domingo, 27 de marzo de 2016

Finalmente, ¿Quién mató a Jesús?



Cristo no fue muerto por los judíos, sino por los romanos, por Poncio Pilatos y sus soldados. ¿Cómo explicar entonces que el primer Papa haya ido a vivir a la capital de la patria de los asesinos de Jesús?

La pregunta puede parecer banal, pero la respuesta ciertamente que no lo es. De hecho, todos los años, con ocasión de la Pascua, cuando los cristianos evocan litúrgicamente la pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret, se recuerda lo que parece ser una evidencia histórica: Cristo fue muerto por los judíos. Pero, lo fue de hecho?

La verdad histórica no corrobora ese rumor bimilenario que, por supuesto, tiene incluso algo de paradójico porque, en ese caso, serían tan judíos los asesinos como la víctima. De hecho, Jesús siempre honró su condición de judío, así como las tradiciones históricas y religiosas de su pueblo: fue durante la Pascua judía, cuando él anticipadamente  celebró con sus discípulos, su pasión y muerte. Además, judíos eran también María, su madre, y el respectivo esposo, José, así como sus primos, a veces mencionados en la Biblia como sus hermanos. También los doce apóstoles eran todos judíos y, por tanto, no tenía mucho sentido que ellos mismos atribuyesen a su pueblo la responsabilidad histórica por la muerte del Mesías.

Por suerte se puede afirmar que, aún no habiendo sido los judíos, como pueblo, los autores de la muerte de Cristo, lo fueron en las personas de los ancianos, sacerdotes y escribas. Es verdad que Jesús de Nazaret sufrió la oposición de ese grupo y que fue juzgado y condenado por el sanedrín. Con todo,  aunque  lo hubieron considerado reo de la pena máxima, no fueron ellos los que lo crucificaron, ni le dieron muerte, como hicieron, poco después, a San esteban, el protomártir cristiano, dilapidado por blasfemia, a las puertas de Jerusalén, por los fariseos, entre los cuales estaba Saulo de tarso, el futuro San pablo.  
         
Tampoco fue el rey Herodes quien mandó matar a Jesús, aunque había sido el responsable del asesinato de Juan Bautista, primo de Cristo. De hecho, el gobernador romano, sabiendo que Jesús era conocido como de Nazaret y, por tanto, tenido por galileo, aunque nacido en Belén de Judá, lo remitió a Herodes, para que él lo juzgase. El rey, habiéndolo interrogado, no encontró en él culpa alguna y, por eso, lo devolvió a su procedencia.

Por tanto, de acuerdo con los relatos bíblicos y otras fuentes históricas, la responsabilidad jurídica y moral por la muerte de Cristo debe ser atribuida a Poncio Pilatos que, sabiéndolo inocente, lo condenó a ser flagelado y crucificado. Que Pilatos tuviera conciencia de su responsabilidad en ese proceso inicuo queda probado por las palabras que entonces profirió, mientras se lavaba las manos y sujetaba su conciencia. De hecho, si se declaró inocente de aquella sangre es porque se sabía responsable y quería eludir su culpa: como afirma un conocido adagio jurídico, una disculpa no pedida indica una acusación manifiesta.

No fue sólo Poncio Pilatos el principal responsable de la muerte de Cristo, también lo fueron los romanos, los ejecutores de la pena capital, principalmente el centurión y los soldados que crucificaron a Cristo entre dos ladrones. Tratándose de una cuestión tan delicada, es evidente que el gobernador imperial no podía correr el riesgo de que no fuse ejecutada de acuerdo con sus órdenes, lo que podría haber sucedido  si la misma hubiese sido confiada a los judíos. De hecho, algunos de estos eran  furiosos enemigos de Cristo, mientras otros eran sus devotos seguidores: unos y otros, por su odio o devoción, podrían contradecir, por exceso o por defecto, la ejecución de la pena. Los fariseos, exagerando en los sufrimientos a infligir al condenarlo a pena capital; los cristianos, aprovechando la ocasión  para liberar a su Maestro y Señor.

Por tanto, si fue el gobernador romano quien decidió la condenación a muerte de Cristo y romanos fueron también los soldados que cumplieron la sentencia, ¡fueron los romanos quienes mataron a Jesús! Pero si así fue de hecho, ¿¡Cómo se explica que el primer Papa quisiera establecerse, como obispo de Roma, en la patria de los asesinos de Jesús!? Más aún, en la capital del imperio que, durante tres siglos, perseguirá sin piedad a los cristianos!?  Que Pedro quisiera hacer de Roma la sede de la Iglesia universal, que por eso aún hoy se dice romana, parece  lógico y sensato como sería, por absurdo, que la autoridad palestina se instalase justo en frente de la sede del gobierno israelita, o de su cuartel general…

Tal vez la elección de roma para sede de la cristiandad haya obedecido a razones prácticas porque, siendo la capital del imperio romano, estaría muy bien comunicada con todo el mundo entonces conocido. Pero también puede obedecer a una razón más profunda: ¡para que la culpa de los romanos, por la muerte de Jesús, no infamase para siempre a la ciudad y a los habitantes de Roma, el primer Papa y sus sucesores incluso en el presente quieren darle la singular honra de residir allí. Por esta razón, la ciudad eterna, como ninguna otra, testimonia la misericordia del perdón y amor de Jesucristo y de su Iglesia!





http://observador.pt/opiniao/afinal-matou-jesus-nazare/


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