sábado, 4 de julio de 2015

En manos de la vida

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                                                        Ilustração de Carlos Ribeiro

La tragedia llega casi siempre sin aviso. En los primeros momentos, parece que se trata del fin no sólo de nuestro mundo sino del mundo entero – como si nuestra desgracia fuese señal de que todo esta a punto de perder el sentido.  En esas circunstancias, cara a cara con la adversidad, sentimos que sólo puede andar feliz quien ignora lo que le va a suceder en breve.

Sigue enseguida la sensación de injusticia profunda. Sólo a mí me acontecen desgracia tras desgracia, intercaladas por periodos de pausa sólo para que la caída me duela aún más…  

Algún tiempo después, una serenidad más consciente y sensata nos revela que hay más gente como nosotros, que sufre como nosotros, algunos… mucho más.

No somos los primeros a quien le llega la noche en medio de un día tranquilo. Ni los últimos a quien todo parece sin sentido hasta que en la oscuridad se hace la luz y, por breves instantes, todo lo que estaba oculto se descubre… y, al final, tiene sentido.

Lo más terrible de las tragedias es que nadie tiene la culpa. No hay culpa, no hay disculpa.

Lo mismo ocurre en los mejores momentos. Casi siempre llegan sin grandes avisos y parece que todo lo ceniciento que había en el mundo  cobra color. Deseamos y sentimos que incluso los que están mal en breve estarán bien.

Pero la verdad es otra: nuestra existencia es un camino continuo. Con subidas y bajadas, pero que, en algún momento, deja de avanzar. El tiempo nunca se detiene. Conforme nos vamos distanciando, mejor comprendemos que las subidas y bajadas no son otra cosa sino  partes de nuestro camino. A largo plazo, la vida es más evidente: las alegrías y las tristezas son meras ilusiones de superficie. La realidad es que nos desplazamos a una velocidad constante, no hacia arriba y abajo, sino hacia a delante. Rumbo al misterio de lo que no tiene fin.

Mi vida no es un conjunto de sueños y pesadillas, sino un camino sencillo, que pasa por montes y valles, pero es más largo que ellos. Algo tan personal como definitivo.

Esta vida nuestra es excelente. No por los momentos que nos llenan de alegría, ni por los sufrimientos que tenemos que soportar… sino por la larga jornada entre los misterios absolutos del nacimiento y la muerte.

La verdad es la vida, la vida es mi camino, y es por este camino por donde se encuentra toda la verdad.

Vista allá a lo lejos, nuestra existencia es magnífica. Como una estrella cuya luz palpita, viviendo y muriendo a cada instante. En una lucha donde sólo la vida puede ganar. Porque la muerte es nada… y la nada,  nada puede.

Siempre seré algo más que mi alegría.

Siempre seré mayor que mi desgracia.

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