http://observador.pt/opiniao/o-mister-jesus-um-mau-treinador/ 13/6/2015, 0:03
Todos los días aparecen
nuevas ‘evidencias arqueológicas’ acerca de Jesús pero, que se sepa, aún
ninguna negó que Jesús de Nazaret, después de carpintero, fuese así mismo
entrenador.
Mucho se ha dicho y
escrito sobre Jesús. Algunos no esconden su desprecio por alguien que
consideran materialista, interesado y oportunista. Otros, por el contrario,
miran con expectación hacia el nuevo mesías, de quien esperan el milagro de la
copa, condición necesaria para que una esponja limpie su pasado de sumisión al
adversario. En un ambiente aún crispado por las emociones, no es fácil llegar a
un veredicto objetivo y desapasionado. Pero, aunque persistan algunas dudas,
una conclusión puede ser la ya adelantada: Jesús no es, decididamente, un buen
entrenador.
Tal vez algunos piensen
que quien lo dice es un imberbe resentido, que quiere aprovechar este espacio
para verter su resentimiento partidista, o un fervoroso adepto de su eterno
rival, ahora titular del prometedor
entrenador. Ni una cosa ni la otra. En realidad, el mister al que se refiere
esta crónica ni siquiera es el blanco de los noticiarios deportivos de estos
últimos tiempos, sino un remoto homónimo
que, hace cosa de dos mil años, también fue un polémico entrenador.
No consta que Jesús, el
otro, ha asumido alguna vez cualquier función directiva en el club futbolístico
de Nazaret que, de haber existido, no dejó rastro. Todos los días aparecen
nuevas ‘evidencias arqueológicas’ acerca de jesús pero, que se sepa, aún nadie
negó que Jesús de Nazaret, después de carpintero, fuese así mismo entrenador.
Por tanto, cuando comenzó su magisterio público, Cristo
escogió un equipo de colaboradores, los apóstoles. Si once son los jugadores de
un equipo de futbol, doce eran los discípulos más próximos del galileo, aunque
tuviese muchos más adeptos porque, en una ocasión, envió setenta y dos de estos
a predicar. Entre estos últimos debía haber todo tipo de gentes, pero aquellos
doce eran su selección, porque fueron
personalmente escogidos por el Mister.
Sucede, con todo, que
aquel equipo dejaba mucho que desear. En términos intelectuales, aquellos jugadores
eran bastante primarios. No eran propiamente personas muy inteligentes, porque
no entendían, muchas veces, lo que el Mister les decía en los entrenamientos.
Para suplir esta deficiencia, Jesús tenía que darles explicaciones
complementarias, como se acostumbra a hacer con los malos alumnos.
Desde el punto de vista
táctico, eran también bastante limitados: mientras el Mister les hablaba
continuamente de otro campeonato, el del reino de los cielos, sus expectativas
no iban más allá del título recampeonato nacional. En vez de temer al equipo
del maligno, el principal adversario, recibían la formación rival de los
fariseos.
Tampoco eran grandes de
corazón: abundaban, entre ellos, las discusiones de balneario, por mezquinas rivalidades.
En una ocasión, cuando el equipo, camino de Jerusalén, fue mal recibido en
Samaria, Santiago y Juan quisieron que descendiera fuego del cielo y destruyese
a los samaritanos, al modo del moderno apedreamiento de los autocares de los
equipos contrarios. Cuando una desesperada fan suplicó a Jesús, a gritos, la
cura de la hija muy enferma, en vez de compadecerse de ella o interceder por ella,
pidieron al Mister que mandase callar a la madre, lo cual tampoco denotaba
buenos sentimientos (Mt 15, 21-28).
¿Serían, por lo menos,
piadosos? No parece, porque Cristo se retiraba siempre solo a lugares donde, de
madrugada o de noche, rezaba. Incluso cuando, ante la inminencia de la gran
final, pidió a su equipo que se concentrase y se uniese a su rezo, en el
estadio del huerto de los olivos, no lo logró y quedó, más de una vez, solo. Fue
además solo como ganó la copa del mundo (Jo 16, 33).
Del mismo modo en términos
físicos, la selección dejaba mucho que desear. Bartolomé, también llamado Natanael
fue visto durmiendo debajo de una higuera. Tomás, otro de los jugadores, tenía
poco espíritu de equipo, que sólo creía en los goles que veía. Felipe, también
titular, quería ver al presidente del club, por dudar que él y el mister fuesen
uno solo. ¡Más extraño es que el veterano del equipo, Simón, a pesar de
haber negado por tres veces al
entrenador, que lo llamó Satanás, o sea el nombre del presidente del club maligno,
no vio rescindido su contrato, ni siquiera dejó de ser el capitán del equipo! Peor
aún: el traidor, Judas, que era ladrón y robaba para el equipo contrario, había
sido igualmente escogido por el entrenador que, sabiendo de su mala índole,
nunca lo debería haber contratado.
¿Será que un fracaso
tan rotundo se debió a la falta de buenos candidatos? De ningún modo porque,
entre los contemporáneos del Mister de Nazaret, se encontraba su primo Juan
Bautista, un autentico campeón de la fe, y su amigo Lázaro, que él resucito y
que, por tanto, después de esa fantástica recuperación, debía estar en
excelente condición física.
Hasta tenía quien le
financiase los pases más costosos, porque eran sus amigos Nicodemo, “un jefe de
los judíos” (Jo 3, 1); María, que le ofreció “una libra de perfume de nardo de
gran precio” (Jo 12, 3); y José de Arimatea, el acomodado discípulo en cuyo sepulcro
él sería sepultado (Mt 27, 57). Ningún
presidente de club le cerró la tapa de las contrataciones, ni ningún acto
vergonzoso le impidió optar por los mejores de Galilea, de Judea y Samaria.
Como afirmó Marcos, una
especie de redactor del periódico deportivo de la época, el mister escogió “los
que quiso” (Mc 1, 13). Quiere esto decir, sin sombra de duda, que él, el
entrenador, fue el único responsable de su propio plantel.
No, decididamente Jesús
no fue un buen entrenador. El equipo que él formó era, a todos los títulos,
lamentable. Nadie contrata jugadores tan flojos como aquellos que el Mister de
Nazaret, consciente y voluntariamente, escogió. ¿¡Por qué lo hizo!? Tal vez
para que nadie se sienta, por pequeño que sea, indigno de este equipo, la
Iglesia, para la cual él llama a todos los hombres y mujeres, garantizando a
todos los que perseveren en ella por el amor, la victoria final.
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