sábado, 20 de junio de 2015

La bondad de la alegría y de las tristezas



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                                                      Ilustração de Carlos Ribeiro

La alegría nace de un contento interior. Sólo hay alegría cuando hay equilibrio y sosiego profundos. Se puede fingir alegría, disfrazando con ella estados íntimos de tristeza, así como se puede contenerla manifestándose el agrado de una forma más moderada. Muchas veces se confunde la alegría con la locura, porque nunca es fácil comprender si aquello que allí salta, ríe y danza, lo hace por haber encontrado la paz en su corazón o si esas son una forma desesperada de intentar alcanzar un estado de agradable sosiego interior.

Hay pues la alegría que brota de la paz interior; otra que es sólo un disfraz; y, la que es una forma desesperada de buscar sosiego del alma, intentando llevarlo de fuera a dentro.

Nuestra paz depende más de lo que somos y queremos ser que de aquello que acontece en el mundo a nuestro alrededor. La verdadera paz no está en los otros o en las cosas, reposa en el fondo de nosotros… y nos hace reposar en el fondo de sí. También en una rueda, todo gira… menos el eje.

Hay tristezas superficiales y profundas. Unas y otras coexisten en el corazón de quien es feliz. La vida está hecha de ganancias y pérdidas. Subimos y descendemos pendientes, unas veces suaves, otras empinadas. Pero nuestro camino nos lleva siempre adelante. El mañana hará del hoy pasado sin que podamos hacer mucho al respecto. La alegría auténtica pasa por comprender que la existencia es este desafío constante de vivir siempre más, por mucho que queramos vivir en un estado compuesto sólo de buenos momentos.

En la vida como en el camino, más que comenzar alegre, importa llegar satisfecho. Comprendiendo siempre que la vida sólo tiene sentido si cada llegada fuera la partida para una nueva aventura. Siempre. Por más feliz que sea la llegada y más triste la partida…

Las alegrías superficiales son siempre tempestuosas y pasajeras, siendo señales claras de la aproximación de infidelidades más profundas. La alegría auténtica nos permite huir del tiempo y experimentar, por unos instantes, la eternidad. Pero, con la misma calma que así nos eleva, también nos vuelve a colocar en el suelo.

La alegría y las tristezas revelan la esencia dinámica de nuestra existencia. Vivir es estar lanzado en pleno vuelo entre dos horizontes… pasando por mil mundos de esperanzas y dolores, bellezas y tormentos, sin que nunca sea posible detenernos en ninguno.

Es bueno recordar los días y años en que vivimos con más sabiduría. En que éramos felices y ni siquiera teníamos idea de eso. Pero visitar el pasado de forma recurrente es no aceptar la vida como ella es: un presente siempre nuevo. La esencia de cada uno de nosotros es una migaja de vida, un pedazo de luz que garantiza que seamos parte de algo mayor que, aunque no lo podamos comprender, es posible sentirlo… si fuéramos capaces de admirarlo.

La alegría brota de una armonía con nosotros, más que con los otros. La alegría resulta de una actitud de bondad pura. Una forma de estar atento a las pequeñas cosas y a las señales sutiles de lo que hay en este mundo más elevado. Sólo la verdad ve la verdad. Sólo la bondad ve la bondad. Sólo quien se atreve a ser verdadero y bueno puede admirar el camino que debe construir. Por donde tendrá paz y será feliz, a cada paso…

No hay nadie, por mucho mal que haya hecho, que no consiga invertir los peores hábitos y hacerse bueno y verdadero.

La alegría es un bien y solo tiene sentido si se comparte. El gozo por la desgracia ajena es una locura, en el peor y más triste sentido de la insania mental y emocional.

La verdadera felicidad encuentra en el silencio  su más elocuente expresión.


Nuestros dolores también se alivian por la sola compañía  de quien nos quiere bien. Amar es hacerse presente. Entregarse como un bien. Aunque lejos en el espacio y en el tiempo, el amor encuentra siempre forma de llegar. Y quien lo espera ya vive un poco de aquello que espera… una alegría. Profunda. Verdadera. A pesar de todo.

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