(ilustração de Carlos
Ribeiro)
Nuestro peor enemigo debe
ser combatido con la mejor de nuestras fuerzas. El mal se combate con el bien,
nunca con otro mal. Por más pequeños que seamos, tenemos en nosotros algo grande
y bueno.
Cada uno de nosotros puede
ser un humilde caballero. No es fácil ni lleva a alegrías inmensas. Antes bien,
a algo muy difícil, doloroso y que permite alcanzar solo una, pero la más
profunda de las alegrías: la felicidad.
Es necesario garantizar que cada amanecer comprendamos que
esta lucha interminable no es una guerra para destruir cosa alguna, pero sí, la
única forma de defender el bien que nos anima y da sentido a la vida. Y, cada
anochecer, cerrar los ojos por un instante y agradecer el don de continuar
queriendo el bien, a pesar de todo lo malo.
Las tentaciones que nos
atacan deben siempre ser mantenidas a distancia. No entrar en duelo con el mal
es el primer golpe contundente contra la fortaleza de ese enemigo que nos
quiere esclavizar. No hay males inocentes e inofensivos. Quien niega la
realidad del mal, sólo le está dando espacio y tiempo para que crezca.
El bien no deja de ser bueno
porque muchos lo rechazan, ni el mal deja de ser malo sólo por estar de moda.
No hay nada que no podamos
perder… incluso nuestra propia vida… y es a la vita del abismo de esa nada cuando
debemos dar nuestro mayor salto, aquel que nos (e)lleva hasta el cielo de la
existencia… donde cada uno de nosotros será juzgado de acuerdo con el fuego con
que hubiera conseguido mantener vivo su corazón.
Luchar por el amor es la
única forma de que podamos ser felices, y sólo quien ama esa lucha hace de sí
un verdadero rey.
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