http://observador.pt/opiniao/afinal-a-ecologia-nao-e-so-paisagem/
Mientras los ecologistas quieren un hombre
deshumanizado en un mundo salvaje, la nueva ecología del Papa Francisco
propone, en Laudato si, un mundo renovado a partir de una humanidad redimida.
La ecología, al final,
no es sólo paisaje y bicharrada. Es
lo que el Papa Francisco dice, en otras palabras, en su más reciente encíclica,
Laudato si, esto es, Alabado seas.
Muchos han quedado, con
razón, sorprendidos con los conocimientos ecológicos del romano pontífice. De
hecho, en esta su segunda encíclica, Francisco no solo demuestra ser un
profundo conocedor de la problemática ambiental, sino que ofrece una nueva
comprensión global de la naturaleza, de su origen y finalidad a la luz de la
razón, de la religión cristiana y, en particular, de los principios de su
doctrina social de la iglesia.
La conciencia ecológica
es tan antigua como el pensamiento judeo cristiano. Al primer matrimonio le es
dado el mundo por herencia, y al pueblo escogido le es prometida una tierra
nueva. La bendición de Abrahán se expresa en términos ambientales, pues su
descendencia será tan numerosa como las estrellas del cielo y las arenas del
mar (Gn 22, 17). Muchos salmos (8, 136, 148, etc.), como el cántico de los tres
jóvenes(Dn 3, 51-90), explicitan el modo como, a través de una peculiar
liturgia universal, el cosmos glorifica al Creador. San Francisco de Asís, de
quien el actual Obispo de Roma tomó su nombre, enseña que las criaturas
irracionales, las plantas y los seres inanimados, deben ser respetados, incluso
amados con sentimientos fraternales. Un místico castellano del S.XVI, San Juan
de la Cruz, vio en la naturaleza un reflejo de la belleza divina en la que, de
algún modo, el alma intuye a Dios.
Más recientemente, la
cuestión ecológica, politizada por los partidos que se dicen verdes y por
diversas organizaciones no gubernamentales, se presentan sobre todo como un
poderoso lobby, que actúa a través de operaciones de gran impacto mediático, del
que las acciones protagonizadas por Greenpeace son sólo un ejemplo.
En Portugal, los verdes
no son más que una élite, o una variante cromática, o daltónica, de los rojos. No
es el único caso porque, un poco por todas partes, la cuestión ecológica fue
indebidamente apropiada por una cierta izquierda, que la usa como arma para
arremeter contra el capitalismo, o lo que queda de él, y la economía liberal y neo liberal.
Contra el uso y el
abuso de los recursos naturales, los ecologistas defienden la preservación de la
naturaleza como bien común de la humanidad, sea en acciones en pro de la selva
amazónica o de las focas bebé, de las especies en vías de extinción o de la
calidad del aire y de las aguas marítimas y fluviales. La catástrofe de Chernobyl
dio un especial impulso a la agenda ecológica, que también se supone antinuclear.
¿¡Pero, y el hombre!?
¿¡Y la sociedad!? ¿¡Es que el respeto por la naturaleza no se aplica a la
naturaleza humana que es, naturalmente, social!? Esta dimensión antropológica y
política de la ecología es la que propone Francisco en Laudato si, como respuesta al capitalismo salvaje y al comunismo
desenfrenado, pero también, podría ir más allá, al experimentalismo genético y
a la ideología de género.
La “ecología integral”
de francisco va, de hecho, mucho más allá del mero equilibrio ambiental, porque
también se refiere, por ejemplo, a la ‘contaminación ambiental’, en el contexto
de una innovadora ecología económica y social.
En un tiempo de
redefinición de los conceptos básicos, como la familia y el matrimonio –recuérdese
que el tribunal Supremo de justicia norteamericano acaba de aprobar, en todos
los estados, el matrimonio entre personas del mismo sexo- tiene todo sentido
proponer la familia natural –que no se considera en el fechado modelo de la
familia tradicional- como matrimonio natural, constituido por la única unión
que es naturalmente fecunda y se complementa, o sea, propiamente conyugal. El hecho
de la inmensa mayoría, más del 90% de las uniones estables, en el mundo entero,
se realizan entre personas de diferentes sexos, cualquiera que sea su cultura,
religión o situación socioeconómica, permite afirmar que sólo este casamiento
es genuinamente natural.
Tampoco es preciso
recurrir a presupuestos ideológicos o de orden sobrenatural para reconocer el
carácter violento y antinatural del aborto, al que el Papa Francisco igualmente
se refiere en esta encíclica, al afirmar que ‘no es compatible la defensa de la
naturaleza con la justificación del aborto’, que falsamente se pretende
equiparar a una mera ‘interrupción voluntaria del embarazo’.
Mientras los viejos
ecologistas quieren un hombre deshumanizado, tal vez no muy diferente de lo
imaginado por Georges Orwell y Aldous Huxley, en un mundo salvaje, la nueva ecología
del Papa Francisco, apoyado en la ‘ecología humana’ de San Juan Pablo II y la
doctrina social de la Iglesia, propone un mundo renovado a partir de una
humanidad redimida.
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