http://observador.pt/opiniao/johnson-o-academico/
La Iglesia católica, la
misma de la Inquisición y de los padres pedófilos, es quien sobre todo acoge a
los drogadictos, a los más pobres, los huérfanos, los leprosos, los viejos
abandonados, etc.
Ya me habían hablado de
él y hasta lo había visto y oído en la excelente entrevista que aquí, en el
observador, Laurinda Alves le hizo, pero sólo la semana pasada conocí
personalmente a Johnson Semedo, alias João Semedo Tavares, o simplemente, Johnson.
Su historia es parecida
a la de muchos otros. Nacido en 1972, en Santo Tomé y Príncipe, en una familia
muy pobre y numerosa –es el penúltimo de siete hermanos- emigró, a los dos años
de edad, a Portugal, donde ya se encontraba su padre, minero. Desde entonces,
su vida transcurrió en un barrio problemático de la capital: Cova da Moura.
Johnson, al sentir en
la piel el estigma de su condición, rápidamente abandona la vida familiar y
escolar por la vagancia y la práctica ocasional de pequeños robos. En su
testimonio, refiere lo que fueron esos años de su vida: “Drogas, hurtos,
delincuencia, criminalidad (…). Sin sueños, sin objetivos, sin reglas. (…) Una
vida de miseria, con enormes dificultades y de una pobreza extrema” (Johnson
Semedo, Estou tranquilo, Aletheia, 2014, p. 11).
Aunque nunca se vio
envuelto en crímenes de sangre, la práctica reincidente de robos y asaltos
acaba por llevarlo a la prisión, donde cumple una pena de diez años de
reclusión. En todos los presidios por donde pasó –Penitenciaría dee Lisboa,
Caxias, Setúbal, Leiria, Linhó, Vale de Judeus y Coimbra- siempre consiguió
drogas.
Cumplida la sentencia e
indultado de la extradición a la que fuera también condenado, Johnson regresa
Cova da Moura, donde ya no se encuentra su padre, entre tanto fallecido. Queda
entonces su madre, gravemente enferma, a su cargo. Su muerte, poco tiempo después, lo hizo
regresar a la drogodependencia, de la que logra librarse gracias a una
psicóloga que consigue su internamiento en una institución católica de
desintoxicación y rehabilitación social, el Vale de Acór, en Almada.
Concluido, con éxito,
el tratamiento, Johnson comienza una nueva vida. Vuelve a los estudios y
termina el 12º año, consigue el carnet de conducir, se emplea como motorista de
una agencia de noticias, se casa y tiene tres hijos, a los que hay que añadir
uno más, el hijastro, que acoge como suyo también.
Hasta aquí, su historia
no es más que un caso de éxito. Ciertamente loable, pero banal. La diferencia
que hace de Johnson Semedo alguien especial comienza después, cuando supera
“su” problema y decide ir al encuentro de muchos otros que, como él, andan
extraviados. Nace entonces la Academia Johnson, un proyecto piloto de
recuperación de jóvenes de Cova da Moura, sobre todo por la vía del deporte y
del acompañamiento escolar.
El relato
autobiográfico de Johnson Semedo impresiona por la crudeza y por la desnudez de
su sinceridad. No es un texto sentimental en que el protagonista se viste la
piel de de víctima del sistema, para así disculparse. Tampoco se enorgullece,
ni ‘asume’ sus fechorías, que reconoce como tales. No maquilla su pasado y, por
eso, no tiene escrúpulo en reconocer que
también él fue racista, por su aversión a los ‘blancos’ (p. 33-34). Ni se
blanquea a sí mismo, identificándose como ‘preto’ (p. 39). Usa siempre un
lenguaje genuino y frontal, políticamente incorrecto, sin eufemismos.
Hay una presencia
constante en el relato doloroso de su vida: sus padres y su familia. Es la
muerte accidental del hermano Fernando Jorge la que golpea la espoleta del
proceso de su autodestrucción. Pero son sobre todo sus padres las grandes referencias
de su existencia. Cuando, bajo custodia policial, visita por última vez al padre
hospitalizado, este ya no consigue decirle nada con palabras, sino que se lo
dijo con lágrimas que aquel hijo nunca olvidará. Consciente de las muchas
dificultades económicas de su familia, hasta el punto de a veces pasar hambre,
Johnson pone en la cartera de la madre algún dinero que robaba, pero esta nunca
lo aceptaba y siempre lo devolvía. En profundidad, él no es capaz de comprender
la enorme dignidad de la actitud de su madre, fervorosa católica, que lo
visitará en los diferentes
establecimientos penitenciarios en que estuvo detenido.
Es ejemplar y paradigmática
la acción de la Dra. Maria do Castelo, la sicóloga clínica que logra su
recuperación, porque cree en su cambio de vida aunque, al mismo tiempo, lo
responsabiliza, sin disculparlo o sustituirlo. Así como extraordinario es el mérito
de Vale de Acór, del padre Pedro Quintela, que, como tantas otras instituciones
cristianas, no es un mero discurso inflamado contra las injusticias sociales o
el flagelo de la droga, sino un servicio efectivo a los más necesitados. Sí, la
misma iglesia católica que, para algunos, es sólo sinónimo del manido
estereotipo de la inquisición o del tristísimo escándalo de los padres pedófilos,
es también y sobre todo quien acoge a los drogadictos, a los más pobres de los
pobres, a los huérfanos, a los leprosos, a los viejos abandonados, etc.
At last but not least, la academia de Johnson no surgió por
iniciativa del poder político, ni por el patrocinio de un poderoso grupo económico,
ni por vía de un gran apoyo comunitario, o de un abultado subsidio estatal de
solidaridad social. Nació de la generosidad de un hombre, católico, con diez
años, motorista de profesión, casado y padre de cuatro hijos. ¡Funciona!
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