sábado, 26 de marzo de 2016

Somos más de lo que sabemos



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                                             Ilustração de Carlos Ribeiro

Nos debemos la verdad unos a otros. Son muchos los errores que cometemos por nuestras vacilaciones. Sólo cuando someto lo que soy a la mirada del otro es cuando esos errores se pueden evitar. Hay quien considera la sinceridad una señal de bajeza de espíritu o incluso de imbecilidad. La sinceridad no es flaqueza, sino una de las más audaces actitudes continuadas de la voluntad.

La verdad es simple y la sinceridad es un don divino. Si no puedo verme desde dentro sin la ayuda de quien me ve desde fuera, ese es el momento en que pasamos de retrato a pintor, de poema a poeta, de estatua a escultor. Dejamos los errores que nos ataban y nos convertimos en la obra de nosotros mismos.

Hay quien finge sinceridad y amenaza con la maldad, quien aprovecha para castigar a los que abren su corazón con fe a palabras que consideran justas. Son frustrados, intentan vengarse de sí mismos en los otros. No son francos, son débiles.

Hay muchos narcisos en el mundo. Escogen no tener amigos que les digan la verdad, se admiran con una locura patética. Deciden ser solo retrato, no se recrean ni renacen. Retrato que se mira a sí mismo. Apariencias sin verdad. Pero si hay narcisos que lo son siempre, la verdad es que la mayor parte de nosotros lo es muchas veces…

¿Cuántas veces preferimos las miradas y las palabras de los aduladores? ¿Cuántas veces escogemos el dulce veneno de las falsas admiraciones? ¿Cuántas veces nos negamos a admitir que somos más deformes de lo que nos creemos? ¿Tenemos conciencia de que es nuestra vanidad la que nos vuelve manipulables?

El orgullo es la raíz de todos los vicios. Privar a alguien de la verdad es condenarlo a la desgracia del infierno, que es la prisión para el que es exterior. 
Sepamos nosotros abrir el corazón y mostrarnos, aceptando y agradeciendo a quien tiene la lucidez, el coraje y la bondad de mirar y ayudar a ver lo que somos, aquello en que podemos ser mejores… 

La verdad puede ser traicionada, pero no se puede matar o callar, porque, al final, si no fuere de otra forma, hasta las piedras la han de gritar.

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