrá
verlos más a menudo.
Llegó a una hora ya avanzada un hombre muy sencillo y
callado, con dos bultos a sus espaldas, lo recibí y me dijo que ya había
hablado la trabajadora del albergue donde él se encontraba con la nuestra, lo
invité a sentarse y a un café y no hablamos más. Pero como era el último, al
salir, la trabajadora le dijo a R. en voz alta. “mira, R., puedes darle a este
hombre las gracias, este hombre ha dejado voluntariamente la plaza en el
albergue para que tú puedas ir hoy mismo a ocuparla (en aquel albergue hay
plazas para mujeres, aquí no); a él no
le ha importado venirse aquí”.
Con este colaborador anónimo son muchos los que han
contribuido en la conclusión feliz de las gestiones para que R. tenga un sitio
seguro para iniciar su etapa de recuperación. Que tenga mucha suerte, pero
sobre todo ánimo y perseverancia para alcanzar la meta que desea.
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