http://observador.pt/opiniao/dois-oscares-quebrar-um-silencio-ensurdecedor/
Aunque Spotlight retrate na situación vergonzosa para los
cristianos, la denuncia de este terrible escándalo tuvo efectos positivos para
la Iglesia católica.
La película que cuenta la historia de la investigación
periodística que denunció el abuso de menores por sacerdotes y religiosos de la
archidiócesis de Boston fue galardonada por la Academia de Hollywood con dos
óscar, especialmente el que premia la mejor película. Un premio para la
película que recuerda el proceso, a caso el más doloroso y humillante, de la
historia reciente de la Iglesia católica, puede parecer una mala noticia para
todos los que confiesan la fe cristiana, sobre todo para los católicos. Es probable
incluso que muchos creyentes vean esta película, si no como una provocación
anticlerical, por lo menos como una actitud de mal gusto, que obviamente hiere
los sentimientos más íntimos.
Algunos católicos, ante esta confrontación con hechos tan
dolorosos, tal vez intenten el discurso relativista, a cuenta de que el
fenómeno de la pedofilia infecta a otras iglesias, especialmente las de
denominación evangélica o protestante o, en mayor medida incluso, entre los
entrenadores deportivos y profesores de educación física. Pero, convengamos,
son disculpas de mal pagador. De poco o nada sirve, para el caso, recordar que
la mayoría de los pedófilos son padres y que es en el ámbito de las familias
donde más acontecen estos crímenes hediondos.
Tampoco sería moralmente honesto, para minimizar eta
vergüenza y este escándalo, intentar la victimización de la Iglesia católica,
como si el hecho de ser, como ciertamente es, perseguida en muchos países del
mundo, eximiese de responsabilidad a sus miembros pedófilos, o de las autoridades
eclesiales que sistemáticamente los encubrieron. En este sentido, en buena hora
el Vaticano, precisamente para que ningún fiel caiga en la tentación de
esgrimir el tópico de la persecución religiosa contra la película ahora
premiada, declara que Spotlight no es,
ni puede ser interpretado, como anticatólica.
Otro tanto, además, ya ha sido hecho por la propia
archidiócesis de Boston, en un comunicado que, con gran humildad, reconoce la
objetividad de la película, al retratar la pasada realidad de aquella diócesis,
mientras tanto totalmente reformada por su nuevo pastor, el cardenal O’Malley,
que, para indemnizar a las víctimas de aquellos abusos, vendió la sede del
arzobispado y se deshizo de todo su patrimonio. No en vano fue escogido por el
Papa para presidir la comisión eclesial que, a nivel mundial, tiene a su cargo
la protección de las víctimas de los casos de pedofilia en que se ven envueltos
clérigos católicos, así como la implicación de estos últimos.
Por coincidencia, el pasado jueves, el Cardenal George Pell se
encontró en Roma con una docena de víctimas de un diócesis australiana.
Sorprendido con los testimonios que oyó, lamentó profundamente “el mal que se
había hecho”, al mismo tiempo que reafirmó la determinación de la Iglesia
australiana y universal en ayuda de las víctimas y en la total erradicación de
este tipo de crímenes.
La Iglesia católica tiene una relación con la verdad de
la que no puede abdicar, sin perder su propia identidad. En cuanto representante
de Cristo en la tierra, no puede olvidar que Cristo es el camino, la verdad y
la vida (Jo 14, 6). Por lo tanto, negar la vida o negar la verdad es, para un
católico, negar a Cristo, traicionar su fe.
Luego en los primeros tiempos del cristianismo, este
deber de obediencia a la verdad estaba muy presente. Por eso, los evangelistas
no omitieron el nombre del traidor: Judas Iscariote, uno de los doce apóstoles.
Podrían haber silenciado el nombre del traidor, una vez que, obviamente, la
revelación de su identidad comprometía al propio colegio apostólico y, además,
el Maestro lo había escogido personalmente. Otro tanto se diga de la triple
negación de Simón Pedro, que los evangelistas relatan con tanto realismo y que
también podrían haber omitido, por motivos pastorales, ya que, divulgando aquel
triste episodio, la imagen del primer Papa resultaba muy débil y, por lo tanto,
debilitada también su autoridad. Con todo, los evangelistas, actuando bajo
inspiración divina, entendieron preferible ser fieles a la verdad, en perjuicio
del buen nombre y prestigio de la propia institución eclesial y de su máximo
representante. De otro modo, de cierto no habrían sido fieles a Cristo.
La Iglesia no existe para sí misma, sino para dar
testimonio de Cristo, o sea, de la verdad, aún cuando esa misma verdad es
incómoda, como es el caso. En este sentido Spotlight, la dolorosa revelación
del escándalo que minaba la credibilidad eclesial, fue tan necesaria: si ese silencio
cómplice no se hubiese roto, si esa denuncia no hubiese sucedido, tal vez no se hubiese podido
hacer frente a ese vergonzoso escándalo, del que tantos niños y familias fueron
víctimas inocentes.
San Pablo decía que todo es para bien de los que aman a
Dios (Rm 8, 28). Esta dolorosa provocación fue eso mismo: una bendición de dios
para la purificación de su Iglesia, una saludable penitencia cuaresmal, en esta
su peregrinación hacia la gloria pascual.
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