domingo, 12 de julio de 2015

Excelente señora



Hay una característica especial de la Dra. Maria de Jesus Barroso Soares que merece ser destacada: su condición de cristiana

Incontables testimonios han evocado ya a la Dra. Maria de Jesus Barroso Soares, con ocasión de su reciente defunción. Muchos recordarán a la actriz y declamadora, bastantes trazarán el perfil como fundadora y militante del Partido socialista, casi todos ensalzan su empeño político y social, de manera especial como presidenta de la fundación Por la Dignidad y vencedora del premio Fe y libertad, del instituto de Estudios Políticos de la Universidad Católica Portuguesa. Recordada además en su cualidad de mujer del ex presidente de la República, Dr. Mario Soares. Particularmente emotivo fue el homenaje que le prestaron los alumnos y docentes del Colegio Moderno. Todos estos atributos ayudan a comprender la riqueza de su polifacética personalidad, pero no explican suficientemente la excelencia de su persona, sobre todo en la última etapa de su vida.

Hay, por supuesto,  una característica especial de su existencia que destaca por su trascendencia: su condición de cristiana. Aunque bautizada al nacer, vivió muchos años alejada de la Iglesia, a la que volvió hace aproximadamente veinticinco años. Fue por tanto, en cierto modo, una convertida, una católica de última hora. Pero, como la parábola evangélica enseña, la tardanza de su regreso n nada perjudica la calidad de su fe, ni disminuye su mérito sobrenatural.

Sólo conocidas las circunstancias en que ocurrió su conversión al catolicismo: una gran aflicción familiar la llevó, en un gesto casi desesperado, a recurrir a Dios. El milagro acabó por realizarse: no sé si lo de la cura solicitada, que puede haber ocurrido por causas naturales, pero sí lo de su inesperado regreso a la fe cristiana.

Tal vez parezca dudosa una conversión verificada en una situación que, por decirlo así, es más emocional que racional. ¿¡Pero, podrá extrañarse alguien de que la creencia que, precisamente, se identifica con la cruz, sea por la misma cruz encontrada!? Nada más lógico y natural, porque la realidad del sufrimiento, propio o ajeno, interpela la conciencia con cuestiones que sólo la fe en Dios logra responder de forma satisfactoria. O no, porque tampoco faltan casos de personas que, ante una experiencia semejante, reniegan de la fe y se vuelven contra el Creador.

 Aunque ese inesperado dolor haya sido la ocasión de un cambio tan radical y duradero, no fue su causa. Un encuentro fortuito también puede ser el inicio de un gran amor, pero nunca será su principal razón de ser.

Por tanto, un momento de angustia puede suscitar una súplica instantánea, como un grito en forma de prez, pero una opción que perdura para toda la vida no puede tener sólo un fundamento tan fugaz. Fue necesario que esa breve intuición  trascendente fuese después  explicitada intelectualmente. Es lo que, de forma análoga, sucede cuando alguien se apasiona: la emoción inicial debe, en una segunda etapa, madurar en términos racionales y afectivos. Si este proceso no sucede, el fuego inicial se gota en sí mismo, como una pasión abortada, que nunca llegará a ser un verdadero amor.

La conversión no es obra de un instante, sino empresa para toda la vida. Puede haber un momento exacto de deslumbramiento, pero ese nuevo horizonte nunca está totalmente reconocido. Por eso, ni todas las verdades de la fe, o sus consecuencias morales, son inmediatamente percibidas por el converso, que deberá después recorrer un largo camino de progresiva explicitación  de la doctrina en la que cree. Una actitud menos esclarecida, o aparentemente incoherente, debe ser, por tanto entendida con la indulgencia que una fe incipiente requiere. En este sentido, la conversión es, para todos los creyentes, un proceso continuo que, en verdad, sólo se concluye con la visión beatífica.

El fantasma de Jean Barois aún ensombrece las conversiones tardías, que algunos quieren creer menos creíbles, porque se verifican en el crepúsculo de la vida. Para algunos, la vejez puede ser sinónimo de demencia o de debilitamiento de la voluntad, pero no fue el caso, porque en vísperas del accidente que sufrió, la Dra. Maria de Jesus Barroso Soares aún participó activamente en Estoril Political Fórum, con aquella discreta pero lucidísima inteligencia que la caracterizaba y que siempre la acompañó.

En buena hora la llamó el Señor, pero no sin antes experimentar, de algún modo, su pasión. La vida humana, aún en el sufrimiento, no puede ser intencionadamente abreviada, ni debe ser artificialmente prolongada más allá de su término natural. Ese doloroso final tiene un sentido catártico porque, como oportunamente recordó Mons. Feytor Pinto, la muerte de esta excelente señora “fue un momento de liberación, al encuentro de Dios”. Por tanto, para los cristianos la muerte es una experiencia pascual, o sea, el paso de esta vida hacia la vida eterna.



No hay comentarios:

Publicar un comentario