José Luis Nunes Martins
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Ilustração de Carlos Ribeiro
Hay quien no oculta sus
faltas. Hay quien prefiere ser poco, pero entero que tener que mezclarse con
impurezas para parecer mayor. Hay quien nunca se amolda a las situaciones hasta
el punto de transformarse en otro, perdiéndose a sí mismo. La sinceridad es la
cualidad esencial del que, no siendo perfecto, es aún así valioso, porque es
real y auténtico.
Ser sincero es más que
tener un gesto ejemplar una palabra verdadera. Es ser entero en cada decisión,
en cada palabra… Ser sincero es una elección que se renueva cada hora.
Todos fallamos. El
error es una señal evidente de que somos limitados, pero es también el punto a
partir del cual cada uno revela lo que es. Unos ignoran, otros prefieren disculparse,
culpando a quien no tiene la culpa. Otros aún, pocos, reconocen sus errores y
procuran enmendarse, no a través de disfraces o pinturas superficiales, sino de
un cambio más profundo.
Sólo quien decide ser
fuerte, consigue llegar a ser sincero. Es duro y supone una elevada capacidad
de sufrimiento. Por eso, no es algo que se deba esperar de personas débiles y
pobres de voluntad.
El sincero consigue
resistir a la maldad y seguir adelante, aún cuando sólo parece haber caminos
torcidos. Escoge ser puro e inocente, por la fuerza y el coraje con que resiste
a todo lo que lo seduce y amenaza, pero que, en verdad, sólo lo quiere
disminuir a través de la culpa.
Hay personas que no
buscan artificios en su relación con los otros, se revelan tal como son.
Nunca es una buena
opción ocultar nuestros defectos. Quien se deleita con las bellas apariencias
raras veces le importa lo que tiene valor profundo. Así como quien se preocupa por
el valor real sabe que no hay gente sin defectos, grietas y flaquezas, y que la
verdadera integridad es la de reconocernos como somos, no porque seamos mejores,
sino porque no queremos ser peores, creándonos ilusiones.
Una persona sincera es
igual a sí misma. Crece, pero se mantiene fiel a su pureza original. No crea
equívocos, aunque prefiera reservar para después lo que tiene de mejor.
Otros son los que se
giran y giran, dando vueltas y más vueltas sobre sí mismos, a fin de, rastreando
siempre, intentan llegar a lo que no es suyo, a lo que no son… sólo porque no
tienen fuerza ni coraje para ser. No se dan cuenta de que por ese camino
descendente, no hay sino vacíos disfrazados de cosas grandes.
Cuando una verdad se
acrecienta con unas cuantas verdades más, con intención de que la mezcla pase
después por valiosa, lo que se obtiene es sólo una mentira repintada. Y, por
más refinada que sea, no dejará jamás de ser una impureza.
No es fácil doblegar a
alguien sincero y honesto. Porque, a pesar del sufrimiento que eso le causa, sabrá
que la verdad es siempre mayor que la malicia de los que intentan lo que fuere
preciso para que nadie sea sino como
ellos son.
La hipocresía es más
común que la sinceridad. Es preciso crecer mucho, al punto de ser capaces de la
verdad aún después de las mentiras. Al final, son las mismas máscaras que no
esconden lo que nos impide ver el mundo y a los otros tal como son.
La sinceridad, jamás
puede ser la razón para hacer daño a alguien. Ser sincero es también saber
escoger que decir y que callar. No debemos
decir todo cuanto pensamos, más aún si no lo hubiéramos pensado con honestidad
e inteligencia. El silencio es parte esencial de la verdad y de la sinceridad.
Si hay palabras que son
gestos dignos de alabanza, también hay palabras que sólo llegan a ser buenas si
se cumplieran por las manos de los que osan decirlas.
Una buena acción, o una
palabra verdadera, no pierden su valor sólo porque nadie los reconozca… Parte
de la dureza de la sinceridad es el abandono al que se envía a los sinceros… aquellos que se
deciden a seguir por el camino que conduce al cielo. Derecho.
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